Descubren unos fósiles que confirman que las abejas utilizaron huesos como lugar para poner sus huevos

Un equipo internacional documentó por primera vez que insectos polinizadores aprovecharon restos óseos en cuevas caribeñas para proteger sus crías, revelando conductas nunca antes registradas y aportando claves sobre la supervivencia animal en ambientes extremos del pasado

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Durante una expedición en la isla La Española, en República Dominicana, un equipo internacional de investigadores detectó, por primera vez, la presencia de estructuras de barro moldeadas dentro de cavidades óseas de mamíferos prehistóricos, lo que indica un comportamiento inédito: abejas solitarias utilizaron huesos como refugio para sus crías hace aproximadamente 20.000 años. Este hallazgo, resultado de una investigación dirigida por el paleobiólogo Lázaro Viñola López, permitió documentar científicamente el uso de restos óseos como nidos, aportando información sobre estrategias de supervivencia y ecología de insectos polinizadores en ambientes antiguos. Según publicó el Museo Field de Chicago, citado por la revista Royal Society Open Science, el descubrimiento aporta un nuevo enfoque al estudio de la reproducción animal bajo condiciones ambientales extremas.

El trabajo se originó tras la observación de fósiles en una cueva dominicana identificada por Juan Almonte Milán, curador del Museo Nacional de Historia Natural de República Dominicana. Los investigadores eligieron el sitio debido a la abundancia de restos óseos producto de la acumulación histórica de egagrópilas de búhos, cuyos hábitos de caza y regurgitación de huesos y dientes generaron capas de materiales orgánicos propicias para la fosilización. Entre los restos, los especialistas examinaron cuidadosamente mandíbulas y alvéolos dentales de distintos mamíferos, donde localizaron depósitos de barro con superficies lisas y formas cóncavas, incompatibles con procesos geológicos convencionales pero coherentes con actividad biológica.

La hipótesis inicial de Viñola López, guiada por experiencias previas con capullos fósiles de avispas en el estado de Montana, propuso que se trataba de nidos de abejas solitarias prehistóricas, comportamiento nunca antes registrado en el registro fósil. De acuerdo con lo reportado por el Museo Field, el equipo procedió con análisis de tomografía computarizada, lo que posibilitó reconstrucciones tridimensionales detalladas de los alvéolos óseos. Los resultados confirmaron similitudes entre las cavidades de barro halladas y los nidos modernos de abejas solitarias, tanto en forma como en tamaño, y evidenciaron la utilización de estos refugios como espacios de reproducción y protección de las crías.

Algunos de estos nidos preservaban restos de polen fosilizado, lo que, según consignó el Museo Field, permitió identificar el uso de las cámaras para depositar huevos y almacenar recursos alimenticios destinados a las larvas. El procedimiento de construcción requería que las abejas mezclaran tierra con saliva para formar una pasta maleable, que luego introducían y adaptaban a los orificios óseos disponibles. El tamaño de las cámaras variaba, aunque la mayoría podía compararse con el volumen de una goma de borrar pequeña, de acuerdo con los detalles publicados por el museo estadounidense.

El alcance de la investigación mostró que la adaptación evolutiva de las abejas respondía a las condiciones ambientales de la isla, especialmente a la escasez de suelo apto para excavar debido a la composición caliza de la región. En este contexto, el uso de huesos proporcionaba una alternativa segura y eficiente, dotando a las crías de mayor protección ante depredadores y fluctuaciones en los niveles de humedad y temperatura. La acumulación de restos óseos, consecuencia de la actividad reiterada de búhos, se convirtió así en el recurso principal para estas especies, como explicó el equipo citado por el Museo Field.

Las condiciones predominantes en las cuevas del Caribe, caracterizadas por clima cálido y húmedo, dificultan la conservación prolongada de insectos pequeños. No obstante, según publicó la revista Royal Society Open Science, la morfología de los nidos de barro y la presencia de polen permitieron identificar y clasificar una especie fósil hasta entonces desconocida, la cual recibió el nombre de Osnidum almontei, en honor a Juan Almonte Milán, cuya labor fue fundamental para ubicar el sitio de excavación y facilitar la exploración científica.

El Museo Field detalló que este caso representa una singularidad registrada en el uso de cavidades óseas vertebradas para proteger la descendencia entre abejas solitarias. Si bien algunas especies de abejas modernas forman colmenas, la mayoría vive de manera aislada y selecciona cavidades naturales, como madrigueras y espacios en madera, pero hasta el momento no existían antecedentes de anidación en huesos animales. Algunas abejas contemporáneas construyen nidos en caparazones vacíos, aunque las cavidades óseas de vertebrados carecían de registros previos en la bibliografía científica.

Viñola López advirtió, ante el Museo Field, que reconocer patrones de comportamiento extintos en el registro fósil exige una inspección exhaustiva capaz de distinguir entre formaciones derivadas de actividad biológica y aquellas originadas por procesos naturales. Su experiencia con fósiles traza —huellas indirectas de vida en tiempos antiguos— permitió evitar descartar estructuras fundamentales para la interpretación de la biología prehistórica de insectos polinizadores. El investigador subrayó la importancia de diferenciar adecuadamente los fósiles traza de otras formaciones, ya que estas evidencias son determinantes para reconstruir actividades ecológicas desaparecidas.

El análisis reveló una interacción ecológica compleja en la que participaron tanto insectos polinizadores como aves carnívoras intermediarias, en este caso los búhos, que, sin intención, facilitaron nuevos microhábitats a través de la deposición sistemática de huesos de sus presas. Este fenómeno, según consignó el Museo Field, resultó decisivo para el desarrollo de nuevas estrategias reproductivas, demostrando la influencia de los cambios en la disponibilidad de recursos sobre la evolución de conductas animales.

El equipo internacional, compuesto por paleobiólogos, técnicos en escaneo 3D, paleontólogos locales y expertos en fósiles traza, llevó a cabo una reconstrucción precisa del entorno y la dinámica ecológica en las cuevas de la isla La Española durante el último máximo glacial. El grupo describió que la elección de materiales de origen animal y mineral para la construcción de nidos refleja una adaptación significativa a las limitaciones ambientales del Caribe prehistórico.

Esta nueva evidencia, según el Museo Field, amplía la perspectiva sobre la evolución de estrategias de supervivencia y reproducción bajo condiciones de estrés ambiental, y subraya la relevancia de los recursos no convencionales en la historia evolutiva de organismos escasamente representados en el registro fósil tradicional. La investigación también aportó información relevante sobre la dinámica de comunidades extintas, permitiendo reconstruir interacciones biológicas y su impacto en la diversificación de formas de vida.

Los especialistas argumentaron que el estudio de fósiles traza es fundamental para profundizar en el conocimiento de interacciones ecológicas complejas y comprender cómo pequeñas variaciones en el entorno pueden desencadenar nuevas adaptaciones evolutivas. La caracterización de Osnidum almontei permitió documentar procesos biológicos poco conocidos y consolidó la importancia de la paleobiología integrativa en la investigación de ecosistemas desaparecidos.

De acuerdo con la información difundida por el Museo Field de Chicago, los hallazgos servirán como base para futuras investigaciones centradas en identificar otros ejemplos de colaboración transespecífica y aportar nuevas perspectivas al estudio de la evolución de insectos polinizadores en escenarios extremos del pasado.