
En la era digital, el acoso en línea se ha convertido en un fenómeno extendido que puede afectar profundamente a quienes lo sufren.
Sin embargo, según algunas investigaciones y experiencias, el impacto de los ataques digitales no radica solo en la agresividad de los acosadores, sino en la percepción y la atención que la víctima les otorga.
Comprender este principio puede ser clave para reducir el daño psicológico que provocan los llamados “trolls” en internet.
El caso de un escritor asediado por trolls
Un ejemplo concreto de esta dinámica se encuentra en la historia de un escritor citado por Time que defendió una postura controversial en redes sociales y fue blanco de un ataque masivo.
Su situación escaló rápidamente: activistas contrarios a su posición comenzaron a criticarlo ferozmente y atrajeron la atención de usuarios anónimos dedicados a provocar y acosar.
En poco tiempo, el escritor recibió insultos, amenazas e incluso mensajes sugiriéndole que se suicidara.
La reacción inicial del afectado fue pasar días enteros monitoreando las redes, leyendo cada comentario negativo y respondiendo a algunos de ellos.
Su angustia creció hasta el punto de temer ser doxxeado (que su información personal fuera filtrada) o incluso atacado físicamente. Se planteó la posibilidad de contratar seguridad privada o mudarse de domicilio.

En ese contexto, un amigo le hizo una sugerencia simple pero crucial: cerrar sus redes sociales por una semana y dejar de interactuar con los acosadores.
A regañadientes, el escritor aceptó. Pasados unos días, notó que la ansiedad había disminuido y que su mente ya no estaba atrapada en el conflicto.
Cuando finalmente reabrió sus cuentas, descubrió que la mayoría de los trolls se habían ido en busca de otro objetivo.
Este episodio ilustra una lección fundamental sobre el acoso en línea: el impacto de las agresiones digitales depende, en gran medida, de la percepción y la atención que la víctima les otorga.
Percepción: un arma de doble filo
El filósofo Edmund Husserl, padre de la fenomenología, sostenía que la realidad que importa no es la objetiva sino la que percibimos.
En otras palabras, lo que sentimos y experimentamos tiene más peso en nuestra vida que la realidad externa. Este principio es crucial cuando se trata del acoso en redes sociales.
Cuando alguien recibe un mensaje de odio, su cerebro lo interpreta como una amenaza real, del mismo modo en que lo haría si un agresor estuviera frente a él en la vida real.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, los trolls son individuos anónimos que no representan un peligro físico.
El problema es que la mente humana, moldeada por la evolución, reacciona de forma instintiva ante cualquier agresión, sin distinguir entre una amenaza en la calle y una en Twitter o Facebook.
Un ejemplo de cómo la percepción puede engañarnos es el “ejército fantasma” de trolls. A veces, basta con que una sola persona cree múltiples cuentas falsas para hacerle creer a la víctima que está siendo atacada por cientos de individuos. En realidad, el problema puede ser mucho más pequeño de lo que parece.
La atención como estrategia defensiva
Si la percepción distorsiona la realidad, la atención puede ser la herramienta para recuperar el control. Los trolls y acosadores dependen de una sola cosa: la reacción de sus víctimas.
Su objetivo es provocar enojo, miedo o frustración. Si no obtienen una respuesta, su interés se desvanece.
Este principio es la base de la regla más citada en el manejo del acoso digital: “No alimentes a los trolls”. No responder es, muchas veces, la estrategia más efectiva para desarmarlos.

Más allá del caso puntual de los trolls, manejar la atención puede ser una estrategia útil en otros aspectos de la vida.
El escritor que sufrió acoso en redes, por ejemplo, aplicó la misma técnica a otras áreas de su vida: después de informarse sobre el consumo de alcohol, cambió su percepción sobre la bebida y decidió evitarla; al darse cuenta de los sesgos en su medio de comunicación favorito, optó por dejar de seguirlo.
Aprender a dirigir la atención de manera consciente puede ayudar a evitar la manipulación y el estrés innecesario.
Un problema colectivo con soluciones individuales y sistémicas
Si bien el autocontrol de la percepción y la atención son herramientas poderosas para enfrentar el acoso digital, no significan que el problema deba recaer solo en la víctima.
Las redes sociales y los gobiernos tienen un papel clave en la regulación de comportamientos abusivos en internet.
Algunas plataformas han implementado filtros para reducir el impacto de los comentarios tóxicos. Sin embargo, estos mecanismos todavía son insuficientes y muchas veces terminan favoreciendo la viralización del contenido conflictivo.
Al mismo tiempo, las leyes contra el acoso digital varían en cada país y, en muchos casos, aún no están a la altura del problema.

El acoso online seguirá existiendo mientras haya personas dispuestas a actuar con crueldad desde el anonimato.
Pero para quienes son blanco de estos ataques, la mejor defensa puede ser un cambio de perspectiva: entender que los insultos y amenazas virtuales solo tienen poder si se les concede importancia. Ignorar a los acosadores y retirarles la atención es, muchas veces, la mejor manera de hacerlos desaparecer.
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