
¿Podemos confiar en nuestra intuición para descubrir a un mentiroso? Pese a la confianza con la que muchas personas aseguran poder detectar engaños, un reciente estudio de la University of British Columbia desafía esta idea y demuestra que la precisión humana para identificar mentiras apenas supera el azar.
Entre creencias arraigadas y evidencias científicas, la investigación marca un punto de inflexión en el debate sobre qué tan fiables son realmente los métodos de detección de mentiras.
La creencia en la intuición frente a la evidencia científica
Un extenso análisis científico de la Universidad de Columbia Británica expone los límites de los métodos tradicionales para detectar mentiras y sugiere la necesidad de replantear los enfoques utilizados tanto en la vida cotidiana como en el ámbito judicial.
Los resultados de la investigación sostienen que la capacidad humana para identificar engaños solo supera el azar de forma marginal, abriendo el debate sobre la fiabilidad de las técnicas actuales.

La investigación, liderada por la Dra. Leanne ten Brinke, examinó en profundidad los supuestos indicios conductuales que, según creencias populares y criterios forenses, delatan a los mentirosos.
El estudio, publicado en la revista Law and Human Behavior, muestra que una persona sin un entrenamiento específico logra detectar mentiras únicamente en el 54% de los casos, un porcentaje muy similar al que se obtendría al adivinar sin elementos objetivos. La Dra. ten Brinke afirmó: “A pesar de lo común que es el engaño, los humanos somos poco eficaces para detectarlo”.
Un giro en la investigación sobre el engaño
El trabajo de la University of British Columbia retoma una línea de investigación iniciada en 2012, cuando la misma investigadora identificó cuatro señales claves asociadas al engaño.
En ese entonces, el análisis se centró en apelaciones televisivas de familiares de personas desaparecidas, donde varios participantes terminaron siendo responsables directos de los hechos.

Ante ese panorama, el equipo detectó que la elevación de las cejas, sonrisas inusuales, un lenguaje escueto y expresiones tentativas como “quizá” o “supongo” permitieron predecir el engaño con una precisión cercana al 90%.
Sin embargo, la investigación reciente desafía el alcance de aquellos hallazgos iniciales. Para comprobar su universalidad, el equipo analizó nuevas apelaciones públicas, midiendo la recurrencia y eficacia de los indicios conductuales previamente identificados.
Los datos revelaron que la confiabilidad de estas señales varía sustancialmente, ya que algunos indicadores reaparecieron en los nuevos casos, mientras otros estuvieron ausentes o resultaron irrelevantes. En conjunto, estos signos se mostraron insuficientes para distinguir eficazmente entre verdad y mentira, especialmente en contextos emocionalmente intensos.
Complejidades y retos en el ámbito judicial
La Dra. ten Brinke destacó que las situaciones de alto riesgo, como las entrevistas policiales, incrementan la dificultad para detectar mentiras. “Los mentirosos muy motivados pueden esforzarse tanto en parecer sinceros que terminan mostrando aún más señales de engaño”, señaló la investigadora. Además, las emociones intensas y la presión social dificultan tanto la ocultación como la simulación de sentimientos.

Estos hallazgos tienen consecuencias directas para la justicia y para cualquier entorno en el que la detección de mentiras sea determinante. Dependiendo de la capacidad para diferenciar entre sinceridad y engaño, se toman decisiones que afectan vidas y reputaciones. La revisión de los métodos actuales se vuelve crucial, pues se pone en duda la utilidad de protocolos basados exclusivamente en observaciones de comportamientos prototípicos.
El desafío del polígrafo: ¿una herramienta confiable?
El polígrafo, conocido popularmente como detector de mentiras, representa uno de los métodos más utilizados en la búsqueda de la verdad durante interrogatorios y procesos judiciales.
Esta tecnología mide respuestas fisiológicas como la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la sudoración, bajo la premisa de que los cambios corporales evidencian el engaño. Sin embargo, numerosos estudios han puesto en entredicho su fiabilidad.
La Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos ha señalado que los resultados del polígrafo pueden ser influenciados tanto por la ansiedad o los nervios de una persona inocente como por el control emocional de un mentiroso experimentado. De hecho, en varios países su uso como prueba legal está restringido o no es aceptado en tribunales, debido a la falta de consenso científico sobre su eficacia.

Esta controversia refuerza las conclusiones del estudio de la Universidad de Columbia Británica, que insiste en la necesidad de buscar métodos más robustos y personalizados para detectar el engaño. A pesar de su atractivo tecnológico, el polígrafo continúa siendo tan cuestionado como las señales conductuales tradicionales, recordando que no existe un atajo infalible para descubrir la verdad en todas las personas y contextos. La confianza en soluciones universales, tanto técnicas como intuitivas, sigue quedando en duda.
Hacia nuevas estrategias: investigaciones y enfoques individualizados
Ante la ausencia de patrones universales, la Dra. ten Brinke propone orientar la investigación hacia sistemas personalizados de detección del engaño. El objetivo sería identificar las estrategias que ofrecieran una mayor precisión en situaciones reales y complejas.
En definitiva, este estudio de la Universidad de Columbia Británica aporta evidencia rigurosa sobre las limitaciones de los métodos tradicionales para detectar mentiras y señala la necesidad de enfoques más sofisticados y adaptados al individuo y al contexto, con implicancias tanto en la justicia como en las relaciones cotidianas.
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