En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, Claudia Piñeiro, escritora escritora y guionista, compartió su visión sobre el acto de escribir, la relación con los lectores y el valor de la literatura como un puente de comunicación más que como un ejercicio solitario. Habló de cómo la escritura, sin ser terapia, puede ayudar a encontrar un eje y procesar inquietudes existenciales como la finitud. También desarrolló el concepto de “ensanchar la vida” a través de viajes, lecturas y conversaciones que abren nuevos mundos, advirtiendo sobre la pérdida de esos espacios de encuentro cara a cara que alimentan la creatividad y fortalecen los vínculos.
Además reflexionó acerca del amor, las relaciones, los mandatos sociales y la presión histórica sobre las mujeres. Analizó cómo cada etapa de la vida redefine lo que significa amar y planteó que las grandes crisis, o “tsunamis” de la vida, se atraviesan con paciencia y afectos cultivados mucho antes de que lleguen. El episodio completo ya está disponible en Spotify y YouTube.
Claudia es una de las autoras argentinas más leídas y traducidas, con obras publicadas en más de 30 países y adaptadas al cine, la televisión y el teatro. Formada como contadora pública, dejó su carrera para dedicarse de lleno a la escritura, desarrollando una narrativa que combina el suspenso con una aguda crítica social. Entre sus libros más reconocidos se encuentran Las viudas de los jueves, Betibú, Las grietas de Jara y Elena sabe, novela que en 2022, bajo el título Elena Knows, fue finalista del International Booker Prize, situándola en el mapa literario global. Además de su faceta como novelista, es dramaturga, guionista y columnista y una voz activa en el debate público sobre derechos humanos, memoria y género.
A lo largo de su trayectoria recibió distinciones como el premio Sor Juana Inés de la Cruz, el LiBeraturpreis y el Pepe Carvalho, consolidándose como referente de la literatura contemporánea latinoamericana. En 2023 lanzó Escribir un silencio, su primer libro de no ficción, que recopila columnas, conferencias y reflexiones sobre literatura y sociedad; y este 2025 publicó la novela La muerte ajena, donde busca sumergir al lector en “la incomodidad de las distintas versiones de un hecho”.
— Si alguien te preguntara para quién escribís, ¿qué dirías?
— Justamente Mauricio artun mencionaba en el taller que Bertolt Brecht decía yo escribo para Carlos Marx, sentado en la tercera fila, porque era un teatro muy político en ese momento de la época de Marx y del comunismo. Y yo siempre pensé qué impactante pensar: escribo para Carlos Marx sentado en la tercera fila porque ya te paraliza totalmente ¿no? Yo no sé para quién escribo. No sé quién está sentado en la tercera fila o quién está leyendo un libro. Pero sí, siempre considero que hay alguien del otro lado. No pienso que es una escritura para mí ni solitaria. Pienso que es un acto de comunicación y que le estoy contando algo a alguien usando una riqueza común que es el lenguaje. Y ese alguien bueno de codificará le entrará y hará algo con eso que está leyendo.

— ¿La literatura cumple un rol terapéutico para vos?
— Cuando yo tenía talleres y venía alguien y me decía: “Vengo al taller porque me manda la psicóloga”. Y no. Sí a lo mejor necesita escribir, pero el taller no tiene que venir porque lo manda la psicóloga, tiene que venir porque quiere escribir, quiere contar una historia, por otros motivos. Un taller para aprender a escribir no es un taller para hacer terapia. Ahora, indefectiblemente la escritura es una sublimación también. Por supuesto que te mueve cosas que tienen que ver con vos y que a lo mejor hay gente que le hace bien y hay gente que le hace mal. Hay escritores que sufren mucho escribiendo y hay escritores que liberan un montón de cosas. A mí me pasa que me centro, me centro en un eje. Si yo estoy escribiendo siento que estoy más centrada en un eje y, como soy muy obsesiva y estoy preocupada por muchas cosas, si no estoy escribiendo, tengo demasiadas preocupaciones. Cuando estoy escribiendo la preocupación es lo que estoy escribiendo y lo del costado se baja a la dimensión que tiene que tener. Entonces eso me interesa.

Finitud, muerte e infinito: obsesiones existenciales
— En “Escribir un silencio” hablás sobre la finitud de la vida, una preocupación que decís te acompaña desde la infancia. ¿Todavía te obsesiona este tema?
— A mí me obsesiona desde muy chica. Vos sabés que yo desde muy chica un día me puse a pensar en la finitud de la vida. Yo era una nena, no era porque yo pensara que me iba a morir mañana. Mi mamá me encontró en ese estado muy alterada, muy llorando y me preguntó que me pasaba, y yo le dije que estaba pensando en la muerte, no con las palabras de una niña, que la gente algún día se moría. Y me dice: “¿pero por qué te preocupas tanto si vos no te vas a morir? Sos muy chiquita. No te vas a morir”. Y lo que yo le quería transmitir a mi mamá, que no sé si se lo transmití bien, es que a mí no me preocupaba pensar que me iba a morir al día siguiente. A mí lo que me inquieta es la sensación de la finitud, que esto tiene un límite, que en algún momento nos morimos. Esa noción de la finitud es lo que me impacta. El saber que esto es por un tiempo nada más. Y no sabemos cuánto es ese tiempo. Rosa Montero, que es amiga mía, dice que en general los escritores tienen como una marca de esto, de estar preocupado por ese tipo de cosas. A mí me parece que la muerte es una obsesión de muchos de los escritores. Quizás en mi escritura aparece más como más explícitamente, porque siempre hay un muerto, pero eso no quiere decir que muchos escritores no tengan esta, esta inquietud. Esta sensación qué extraño es todo esto, que estamos un tiempo acá y que después no estamos más. Es raro.
— ¿Qué hacés cuando aparece ese tipo de pensamientos, los evitás o los elaborás de algún modo?
— Trato de no pensar mucho. Hay dos cosas que me afectan mucho: uno es la finitud y la otra es el infinito. Vos fijate porque, por ejemplo, cuando vos empezás a pensar en el infinito, es un concepto rarísimo, el concepto de infinito. En el sentido de que cómo puede ser que algo no tenga dónde termina y dónde termina, en todo caso, tiene que haber otra cosa. Son dos conceptos que me que me revuelven un poco y que me inquietan. Trato de no pensar ni en la muerte ni en el infinito porque me alteran.

— Hay un término que lo mencionás en tu libro es el de “ensanchar la vida”, como una búsqueda de profundidad más que de duración. ¿Cuáles son las cosas que sentís que ensanchan tu vida y que hacés de manera consciente?
— Ahí yo hablo de viajar, que te muestra otros universos posibles, y leer, que ensancha muchísimo porque hay un montón de mundos que nunca vamos a transitar y que estamos leyendo en distintas historias. Pero, por ejemplo, recién fui a la Fed, que es la Feria de Editores de Buenos Aires, que es un lugar donde se venden libros de editoriales independientes, que tiene muchísimo éxito, que está lleno de gente. Y me encontré con dos amigas y nos fuimos a tomar un café arriba y nos pusimos a hablar de distintas cosas, de cosas cotidianas del país, del CONICET, de los animalitos que vemos en el fondo del mar y cómo nos gusta ver eso, etcétera. Y yo me sentí que había ensanchado la vida en el sentido de que la conversación con gente con la que te llevás bien y que tenés ganas de hablar y compartir cosas, no importa mucho de qué hablás, pero la conversación con el otro en el vínculo también ensancha la vida, porque estamos en una época de poca conversación.
Es más, en el medio de esta charla con ella, me llamó uno de mis hijos que siempre te llama directo, que es raro que alguien te llame directo, pero este hijo no suele mandar mensajes. Por eso no me asusto porque él llama directo, le gusta más hablar. Y hablamos de cómo se va perdiendo esto, de lo que te llama en directo, que hables y que converses. Y que en la conversación también hay silencios y hay momentos en que te quedás callado y estás esperando que el otro pueda decir algo que a lo mejor si no le das el tiempo, no sale. En estos mensajes yo te pregunto, vos me contestás, se terminó ahí. Pero si vos estás tomando un café y miramos por la ventana, a lo mejor sale algo que no salía de otro modo, ¿no?
— ¿Sentís que el teletrabajo o los cambios en la forma de trabajar han afectado esos vínculos y las conversaciones cotidianas?
— Es que tenés que perder tiempo para eso y parece que el tiempo es algo que nadie quiere perder tiempo. Yo entiendo que tiene ventajas el teletrabajo, sin duda, pero se pierde todo esto que decís. Quizás una modalidad híbrida no está mal porque te obliga a estos encuentros, que son para que surjan ideas. También tiene que haber contacto con los otros para que te aparecen las ideas porque conversaste con otras personas, porque te dijeron algo, porque te resonó. Aunque no te parezca una cosa lo más inteligente del mundo, siempre hay algún resorte que se toca en la conversación, en el encuentro con el otro, que me parece que virtualmente eso no lo tenemos.
— ¿Tenés alguna actividad o momentos del día donde te sentís más creativa?
— No, yo durante mucho tiempo leía caminando, ahora también, pero bueno, en Buenos Aires es difícil leer caminando. Pero si estoy en una cinta, si puedo leer caminando. Cuando vivía en un lugar que podías caminar y no te pisaba un auto, leía caminando. Me gusta leer en movimiento. Es la escuela de los peripatéticos que se iban a caminar y salían grandes ideas filosóficas. Pero me parece que el movimiento también ayuda a que salgan algunas cosas. Esa cosa de ir caminando, de ir viendo, de ir mirando. También caminar la ciudad, mirar lugares, todo eso me parece que ayuda a la generación de ideas. Pero en definitiva, las ideas surgen de una multiplicidad de cosas. Yo converso con vos y pasan cosas. Y después ve una serie y pasan cosas y después leo un libro y pasan cosas. Y todo eso después se mezcla dentro tuyo y aparecen ideas. Pero si esos inputs se van reduciendo, cada vez hay menos creatividad, me parece ¿no?

El amor, la pareja y las narrativas sociales
— En uno de tus libros mencionás a la escritora Eva Illouz que habla sobre cómo a veces nos pasamos un montón de tiempo tratando de analizar nuestros fracasos amoroso, cuando en realidad hay que sacarle un poco de culpa al individuo y fijarse en estas fuerzas sociales o narrativas que moldean la manera en la que amamos o elegimos una pareja. ¿Coincidís con esa mirada?
— Sí, yo creo que por supuesto hay cosas que traés de tu historia familiar y un montón de cosas. Pero aunque las revises, sigue habiendo imposiciones sociales. Me parece que eso que hace Eva Illouz, euna escritora israelí muy buena que tiene muchos textos muy buenos. En este libro Por qué duele el amor me parece que alivia en un punto: no es culpa mía y de mis padres, cómo nos relacionamos y por eso ningún hombre me viene bien o ninguna mujer me viene bien, porque entonces el vínculo y no sé qué. No sé cuánto. También hay condicionamientos sociales.
Ella dice algo que yo lo veía en otro momento. Una chica va a una fiesta y vuelve a su casa sin haber estado con nadie, le dicen: “¿Cómo no había nadie que ninguno te gustó? ¿Ninguno te viene bien? ¿Cómo puede ser que nadie te venga bien?” Hay como una presión y eso lleva también a algunas mujeres a que tienen que enamorarse o tienen que estar con un tipo. Supongo que a los hombres les pasa lo mismo. Yo hablo de las mujeres porque conozco más el mundo de las mujeres. De todos modos, entiendo también que está un poquito más relajado. O sea, puede ser que esté la presión, pero también tengo un montón de amigas que están solas y no se sienten tan presionadas como era en la época en que yo era chica y que tenías que casarte, tenías que tener hijos. Además, esa es otra presión social: si te casaste porque no tenés hijos y si no tenés hijos ¿será que tenés un problema? También era una presión social. Me parece que ahora las mujeres son bastante más independientes, tienen su profesión, etcétera, entonces pueden plantarse un poco y decir: “Bueno, pará. Yo quiero estar con alguien si estoy bien con alguien y si no estoy bien ¿por qué tengo que estar con alguien?
— Todavía sigue sucediendo, pero creo que la gente se cuida mucho más de lo que te dice o te pregunta…
— A mí me pasó mucho con Escribir un silencio, por ejemplo, como yo escribo mucha ficción sobre personajes que tienen algún conflicto con la maternidad o que no quisieron ser madres, o que no fueron madres, o que hicieron un aborto o lo que sea. Muchos conflictos con la maternidad. Una vez una periodista me dice, cuando en “Escribir un silencio”, que son textos que son de no ficción, aparecen mis hijos. Y me dice: “Yo nunca me imaginé que vos tenías hijos y que te ocupabas de ellos” (risas). Y yo dije: “¡Wow! Qué impresionante”. Porque yo escribo ficción, obviamente, y me interesa hablar del rol de la maternidad y de cuánto peso le genera a un montón de mujeres ese y cuánto disgusto también en estas presiones sociales, entonces el otro interpreta: “Bueno, será que no tiene hijos”. Siempre hay interpretaciones sobre el escritor. Necesitas saber quién es ese y por qué se le ocurrió eso que escribe.
— También tu último libro, La muerte ajena, la protagonista quiere separarse de su pareja a pesar de no tener grandes conflictos. ¿Qué pensás sobre los diferentes modelos de pareja y el significado del amor hoy?
— La pregunta clave es qué es el amor. Porque el amor es una construcción a través de una educación sentimental y en otras épocas había matrimonios, que sigue habiendo en algunos países y acá mismo también. Puede ser que existen matrimonios arreglados que decís presentás a un chico y una chica porque está bueno que se casen por distintas cuestiones y son matrimonios que se arreglan de esa manera y a veces es en sociedades donde está aceptado y la persona está conforme con que sea de esa manera. Para otros tiene que haber un enamoramiento. El amor son distintos conceptos y mucho tiene que ver la educación sentimental. Entonces, en esa educación sentimental yo muchas veces me quejo también desde el punto de vista de la mirada feminista o lo que sea, de cómo nos han hecho pensar que el amor es sufrir y estar desesperada. Entonces ella, por ejemplo, esta protagonista, no se sentía así como agotada con él, pero me parece que también, para ser justos con la historia, él le dice eso. Pero después cuando empezás a rascar había problemas importantes en esa pareja, no solamente que no pasaba nada. Entonces, para alguien el amor puede ser sentir realmente una pasión muy física, muy sensual y sexual, y para otros o para los mismos, en otra etapa de la vida, puede ser llevarte bien y divertirte. Ser compañeros y un montón de otras cosas. Cada uno elegirá qué es para él el amor en cada momento de su vida, porque para mí tampoco el amor fue exactamente igual en cada momento de mi vida. Me parece que uno va buscando lo que es mejor para vos en cada momento, emocionalmente. Y a veces esas pasiones desenfrenadas que te vuelven loca es lo peor para vos en la vida en algunos momentos. A mí me ha pasado de ser chica y tener ese tipo de relaciones y después más grande que te vuelve a pasar eso y decir: “No, para. No me puede estar pasando, yo acá no entro, yo no entro ni loca acá de nuevo”. Cada una y cada uno tendrá que ir como midiendo qué es el amor y cuál es la mejor forma del amor para cada quien.

Tsunamis de la vida: herramientas para atravesar crisis
— En La muerte ajena decís que la vida tiene, por lo general ,uno o dos tsunamis a lo largo del tiempo. ¿Cuáles fueron algunas de las herramientas que aprendiste surfeando algún tsunami de la vida?
— Probablemente uno es que hay que tener paciencia. En el caso de un tsunami, tenés que hacer algo rápido y en ese momento tenés que ir a las tierras altas y salvarte. Si no, no te salvás. En general, cuando te pasan cosas en la vida no es tan así que es en ese momento. Hay cosas que suceden y que llevan un proceso hasta que se acomodan. Y uno quisiera que eso se solucionara rápidamente. Entonces, la impaciencia en ese momento me parece que es perjudicial, porque empezás a hacer cosas y a veces lo único que tenés que hacer es esperar. A mí me vino muy bien en algún momento haber leído el Tao, que justamente lo que dice es que a veces hacemos, hacemos, hacemos para modificar algo, para evitar algo que puede llegar a suceder. Y lo que hacemos es provocarlo y lo único que tenemos que hacer es frenar, contemplar y esperar. Eso me parece que es importante también cuando estás en crisis. Esa cosa de tener paciencia y pensar que eso en algún momento va a pasar. Por más de que uno tiene que hacer cosas, una tiene que hacer cosas para que la cosa mejore, también tiene que esperar que se den los procesos que se tienen que dar. Ese sería el consejo: tener la paciencia suficiente para que los procesos hagan su recorrido.
Y muchas de estas crisis son procesos, no son puntuales. La otra es rodearte de la gente, de los afectos. Cuando una amiga se separa, lo que más te apoyan son tus amigas, en mi caso, por lo menos. Si tenés un buen grupo de amigas, de gente afectuosa o si tenés, no digo solamente una separación, ¿no? Alguna vez que ha habido algún problema de salud en mi familia muy importante, los que te sostienen son los amigos que se paran en el hospital y te acompañan y van todas las tardes. Y para tener esos afectos el problema es que los tenés que ir trabajando desde antes del tsunami, porque si vos el día que tenés tsunami hace 200 años que no les vamos a tus amigos, que no cultivás la amistad… La amistad hay que cultivarla, los afectos hay que cultivarlos, las relaciones. Estar presente, del cada tanto, llamar y preguntar cómo estás, qué te pasa. Eso no lo podés reactivar en el tsunami. Vos tenés que hacer una construcción de esos afectos a lo largo de la vida y sabés que cuando te pase algo van a estar, no vas a necesitar llamar y decir: “Che me está pasando esto, venite ya para acá” porque ya vas a ver que tiene que ir para ahí.

— Para cerrar, te voy a hacer la última pregunta que le hago a todos los invitados y es que nos cuentes algo que en el último tiempo te dejó pensando, te conmovió o te tocó una fibra y crees que vale la pena dejarlo acá para compartir.
— Te voy a decir una anécdota muy simple de hoy al mediodía, que fui a un bar a encontrarme con una amiga, que teníamos que conversar, y almorzamos ahí. Y la chica que atendía en el bar nos vino a cobrar y yo, para sacar la cartera, saqué de la cartera un libro de Mariana Enríquez porque tengo que entrevistarla por un libro nuevo de ella que se llama Archipiélago. Y la chica estaba ahí con el posnet y dijo bajito: “¡Uy! Mariana Enríquez”. Y mi amiga es profesora en Alemania de literatura y yo la escuché que dijo: “Mariana Enríquez” Y le dije: “¿Te gusta Mariana Enríquez?” “Sí, me encanta”, me respondió. Empezó a hablar de todos los cuentos q
ue leyó de Mariana Enríquez y se dio una conversación entre las tres, inhabitual en ese contexto y fue lindo escucharla. Escuchar que una chica le gusta mucho Mariana Enríquez y que leyó estos cuentos y que mi amiga, que es profesora de literatura, que justo vino, se dio como un microclima de cofradía de “nos gusta leer, nos gusta el mismo autor”. Y si no es este autor, ¿cuál te recomiendo? Y se empezó a dar toda una conversación que me encanta y que se dan en los encuentros reales.
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