
Aferrado a un acantilado de casi 300 metros en los imponentes Alpes Pónticos, el Monasterio de Sümela parece desafiar a la gravedad y al tiempo. Fundado en el siglo IV d.C. por los primeros cristianos que llegaron a las costas del Mar Negro, este santuario no solo es una joya arquitectónica, sino también un testigo privilegiado de la historia. A lo largo de los siglos vio caer y resurgir imperios: desde la grandeza romana y bizantina, pasando por el poder otomano, hasta la consolidación de la Turquía moderna.
El origen del monasterio está envuelto en misterio y mito. Según la leyenda, en el año 386 d.C., dos monjes griegos llamados Bernabé y Sofronio llegaron hasta esta remota y agreste región guiados por una visión de la Virgen María. La aparición les reveló que había un icono sagrado, pintado por el apóstol Lucas y escondido entre las montañas.
Finalmente, los monjes hallaron una cueva donde encontraron el valioso retrato de la Virgen y el Niño Jesús, conocido como Panagia Sumela. Ese lugar se transformó primero en sitio de peregrinación y, siglos después, en el actual monasterio.
“Mientras tanto, nadie sabe con certeza si la historia del origen del monasterio es verdadera o un mero mito”, describe CNN Travel al lugar. Pero sin dudas el relato ha dotado a Sümela de un aura de santidad, atrayendo durante siglos tanto a fieles cristianos como musulmanes.

Arquitectura y entorno prodigiosos
Uno de los mayores atractivos de Sümela es su asombrosa arquitectura. El complejo, tallado sobre una cornisa rocosa, parece una obra imposible de la naturaleza o el fruto de una inteligencia artificial. Incluye varias edificaciones: capillas, patios, biblioteca, viviendas, un campanario, acueducto, manantial de agua sagrada y la célebre Iglesia Rupestre.
Todo ello forma un conjunto que desafía la gravedad, fusionando piedra y fe en un escenario espectacular.

Miles de visitantes llegan cada año. Muchos atraídos por la majestuosidad de los frescos paleocristianos y la belleza del entorno, más allá de la devoción religiosa. Un aliciente adicional que ha incrementado el interés turístico es la inclusión de Sümela en la Lista Indicativa de la UNESCO para ser considerado Patrimonio Mundial.
El monasterio funcionó activamente como comunidad religiosa y centro de peregrinación hasta el siglo XX. Durante la ocupación otomana, los sultanes —a pesar de profesar el islam— respetaron la libertad religiosa de los cristianos y concedieron generosas donaciones a los monjes. Levent Alniak, director de museos y sitios históricos de la provincia de Trabzon, señaló a CNN Travel: “Los sultanes consideraban Sümela un lugar sagrado y ayudaron al monasterio dándoles donaciones y más tierras a los monjes”.

Decadencia, abandono y renacimiento
El siglo XX trajo convulsiones decisivas para el destino de Sümela. Tras la caída del Imperio Otomano y la guerra civil que enfrentó a turcos y griegos, la zona se despobló de su ancestral comunidad ortodoxa. En 1923, un intercambio masivo de población obligó a la mayoría de los monjes y fieles griegos a trasladarse a Grecia. Temiendo saqueos durante el éxodo, muchos tesoros del monasterio fueron enterrados en lugares ocultos del Valle de Altindere, con la esperanza de recuperarlos algún día.
La reliquia más preciada, el icono de la Panagia Sumela, fue hallada y llevada finalmente a Grecia, donde se venera hoy en el Monasterio de Nea Sumela, en el norte del país. Otros objetos sagrados acabaron en museos o colecciones privadas fuera de Turquía.

El abandono del complejo entre 1920 y 1960 propició el vandalismo, los destrozos y la pérdida de muchas obras artísticas. “Durante muchos años, aquí no hubo suficiente control y hubo mucho vandalismo”, relata el restaurador Senol Aktaş.
El monasterio se convirtió en destino de buscadores de tesoros, al igual que fue objeto de leyendas sobre los poderes curativos de los fragmentos de sus frescos. “La Virgen María también es una persona sagrada para el pueblo musulmán. Así que los habitantes de la zona vinieron, se rascaron la cara, sobre todo los ojos, hirvieron los trozos de pintura y bebieron esta agua pensando que los bendeciría. No sabemos si esta historia es cierta, pero eso es lo que dice la gente’, explicó a CNN Travel, Öznur Doksöz, guía en Sümela desde la década de 1980.
Afortunadamente, el Estado turco intervino en la década de 1970. El Ministerio de Cultura y Turismo impulsó la restauración y recuperación de Sümela como patrimonio nacional. En las décadas siguientes, se mejoró el acceso para el creciente flujo de turistas y peregrinos.
Un hito sobresaliente fue la reanudación de ceremonias religiosas: el 15 de agosto de 2010, el arzobispo de Constantinopla celebró el primer oficio ortodoxo en 88 años, recuperando una tradición que ahora se repite cada año.

Restauración y visitas actuales
Uno de los legados artísticos más valiosos de Sümela son sus frescos. El monasterio conserva obras de distintas épocas: los murales exteriores, de los siglos XVIII y XIX, y los interiores, mucho más antiguos, realizados en el siglo XIII. En ellos destacan grandes imágenes de Jesús y la Virgen María en el techo de la Iglesia Rupestre, rodeados en las paredes por representaciones de ángeles, apóstoles y santos, como el dramático retrato de San Ignacio devorado por leones.
La restauración de estos frescos es minuciosa y continúa abierta al público en los meses de verano, cuando expertos eliminan grafitis y daños de etapas de abandono. “Estamos intentando eliminar pintando sobre los grafitis con un estilo y colores similares a los que usaron los artistas originales”, revela Senol Aktaş sobre este delicado proceso.
Los frescos ocultos, descubiertos tras siglos de olvido, incluyen escenas espectaculares sobre el cielo y el infierno, la vida y la muerte, y demuestran el carácter único de este santuario.
La restauración arquitectónica implicó enormes desafíos técnicos: “Siempre hemos tenido problemas con la caída de rocas”, explica Levent Alniak. Alpinistas especializados aseguraron el acantilado con cables y mallas metálicas para proteger tanto el lugar como a los visitantes.

Actualmente, Sümela funciona como museo estatal. La entrada cuesta 20 euros y abre todos los días de 8:00 a 18:00. Se proyecta un cortometraje sobre la renovación y se recomienda dedicar, al menos, una o dos horas para recorrer el complejo y admirar sus secretos. La llegada implica caminar por un sendero empinado y subir varias escaleras hasta la entrada.
Justo afuera, los visitantes encuentran una pequeña tienda de recuerdos, bocadillos y baños. Es fundamental usar calzado adecuado y ropa apropiada, ya que el clima puede ser lluvioso en verano y nevado en invierno.
Quienes deseen visitar Sümela pueden aprovechar la conexión aérea entre Estambul y Trabzon (menos de dos horas de vuelo), o viajar por vía terrestre, aunque son aproximadamente 13 horas desde la capital. El alojamiento más cercano al monasterio se encuentra en el pueblo de Coşandere, con una variedad de opciones que van desde habitaciones con vista al mar o ubicadas en la cima de una colina.
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