
A pesar de los notables avances científicos y tecnológicos, millones de personas en el mundo siguen expuestas a contaminantes invisibles, persistentes y, en ocasiones, peligrosos, en el agua. Los PFAS —llamados “químicos eternos”— encabezan hoy la lista de esas amenazas, mientras la pregunta persiste: si la tecnología existe para eliminarlos, ¿por qué el problema continúa sin resolverse?
Las PFAS, presentes en innumerables productos industriales y de consumo, demostraron una tenacidad notable frente a los procesos ambientales, de purificación e incluso regulatorios. Estos compuestos resisten la degradación natural, atraviesan continentes y océanos, y permanecen en aguas y organismos durante años, dando lugar a una creciente atención pública y científica.
Frente a este desafío global, el estudio internacional más reciente publicado en ACS ES&T Water en 2025 confirmó que se dispone de tecnologías eficaces para limpiar el agua potable de los “químicos eternos” y otros contaminantes orgánicos persistentes. Investigadores de distintos continentes probaron que métodos como la ósmosis inversa, resinas específicas y carbón activado pueden reducir significativamente la concentración de PFAS y también de subproductos indeseados de la desinfección convencional.
La evidencia científica es incontestable y las soluciones técnicas existen. El límite, sin embargo, está lejos del laboratorio: reside en las enormes desigualdades y barreras estructurales que condicionan el acceso universal a estas tecnologías.

Según el mismo trabajo, la brecha es clara: cuanto mayor la desigualdad socioeconómica, mayor la exposición de la población a químicos tóxicos y menor la capacidad de adoptar soluciones modernas. El estudio subraya que los países que dependen del tratamiento exclusivo con cloro —una práctica extendida por su bajo costo— no resuelven la amenaza de los PFAS. De hecho, en muchas regiones rurales y periféricas, las plantas potabilizadoras carecen de los insumos, la infraestructura y el financiamiento para aplicar métodos avanzados de remoción.
Los casos de detección de PFAS en el agua no se limitan a países industrializados. Conforme a datos mundiales publicados en Environmental Science & Technology (2024), estos contaminantes se encontraron en muestras de agua potable de Europa, Asia, África, Oceanía y América, tanto en grandes centros urbanos como en áreas rurales remotas. Allí donde las normas son laxas o inexistentes, la protección ante químicos persistentes es mínima.
Recientemente, la Organización Panamericana de la Salud advirtió que más de setenta millones de personas en América Latina no acceden regularmente a agua potable segura, y la mayoría depende de tratamientos mínimos incapaces de enfrentar contaminantes emergentes.
Argentina ilustra hasta dónde llegan las limitaciones estructurales. Investigaciones de la Universidad Nacional del Litoral publicadas en Science of the Total Environment en 2023 detectaron PFAS en sistemas de agua que abastecen a millones de personas en el centro y nordeste del país.
Aunque los niveles identificados fueron menores que en Estados Unidos o Europa, los especialistas alertaron sobre la tendencia creciente y la ausencia de regulaciones o programas de monitoreo específicos.

Las grandes ciudades suelen disponer de plantas modernizadas capaces de hacer frente parcialmente a los compuestos persistentes, pero las zonas rurales y periurbanas —donde se dependen de afluentes superficiales o perforaciones— quedan en situación de mayor riesgo, sin acceso a tecnologías avanzadas ni apoyo para actualizar la infraestructura.
¿Por qué, entonces, si es posible remover para siempre estos químicos del agua potable, la contaminación persiste y los casos documentados aumentan cada año? Las respuestas se concentran en tres factores: economía, gobernanza y falta de consenso político.
Las tecnologías necesarias demandan inversiones iniciales y de mantenimiento más allá del alcance de muchos municipios y regiones poco industrializadas. La transferencia de conocimiento y equipos desde los países desarrollados a los países con menos recursos transcurre con lentitud, y las regulaciones tienden a demorarse frente a los intereses de sectores productivos y las restricciones presupuestarias.
La comunidad científica coincide en que se dispone de los métodos para eliminar los tóxicos del agua potable, pero la inequidad y la desinversión estructural bloquean la solución a escala global. El acceso a agua verdaderamente segura depende tanto del avance técnico como de decisiones colectivas, priorización política e inversión sostenida.
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