
Sin temor a compartir su mochila personal, él se exhibe tal cual es, un actor atravesado por las emociones. Previo a iniciar su charla con Teleshow, y desandar los secretos de la obra Empieza con D, 7 letras, Eduardo Blanco reconoce el trabajo que hizo, a lo largo de los años, para abordar la vulnerabilidad y las relaciones en escena. “Hice muchos años de terapia, trabajé la culpa. En las grandes ciudades uno anda a una velocidad que no te permite parar a repensarte un poco”, confiesa.
Actualmente, Eduardo se encuentra protagonizando dicha comedia romántica llena de matices y humanidad, junto a la actriz Fernanda Metilli. En ese sentido, el artista desmenuzó los detalles del argumento, el tono y el inconfundible sello de Juan José Campanella en esta puesta.

Eduardo Blanco advierte sobre la importancia de encontrar espacios de respiro, teniendo en cuenta que el escenario profesional y lo íntimo aparecen trenzados a cada paso: “Primero acudí a terapia porque realmente me sentía conflictuado, con algunos temas que no había podido resolver, y fui por eso. Pero después, una vez que eso se acomodó, seguí mucho tiempo con esta intención, de tener un espacio donde poder detenerme y mirarme un poco”.

La conversación, calmada y profunda, transita desde el oficio actoral a la vida íntima con naturalidad: “Intento no perder eso de jugar en serio, porque me parece que es la base de lo que me gusta hacer: transmitir emociones y contar historias”, afirma convencido, conectando el arte con el lado más humano. Y acerca del amor, en la ficción y más allá, lanza una de esas frases tan suyas, plenas de sencillez y verdad: “Para esto no hay explicación, eso es el amor, en todo caso. El amor se encuentra, no se busca”.
El valor de la introspección y la terapia en la carrera actoral
—¿La terapia sirve para actuar?
—Creo que sirve siempre, en principio, no para actuar. Pero inevitablemente, si hacés una buena terapia, creo que adquirís un conocimiento mayor de vos mismo, y eso sí te sirve para la actuación. En la medida que puedas conocer tus resortes, que puedas investigar en las emociones humanas dentro tuyo, eso suma.

La búsqueda de la verdad en la actuación
—¿Qué pensás sobre lo que ocurre cuando un actor llora o vive una emoción en escena, para ser creíble?
—Yo intento hacerlo todo de verdad. Una verdad ficcional, claro. La pregunta que yo me hago muchas veces es: ¿Cuál es el límite de esa verdad? Porque por supuesto que hay un límite.
—¿Existe un punto donde la ficción se confunde con la realidad?
—Recuerdo hace años haber visto una película donde en una escena había una felatio real. Y yo me pregunté: ¿Cuál es el límite de esa verdad ficcional? Para mí ese es un límite. Yo no necesito ver en una película que no es por..., explícitamente un acto sexual, digamos. Hay millones de formas de contar sin mostrar todo. No lo digo desde ningún lugar moral.
—Para vos, ¿cuál es el rol del actor ante estos límites?
—Yo reflexiono sobre mi tarea, sobre la actuación. Para mí, estamos contando una verdad ficcional. Hay una generación donde no es el arte de la mentira sino la búsqueda de la verdad, y dentro de ese juego busco hasta dónde puedo llegar para que la gente se sienta identificada. Es jugar de verdad el juego ficcional.
—¿Y cómo cuidás de no quedarte “adentro” del personaje?
—Cuando era chico jugábamos a que la escoba era un caballo. Y mientras jugaba, era un caballo. Pero cuando terminaba, volvía a ser una escoba. Si seguía creyendo que era un caballo, estaba para internar.

Detrás de la comedia y las historias de amor
—¿Cómo describís Empieza con D...?
—Es una historia divina, impensada, como la vida. Si te gustan las historias de Campanella, vas a ver que la escribió con su mujer: hay una mezcla de hombre y mujer muy buena. Es la historia de una pareja rara, un señor recién jubilado, recientemente viudo, que conoce a una mujer veintipico de años más joven que él.
—¿Qué tiene de especial la mirada de Juan José Campanella en esta obra?
—Es una comedia dramática que tiene mucho humor. Juan, por lo menos en sus historias propias, no concibe la vida sin humor. Explora mucho los vínculos, y en esta obra hay otros personajes: el hijo de él, el exmarido de ella, las circunstancias que rodean a cada uno. Uno es lo que es en relación a sus circunstancias.
—¿Qué representa el amor en esta obra y cómo se diferencia de lo convencional?
—Son dos vulnerabilidades que se encuentran. Para esto no hay explicación, eso es el amor en todo caso. Se cruzan justo cuando tenía que ser, porque si no, tal vez nunca se encontraban. Es así: el amor no siempre es lógico.
—¿La trama dialoga con el presente de muchas personas?
—En la obra se habla mucho de vínculos actuales, hasta hay bromas sobre Tinder, pero la lectura final reivindica el contacto persona a persona. Por más que hablemos de aplicaciones, hay una reivindicación fuerte del encuentro real.

El amor en la vida real y en el escenario
—¿Cómo ves el regreso al amor después de los 40 o de una relación larga?
—Es cierto, que algunos casos para una mujer de cuarenta, después de una relación de diez años donde depositó muchas expectativas… volver a salir al “mercado” es otro escenario. No es lo mismo que tener treinta, pero… yo a mi mujer actual la conocí en Palermo, caminando.
—¿La diferencia de edad influye cuando se trata de un vínculo verdadero?
—Ella es mucho más joven que yo. Mi primera mujer era más grande que yo. No tengo tema con la edad. Los encuentros son humanos, por supuesto que el envase importa, pero si hay un encuentro humano, la relación prospera.
—¿Y sobre las aplicaciones y el “nuevo mercado” del amor?
—No entiendo ese tipo de aplicaciones, no las uso para eso. Pero la obra habla de eso y reivindica el contacto persona a persona.
—Y para que ese encuentro ocurra, ¿hace falta estar preparado?
—Yo creo que sí. Para encontrar el amor, hay que estar preparado para que eso suceda. Cuando estás muy obsesionado, no lo encontrás. Se pueden encontrar cosas circunstanciales, pero aquello que puede perdurar y construir algo, es otra cosa.

Entre el teatro y el cine: Proyectos, gira y el vínculo con el público
—¿Hasta cuándo siguen con Empieza con D?
—Hasta el siete de diciembre estamos este año.
—¿Y después? ¿Qué planes hay para el año que viene?
—No sabría decirte. Imagino que sí, pero no lo sé todavía. No sé si iremos a Buenos Aires o haremos gira, pero la obra no termina el año que viene. Seguramente haremos gira. Mi fantasía es también llevarla a España, vamos a ver.
—¿Cómo surgió la posibilidad de llevar la obra al cine?
—En la semana del estreno, un productor español que es coproductor de muchas películas de Juan (Campanella), Gerardo Herrero, vio la obra y enseguida nos ofreció hacer la película porque le fascinó. Nosotros recién la estábamos empezando en teatro y ya surgió esa chance.
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