
Un estudio dirigido por el matemático Spencer Greenberg y presentado en el pódcast Modern Wisdom revisa profundamente las creencias tradicionales sobre el coeficiente intelectual (IQ).
Durante años, el IQ se consideró un indicador principal del éxito académico y profesional, pero los hallazgos recientes de Greenberg y su equipo apuntaron a una influencia mucho menor de la inteligencia medida por el IQ de lo que se suponía.
De acuerdo con lo expuesto en Modern Wisdom, ni el éxito ni la felicidad dependen exclusivamente del IQ; factores como la personalidad y las habilidades adquiridas pueden resultar aún más determinantes en la vida de una persona.
El estudio, realizado por el equipo de ClearerThinking.org bajo la dirección de Greenberg, involucró a más de 3.000 participantes y analizó profundamente las afirmaciones más difundidas sobre la inteligencia.
Los investigadores desarrollaron seis pruebas diferenciadas, que incluyeron ejercicios de memorización, problemas matemáticos, vocabulario, ortografía y tiempo de reacción, junto con la evaluación de cerca de cuarenta creencias, tanto populares como científicas, sobre el IQ, para comprobar su validez empírica.
Hallazgos sobre el coeficiente intelectual y habilidades cognitivas
Uno de los resultados centrales presentados en Modern Wisdom fue que el IQ solo explica aproximadamente el 40% de la variabilidad en el rendimiento cognitivo. El 60% restante responde a factores particulares y habilidades específicas desarrolladas a lo largo de la vida.

Greenberg explicó que, si bien existe una correlación entre obtener buenos resultados en diversas pruebas de inteligencia, una parte considerable de la capacidad cognitiva no aparece reflejada en el índice de IQ.
“El IQ mide lo que las tareas de inteligencia tienen en común, pero no captura todas las aptitudes individuales ni las habilidades adquiridas”, señaló el matemático al conductor del podcast, Chris Williamson.
La investigación también evaluó la relación entre el IQ y el desempeño laboral. Si bien el IQ mostró poder predictivo respecto al rendimiento en múltiples ocupaciones, su impacto es considerablemente superior en roles de alta complejidad analítica y menor en trabajos físicos o menos estructurados.
Las pruebas incluyeron desde las matrices de Raven hasta tareas de reflejos simples, como hacer clic en cuadros que cambian de color, y evidenciaron que incluso en estas últimas, el índice de inteligencia posee cierta capacidad para anticipar el desempeño.
La personalidad: un factor decisivo en el éxito y la vida
Uno de los hallazgos más llamativos fue que la personalidad resulta un mejor predictor de resultados vitales que el coeficiente intelectual. Al comparar el poder de predicción del IQ y el de los cinco grandes rasgos de personalidad (apertura, responsabilidad, extraversión, amabilidad y neuroticismo), la personalidad superó al IQ en la mayoría de los indicadores, como nivel educativo, ingresos y rendimiento académico.

“La personalidad ganó en casi todas las predicciones, o al menos empató; no perdió en ninguna”, afirmó Greenberg. Este resultado cuestiona la visión tradicional que atribuye un rol central al coeficiente intelectual en el éxito personal y profesional.
El estudio indagó, además, en la posibilidad de modificar el IQ y la personalidad. Actualmente, existen numerosos métodos para reducir el nivel de inteligencia, como la desnutrición infantil, pero no hay formas comprobadas de aumentarlo significativamente.
Aunque la personalidad suele ser estable, cambiar algunos hábitos y comportamientos puede mejorar notablemente la vida diaria; por ello, intervenciones como la terapia para la ansiedad y la depresión, así como sistemas de organización personal, resultan útiles.
Mitos, percepciones y realidad sobre la inteligencia
El trabajo desmontó varios mitos extendidos sobre el IQ. Por ejemplo, la teoría de las “inteligencias múltiples” de Howard Gardner, que postula la existencia de inteligencias independientes, no fue respaldada por los datos de ClearerThinking.org.
Las habilidades cognitivas tienden a estar interrelacionadas, en vez de compartimentadas en áreas aisladas. El equipo también identificó que la autopercepción de la inteligencia está muy lejos de la realidad: existe una baja correlación entre la estimación propia y el IQ real.

En relación con posibles efectos negativos de un IQ elevado, Greenberg subrayó que, aunque se plantearon desventajas como mayor propensión a la miopía o aislamiento social en la infancia, la evidencia científica en ese sentido es escasa.
El verdadero problema aparece cuando el coeficiente intelectual se convierte en el eje principal de la identidad de una persona, lo que puede conllevar una visión distorsionada tanto de uno mismo como de los demás.
Bienestar, motivación y reflexiones finales
Respecto a la relación entre IQ y satisfacción vital, aclaró en Modern Wisdom que, si bien tener un nivel de inteligencia alto se asocia con mejores resultados materiales, como mayores ingresos o educación, no se observa una relación directa con la felicidad o la satisfacción personal.
El síndrome del impostor, caracterizado por la sensación de no merecer logros y el temor a ser “descubierto” como fraude, fue otro foco de análisis. El equipo concluyó que su prevalencia es similar entre hombres y mujeres y que, si bien provoca malestar, puede motivar a las personas a esforzarse alcanzando elevados niveles de desempeño.

Sobre el efecto Dunning-Kruger, la creencia de que quienes menos saben sobreestiman sus capacidades, advirtió que los gráficos de este fenómeno pueden explicarse por fluctuaciones naturales en los resultados o racionalidad ante la falta de información, más que por una incapacidad real de autoevaluación.
Sin embargo, se confirmó que la mayoría de las personas tiende a verse por encima de la media en distintas habilidades, aunque ese sesgo es menor de lo que se suele afirmar.
En sus reflexiones, Greenberg planteó la necesidad de repensar el valor que se otorga al IQ en la educación, la crianza y la toma de decisiones futuras. Concluyó que la inteligencia, aunque valiosa, no garantiza la satisfacción vital ni la felicidad y propuso priorizar valores como el altruismo para favorecer el bienestar colectivo, más allá de centrarse únicamente en la inteligencia.
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