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Durante siglos, se creyó que los malos olores eran los causantes directos de las enfermedades. Esta idea, conocida como teoría del miasma, se mantuvo vigente desde la Antigua Grecia hasta finales del siglo XIX. Según esta creencia, el aire contaminado con emanaciones fétidas era el responsable de epidemias como el cólera y la peste. Dando así a entender que podían afectar directamente nuestra salud.
La idea de que los malos olores podían transmitir enfermedades estuvo presente en diversas culturas. Se pensaba que los miasmas—vapores nocivos provenientes de materia en descomposición—se esparcían en el aire y enfermaban a las personas que los inhalaban. Durante la Edad Media y el Renacimiento, esta teoría influyó en la planificación urbana, promoviendo la separación de los barrios pobres y la instalación de sistemas de alcantarillado rudimentarios para reducir los olores.
La Edad Media y el Renacimiento marcaron un cambio en la percepción de la higiene urbana, vinculando los olores con la propagación de enfermedades.
La teoría del miasma y su evolución
Esto cambió en el siglo XIX, cuando el reformador de la salud púbica, Edwin Chadwick defendió la teoría del miasma ante un comité parlamentario británico, afirmando: “Todo olor, si es intenso, es una enfermedad aguda inmediata”. Su declaración reflejaba el pensamiento predominante de la época, en la que las ciudades europeas enfrentaban brotes recurrentes de enfermedades como el cólera y la fiebre tifoidea.
A pesar de la aceptación generalizada de la teoría del miasma, la medicina empezó a cuestionarla con el avance de la microbiología. Para finales del siglo XIX, la teoría de los gérmenes se impuso gracias a los descubrimientos de científicos como Louis Pasteur y Robert Koch, quienes demostraron que microorganismos invisibles eran los verdaderos responsables de las enfermedades infecciosas.
Qué intentan decirnos los “malos olores”
Si bien los olores desagradables no son responsables directos de enfermedades, cumplen un papel fundamental como señales de advertencia.
Según Danielle Reed, directora científica del Monell Chemical Senses Center, el rechazo a ciertos olores tiene una base biológica y evolutiva.
Reed explica que el fuerte olor de las heces, por ejemplo, es percibido como desagradable porque potencialmente contiene microorganismos nocivos. “Hay una razón, biológica y evolutiva, por la que las heces son tan desagradables, ¿verdad? Porque no son buenas para nosotros y potencialmente contienen todo tipo de cosas desagradables”.
Este mecanismo de rechazo no solo se aplica a los desechos corporales, sino también a alimentos en mal estado, productos químicos tóxicos y sustancias peligrosas en el ambiente.
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La diferencia entre el olor y la contaminación real
A pesar de la asociación entre olores desagradables y peligro, los malos olores no son la causa directa de enfermedades. Como explica el texto, una persona puede enfermarse al tocar excrementos y luego ingerir bacterias como E. coli, pero no al olerlos.
Sin embargo, la inhalación de ciertas sustancias sí puede representar un riesgo. En el caso de enfermedades respiratorias como el COVID-19 o la tuberculosis, los virus y bacterias pueden viajar en gotas microscópicas suspendidas en el aire. En estos casos, el peligro no proviene del olor, sino de la inhalación de partículas contaminadas que se expulsan cuando una persona infectada tose o habla.
Persistencia de los olores en diferentes superficies
Los olores pueden permanecer en el ambiente durante períodos variables, dependiendo de la naturaleza de las moléculas responsables y de la superficie con la que interactúan. Mientras que algunos olores se disipan rápidamente, otros pueden adherirse a ciertos materiales y persistir por largos períodos de tiempo.
Factores que determinan cuánto tiempo permanece un olor en el ambiente
La permanencia de un olor depende de varios factores:
- Composición química del olor: Algunas moléculas volátiles se evaporan rápidamente, mientras que otras, como los almizcles, pueden permanecer durante años.
- Temperatura y humedad: El calor y la humedad aumentan la volatilidad de las moléculas, facilitando su dispersión en el aire.
- Circulación del aire: En espacios cerrados con poca ventilación, los olores pueden concentrarse y durar más tiempo.
Comparación entre distintos materiales y su capacidad para retener olores
No todas las superficies retienen los olores de la misma manera. Según el experto Richard Doty, director del Centro del Olfato y el Gusto de la Universidad de Pensilvania, ciertos materiales atrapan más olores que otros debidos a su estructura.
- Las alfombras y tejidos: Retienen olores por más tiempo debido a sus fibras porosas, que permiten que las moléculas se adhieran en sus recovecos.
- Las superficies lisas, como el celofán o el vidrio: No absorben olores fácilmente, ya que carecen de poros donde las moléculas puedan alojarse.
- La piel y la ropa: Pueden absorber olores, especialmente si han estado expuestas a sustancias con moléculas persistentes, como el humo o ciertos perfumes.