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A Solas con Gastón Pauls

Había una vez un chiquito que gambeteando preguntas y “tantos vacíos”, tal como había crecido, llegó al filo de la mesa en una reunión familiar. Tenía trece años y el imperioso impulso de beber los restos de alcohol en los vasos de todos los invitados. Borrachera precoz y “días de angustia” rematarían el cuento, pero no el camino. A priori, “curiosidad”. Desde este lado de la historia, y ante los ojos de este “sobreviviente”, no fue más que “soledad e incertidumbre”. Una suerte que Gastón Pauls (53) no podría sacudirse por más de veinte años. Así inicia esta charla reflexiva y concluyente sobre la otra anatomía de su consumo problemático: la de los contextos.

Gastón Pauls (53), a sus
Gastón Pauls (53), a sus trece años, junto a su hermano menor, el actor Nicolás Pauls (51)
Gastón Pauls (53, derecha), preadolescente,
Gastón Pauls (53, derecha), preadolescente, en compañía de su hermano y colega, Nicolás Pauls (51)
Gastón Pauls (53) y su
Gastón Pauls (53) y su hermano menor, el actor Nicolás Pauls (51)

1985. “’¿Qué es eso que hacen los adultos que les alegra la noche, que los relaja, que los convierte en personas a las que no les cuesta nada expresarse y hasta más encantadoras con los niños?’, pensé. ‘Yo quiero esa seguridad. Vamos a probarlo. No conozco las contraindicaciones… Nadie me las dice. Y, después de todo, si los grandes lo hacen debe estar bien’. Esa fue mi primera lectura de aquel episodio”, expresa hoy, teniendo a mano la más certera. Fueron tiempos de un “entorno cambiante”, dice respecto de “los nuevos noviazgos de mis padres”: el actor Axel Pauls (1933-2009) –pareja luego de Mirtha Busnelli (79)– y la artista plástica Marina Guerrero, quienes se habían divorciado cuatro años antes, tras diez de matrimonio. “Por mi cabeza pasaba un constante: ‘¿Dónde estoy yo en este nuevo mapa de adultos?’”. Y es aquí que planta bandera de una cavilación que le resulta “por demás que interesante”.

Gastón Pauls a mediado de
Gastón Pauls a mediado de 1972, en brazos de su madre, la artista plástica Marina Guerrero
Gastón Pauls, 1974
Gastón Pauls, 1974
Gastón Pauls en faldas de
Gastón Pauls en faldas de su madre, la artista plástica Marina Guerrero
Gastón Pauls a sus 4
Gastón Pauls a sus 4 años

“Muchas veces, frente a las dinámicas de la diaria y la locura de los mayores, tan ocupados resolviendo sus existencias, hay un chico levantando la mano para decir: ‘¡Ey, aquí estoy! Están pasándome cosas… ¿Con quién las hablo? ¿Con quién las comparto?’”, diserta Gastón. “Y tal vez ese fue mi caso. Un pibe inseguro, tan hacia adentro y con el autoestima por el piso, que pensó: ‘Si nadie viene a mi mundo, me meto yo en el de ellos. Porque ahí brindan, beben, se divierten… Existe algo que les funciona muy bien”. En definitiva, “de eso se trata la adicción”, señala. “Con las sustancias, con las compras, con las cirugías…Incorporamos algo externo que nos signifique esa tranquilidad que internamente no estamos teniendo”. Sí, fue un “pibe feliz”, tercero de cinco hermanos –Cristian Pauls (68, actor, guionista y director de cine), Alan Pauls (66, escritor y periodista), Nicolás Pauls (51, actor) y Ana Pauls (38, actriz)– en ese hogar de clase media con “padres que han sido lo que quisieron ser, fomentando la libertad de acción y elección”. Pero también con “demasiado diálogo interno e inquietudes varias en la cabeza y en el alma” y la “imposibilidad de articular las palabras para exteriorizar ese ‘¿a dónde voy con todo esto?’”

La idealización de aquella otra dimensión –“que por un rato me relajó”– se diluyó en angustia. “Me sentí fatal. Vomité una vida. ¡Vi el lado B del asunto! El lado oscuro de la luna. Esa historia no contada. Lo que en las publicidades de alcohol, con gente feliz y bien vestida en casas modernas, sintetizan en un mínimo ‘beber con moderación’ o el ‘prohibido la venta a menores de dieciocho años’. Y, lo que es peor, leído a velocidad luz en las radiales… ¿Por qué lo hacen? ¿No está bueno que entendamos? Ah, pero la venta luminosa sí debe quedar clara”, analiza Gastón. “Aunque, en mi caso y muy tristemente, ya estaba el germen de la adicción que, precisamente, es ‘lo no dicho’. Y, además, la negación de esos efectos secundarios”, define. “Con esto quiero decir que no todo el que toma alcohol es adicto; Pero el adicto que toma y termina mal, vuelve a elegir hacerlo. Una y otra vez… La locura”.

Gastón Pauls en su primera
Gastón Pauls en su primera juventud
Gastón Pauls cargando a su
Gastón Pauls cargando a su hermana, Ana Pauls

1989. Su carrera, y mucho menos el éxito que vendría con ella, no era siquiera fantasía para Pauls. Tenía diecisiete años y apenas unas horas de boliche, cuando recibió de regalo esa primera dosis de cocaína “que entró en mi nariz con tal efervescencia, excitación y tanto poder, que bloqueó por completo las dudas e inseguridades que me asediaban desde chico”, recuerda. “Quise hablar con todas las chicas, invitar tragos en la barra, poner canciones en la cabina. Hasta que se fue el efecto y apareció esa otra cara. Volví a quien me había dado a pedirle más. Entonces me dijo: ‘Pagála’… Y sí, son esas alarmas que el adicto no escucha. Porque el precio jamás será una cuestión económica. Siempre se paga con sangre, tiempo, dolor y ausencias”, asegura. Ese fue el tope de escala en esa “búsqueda de ser yo, aceptando lo que soy”, de lo que hoy supone se trató ese transitar, que “inició con el alcohol y siguió con la marihuana” en su incipiente adolescencia. No quiere dejar fuera el factor “imantación”, como llama a “esa cuestión química y vibracional” que nos lía a gente afín. “No fue casual – advierte–, la cocaína no apareció cualquier noche. Llegó en esa, en la que yo ya estaba en pedo y fumado”.

Gastón Pauls a sus 22
Gastón Pauls a sus 22 años, protagonista de “Montaña Rusa” (Canal 13, 1994)
Gastón Pauls a punto de
Gastón Pauls a punto de saltar a la fama

Eran demasiadas las preguntas que pedían a gritos “respuestas instantáneas” a cuestiones demasiado “existenciales, filosóficas y humanísticas”, describe. “’¿Qué estoy haciendo acá?’ es algo que todavía hoy, a mis cincuenta y tres, sigo planteándome. Seguramente porque quiero conocerme más en la genuinidad”. Se cansó de escuchar “¡Viví y déjate de joder!” en todos sus entornos y a todas sus edades. “¿Qué quiero para mi vida? ¿Dónde quiero trabajar? ¿Quién quiero que sea mi pareja? ¿Qué me gusta? ¿Qué me da placer? Cosas que me pregunté desde mis ocho años”, cuenta Gastón contextualizando el inicio de los “sensibles ‘80s”, cuando no todo podía ser cuestionado. Entonces recuerda esa vez en la que, en el aula de segundo grado, preguntar “¿Por qué quitan el petróleo de la tierra? Si está ahí, por algo debe ser”, le valió una visita a la dirección acusado del intento de confusión a sus compañeros.

Gastón Pauls en sus primeros
Gastón Pauls en sus primeros años de escuela primaria

Pero ese niño iba mucho más allá con demasiados y precoces cuestionamientos que apuntaban, por ejemplo, a la sexualidad y el verdadero significado de la libertad. “Al inicio de cada año escolar, a mí me daban el Manual Kapeluz o el Estrada, diciéndome: ‘Aquí están todas las respuestas a todas las preguntas que te haremos durante el año’. Esa era, en gran parte, la educación social: ‘¡No te hagas más preguntas!’. Por eso ha costado tanto que los seres humanos sean libres política, ideológica y sexualmente”, reflexiona. “Al inicio de cada año escolar, a mí me daban el Manual Kapeluz o el Estrada, diciéndome: ‘Aquí están todas las respuestas a todas las preguntaras que te haremos durante el año’. Hasta que en un momento me dije: ‘Tengo que dejar de hacerme preguntas’. ¿De qué manera? Bloqueándome. Consumiendo una sustancia que rellenase, aunque ficticia y momentáneamente, todos esos vacíos. Fue entonces que limité mi curiosidad a un único interrogante: ‘¿Dónde hay más?’

2000.Sitúa en Mar del Plata el pin de ubicación de su primer gran cachetazo. Por entonces protagonizaba Porteños (de Manuel González Gil y Daniel Botti) en el Corrientes, éxito compartido con Gabriel Goity (64), Daniel Fanego (1955-2024), Horacio Fontova (1946-2020) y Osvaldo Santoro (77). “Recuerdo que eran las siete, tal vez ocho de la mañana. De esas mañanas sin noches, porque perdía la cuenta de los días sin dormir”, relata. “La cocaína, que hoy me suena a mentira absoluta, a farsa vergonzosa, llegó a ser todo para mí. Todo. Nada me importaba más que conseguir la mejor y saber qué tan rápido me la traerían”, revela. “De repente reaccioné que no sólo había tomado cocaína todos los días desde hacía un mes, sino también que había subido al escenario en ese estado. ‘Algo no anda bien’, me dije. ‘Esta situación se me está yendo de las manos’.” Entonces entendí esa frase que había escuchado por ahí: “‘El infierno va quemando de a poco’. Sí. Pero el infierno es frío. Quema de frío. Es un sitio inhóspito. Sin miradas. Sin abrazos. Sin palabras de aliento. El infierno es sentirte realmente solo”, describe. “Me vi atado de manos, como atrapado en un chaleco de fuerza que no me permitía mostrar quién era. Provocando que cada vez fuese menos yo. Supe que definitivamente había perdido el control. Aún así, seguí consumiendo por casi ocho años más”.

2007. Dieciocho films (tal vez veinte) ya lo habían instalado en el podio de los talentos de exportación. Y, para entonces, era el Mejor Actor en los Festivales de Cine Latinoamericano de Biarritz (por Nueve reinas, 2001) y de Trieste (por La fuga, 2006). Paradójicamente, rodeado de luminarias, directores demandantes y amigos (del campeón y de los otros), Gastón nunca se sintió tan solo. “Voy a decir la verdad, que a mí me librera diariamente”, anticipa. “Seguramente una de las películas más exitosas que hice fue Nueve reinas (de Fabián Bielinsky) y hay veces en las que llegué a rodar sin dormir, después de días de consumir. Así la hice”, revela. “Y Ser urbano (Telefe, 2003-2004), que en televisión llegó a medir treinta puntos, también grababa en el mismo estado. Es más, la primera vez que entré a una cárcel para hacer una nota, estaba puesto. Lo que hoy pienso es: ¿Por qué? Si yo estaba en el mejor momento de mi vida profesional y expresiva”, se pregunta una vez más. “Quizás porque nada de eso terminaba de definirme. Quizás por la presión de que querer hacerlo bien. Quizás, y en definitiva, porque era parte de la búsqueda”.

Gastón Pauls (53), Ricardo Darín
Gastón Pauls (53), Ricardo Darín (68) y Leticia Bredice (50) en una escena de Nueve Reinas (2000, Fabián Bielinsky)

Entre tanto de los ‘quizás’, cita un factor de peso específico respecto del “bucear” en el dolor que proponía Ser urbano (Telefe, 2003). Recuerda la vez en que, inmerso en un barrio durante la grabación de una “desgarradora” entrevista, una chiquita le “tocó el alma”. Como parte de la dinámica de cierre, los vecinos pudieron plantearle al conductor diversos interrogantes. “Y ya para el final, la nena levantó la mano para hacerme una última pregunta: ‘¿A dónde te vas cuando te vas?’, dijo.” Ella se refería al plano típico del ciclo que encuadraba mi ‘ida’ en plano abierto. Pensé: ‘¡Wow!’ Solo yo sabía que me iba a casa a seguir consumiendo”, cuenta. “Es que, el lunes entraba en una morgue. El martes entraba en un hospital oncológico. El miércoles entraba en un psiquiátrico. El jueves entraba en una casilla donde había niños comiendo ratas. Y, al fin del día, yo llegaba maquinando: ‘Tengo que silenciar todo esto porque voy a enloquecer’”, relata. “Alguna vez compartí eso que sentía con Juan Castro (1971-2004)”, rememora haciendo referencia al conductor que, mientras diseñaba su mítico Zoo (América, 1996) lo convocó para hacer dupla, visionando en él cierta sensibilidad para lo social. Pero Pauls “no estaba listo”, señala. “Sabía que en algún momento conduciría, pero no era ese”. En fin, “una noche, en algún boliche, Juan me dijo: ‘Tenemos que juntarnos para encontrar el modo de seguir viviendo con todo esto que vemos’”. Dos meses después, estando yo en México, recibí la noticia de su muerte.

Gaston Pauls abrió su corazón
Gaston Pauls abrió su corazón en la entrevista A Solas con Sebastián Soldano

Gastón linkea este hecho con otra tragedia, el suicidio de su admirado Fabián Polo Polosecki (1964-1996), “sin dudas el pionero de un estilo, una energía o un legado que Juan y yo intentamos continuar”, indica. “¿Soy un sobreviviente de eso? Sí, lo soy”, concluye. “Evidentemente, al meterme esa sustancia de mierda en la nariz, yo también estaba buscando los lugares más oscuros del alma humana. Y estoy convencido de que sobre ese camino existió la voluntad de saber si era capaz de encontrarme a mí mismo en tanta oscuridad”, estima. No tardará en desenfundar una frase que, según dice, siempre le ha encantado y que resulta perfecta para encuadrar este concepto: “Solo se encuentra el que, varias veces, ya se perdió” (de Viento a favor, de Fonambulista). Entonces, “había una ecuación que yo quería cumplir”.

El 29 de diciembre, fecha grabada a fuego en el calendario de su historia, definió su vida o, al menos, la continuidad. “Lo recuerdo como un mismo día de ciento veinte horas, porque todo comenzó el 24 a las nueve de la mañana. Fueron cinco las noches continuas en las que nunca dormí”, relata Gastón. “Una gran noche en la que pude ver sombras en la oscuridad absoluta”. Describe una habitación lúgubre. Una ventana con persiana rota. En la puerta casi sellada, “una mirilla tapada por mí mismo para que no se filtrase ni un hilo de luz”. Un balde cercano para evitar ir hasta el baño, “por el peligro que sentía latente”. Su perro agazapado en un rincón, “yéndose de mi lado, como desconociéndome”. Dice haber buscado la muerte. “Mi hígado se hinchaba. Mi cara se hinchaba. Me miraba al espejo y decía: ‘Voy a morir’. Pero compraba más”, recuerda. Así pasó varias horas: acostado, tapado hasta los ojos, “tomando merca, litros de whisky y fumando como doscientos cigarrillos”. Ese búnker diseñado por la paranoia del adicto, “fue mi guarida, mi propio ataúd”, define a la distancia. “Puedo jurar que, aún así, en un negro total, vi cosas que se movían, que hablaban y que no estaban nada buenas”.

Gastón Pauls y Sebastián Soldano
Gastón Pauls y Sebastián Soldano

Permaneció así, tal cual describe –en ese contexto de consumo obsesivo “sintiendo que mi alma se iba”– durante algo más de veinticuatro horas. “Lloré muchísimo”, recuerda. Llamó a su dealer y pidió más. No sabe cómo ni por qué, pero escapó sin rumbo ni propósito. “Me metí en mi auto, estacionado por ahí, y permanecí ahí casi otro día entero. Tomando y ansiando secuencias tales como “prefiero que me roben el coche y tiren mi cuerpo por ahí”. Pero las vueltas de su cabeza lo redirigieron nuevamente a su casa. No pudo entrar, alguien había entrado antes que él y la llave, puesta en la cerradura, le impedía abrir. “Entonces, se me ocurrió meterme en un cine a terminar de consumir lo que me había quedado”, relata.

“De repente y casi en bolas, como estaba, caminé hacia ‘ese cine’. Yo quería morir ahí. Soy actor, me parecía una idea hasta romántica”, cuenta. “Pero no logré entrar… ¿Por qué? Porque no había cine. Donde yo creía verlo, con su fachada perfecta y su marquesina luminosa, había una farmacia en ruinas, cerrada hacía veinte años”. Pero de camino, una epifanía se hizo sitio en una mente convencida de que el mundo le haría daño. “Pensé: ‘Yo no voy a morir en un cine. Yo voy a morir en casa. Porque escuché con claridad una voz que me decía: ‘Volvé a casa’”. Es así que hilvana el recuerdo de estar viendo a Fito Páez (62) en el Gran Rex. “Él estaba interpretando ‘Yo vengo a ofrecer mi corazón’, y en el momento de cantar la frase ‘Hablo de cuidar, ésta, nuestra casa’, recorrió con sus manos todo su cuerpo. Claro, ésta es nuestra casa”, suelta señalándose el suyo. “Entonces volví” y el golpe de puerta sería el inicio del fin.

Gastón Pauls relató el momento
Gastón Pauls relató el momento más dramático de su vida (Maximiliano Luna)

“Sin dudas, el 29 de diciembre no debía ser una fecha para llorar ni para llorarme”, subraya Gastón en esta pertinente interrupción de su relato. De haber muerto ese día, hubiese dejado una efeméride trágica para mi familia, para mis amigos y para Agustina, por entonces mi pareja”. Así aparece Agustina Cherri (42) en este cuento, como lo hizo detrás de aquella puerta aquella noche, minutos después de las ocho, “con los ojos más tristes que vi jamás”, define. “Ella tuvo otra actitud. Reaccionó conmigo de un modo diferente. Supo cambiar la metodología en el abordaje de esa situación”, relata. “No se enojó. No me retó. No me interrogó. Ni siquiera me contuvo. Solo se dirigió al cuarto, se acostó y siguió leyendo Demian, de Herman Hesse. Y ahí estuve yo, a los pies de la cama, pidiendo perdón. Prometiéndole, una vez más, que no volvería a consumir. Pero no había respuesta, ni siquiera un gesto… Tal era su indiferencia que llegué a pensar que estaba muerto: ‘Claro, no me ve ni me escucha’”, recuerda “Después de un rato largo de súplicas y disculpas, algo me dijo que podría perderla para siempre. Entonces, y por primera vez, fui capaz de gritar: ‘¡Estoy enfermo! ¡Necesito ayuda!’ Y fue recién ahí, que ella me miró”.

Pauls abre un paréntesis para referirse al ‘Don de la desesperación’, un concepto neurálgico en las charlas de prevención (ya lleva 740) con y por las que recorre el país desde once años. “Desesperar es perder el control. Es ‘no voy a poder con la oscuridad’, ‘voy a morir de sobredosis’… Y ese ‘detectar que el control se nos fue de las manos’ y que para retomarlo es necesario pedir ayuda, es a lo que llamamos ‘don’. El don de entender que hay que tomar otro camino alternativo para estar bien. Que se llegó a un extremo en el que más es caer en cana, en la cama de un hospital o en la fosa de un cementerio”, explica. Gastón encontró el don. Y esa noche, “Agustina sacó una tarjetita de su agenda y solo me dijo: ‘Llamá a esta mujer, trabaja con adictos’”. Se trataba de la Lic. en Psicología Cristina Arando, madre de Marcela Kloosterboer. “Ella me contuvo. Me enseñó que había otro rumbo posible. Y entonces, aquí viene lo más difícil para un adicto y, al mismo tiempo, lo más lindo que pueda pasarle: confiar en otro ser humano”, asegura Pauls. Después de dos décadas de brillo profesional y soledad personal, estaba a punto de recibir la mejor y más importante de las ovaciones. Fue en el contexto de su llegada al grupo de recuperación. “Detrás de esa puerta, que atravesé aterrado, había treinta personas recibiéndome con el más cálido silencio. Cuando me dijeron ‘Bienvenido, Gastón, ya no estás solo’ y estalló el aplauso, se me aflojó todo. Entendí que había sido el aplauso más genuino de mi historia. No tenía que ver con el ingenio de un guionista o la habilidad de un director, sino con la propia decisión de salvar mi vida”, reflexiona. Supo que “había encontrado un lugar” y la siguiente frase, lo reconfirmó: “Vamos a quererte hasta que vos aprendas a quererte”.

Once años después del final de su relación (de siete) con Cherri, Gastón define su amor como “inmenso”. “Nuestro amor es inmenso”, corrige de inmediato. Dirá que el hecho de que dos personas deban estar unidas de por vida le resulta racionalmente imposible de digerir. Porque “así como no existen dos días iguales, tampoco somos los mismos a lo largo de la vida”. Pero rescata algo “valiosísimo”, al menos para él: “Que los dos seguimos avanzando juntos, en familia. Llevando a nuestros hijos de la mano y soltándolos cuando creemos”, destaca. “Nos conocimos a principios de 2007, el año más crítico de mi historia. Y con ella entendí y aprendí qué es el amor, el compañerismo y la paternidad. Porque siempre intuimos que seríamos padres. Hoy es mi gran amiga. Mi confidente”, remata. “En definitiva, no concibo ninguna otra forma de relacionarme con la madre de las dos personas más importantes de mi vida que no sea con encuentro y con respeto”.

Gastón Pauls (53) y Agustina
Gastón Pauls (53) y Agustina Cherri (42) con sus dos hijos, Muna (16) y Nilo (13)

No. Ese 29 de diciembre de 2007 no podía morir, “el plan de Dios era otro y más lindo”, asegura. Porque catorce meses después, sería padre por primera vez. “Fue una gran bendición para mí haber estado totalmente limpio y plenamente consciente durante las gestaciones y los nacimientos de mis hijos. Algo que me hizo sentir finalmente libre… Ese instante se llama ‘dar a luz’, ¿no? La luz. Y del otro lado, toda esa oscuridad de la que te contaba. Es tan claro como eso: elegir qué sendero tomar”, infiere. Tiempo de tallar en esta charla otra de las frases que atesora. “El Flaco Spinetta (Luis Alberto, 1950-2012) decía ‘lo que está y no se usa, nos fulminará’ (de la canción ‘Elementales leches’), y siguiendo en camino de los dones, yo siempre supe que sería un buen padre”, relata. “Cuando Muna (16) y Nilo (13) nacieron, yo estaba en recuperación, dando esos pasos necesarios para recibirlos. Lo único que tuve que hacer es poner mi don a su servicio. Y, por ende, a mi propio servicio. Al de mi familia. Al de todo el mundo. Eso fue realmente valorar lo que soy y lo que tengo”.

Gastón Pauls (53) y sus
Gastón Pauls (53) y sus hijos, Muna (16) y Nilo (13)

Charlamos respecto de cómo se abraza a un hijo después de su experiencia. “Con más libertad”, dispara sin dejar pausa. “La palabra ‘adicto’, más allá de ‘lo no dicho’, se usaba en la antigua Roma para denominar a los ‘esclavos’ por deudas u otras cuestiones. ¡Esclavos! Así que, desde este lado de la reja, no hay otra forma de encarar la vida”, explica Gastón. “No encuentro mejor forma de educarlos que con consciencia absoluta sobre eso. Los abrazo y los contengo sin prohibiciones, pero con comunicación y verdad para que accionen del modo más sensato. Me propongo darles información sobre adicciones varias, la sexualidad, Dios, las religiones… Toda la que pueda para que tengan herramientas sólidas al momento de tomar esas decisiones personales que, naturalmente, a mí y a su madre nos exceden y nos excederán siempre”, manifiesta. “Mis hijos están muy al tanto de mi historia, nada de lo que estamos charlando en este momento los sorprendería. Eso era algo muy importante para mí: que tuviesen mi verdad mucho antes que los medios".

Gastón Pauls (53) y su
Gastón Pauls (53) y su hija Muna (16)
Gastón Pauls (53) y Muna
Gastón Pauls (53) y Muna (16), su hija

Lo recuerda como una sucesión de “dialoguitos casuales y muy orgánicos” que escalaban en detalles a la par del crecimiento. Habla de Muna (16). De sus seis años. Y de su primer interrogante: “¿Qué haces en el grupo al que vas?”, dijo. “’A hablar de mí: de lo que siento, de lo que me pasa’, le respondí. Al tiempo volvió: ‘¿Y por qué hablás de vos?’ ‘Porque durante años, hubo algo que me hizo muy mal’ Más adelante: ‘¿Qué te hacía tan mal?’ ‘Como a mucha gente el cigarrillo o el alcohol, a mí me hacía mal la cocaína’ Claro que no descansó hasta saber qué era y qué efectos causaba”, cuenta. “Algunos me dicen: ‘¡Ey, pero qué crudo… Contarle eso a una criatura!’ Y no, es mucho peor no darle información a un pibe. Sobre todo en una sociedad en la que el consumo comienza, muchas veces, en la infancia”, destaca.

Gastón Pauls (53) y sus
Gastón Pauls (53) y sus hijos, Muna (16) y Nilo (13)

Dice que “la paternidad es una manta corta. Cuando querés taparles los piecitos para que no tengan frío, le destapás el pecho. Le tapás el pecho y ‘ok, pero me descuidaste los pies’. Por lo que, indefectiblemente, algún día Muna (16) y Nilo (13) tendrán un ‘¿Qué pasó, viejo? ¡La pifiaste con tal cual tema!’ Y está bien. Solo somos padres, no próceres”, suelta con gracia. Pero hay algo que esa manta siempre abrigará: “La autoestima”. Un issue de su infancia que hoy lo persigue convertido en lección o en salvedad. Y no sólo de cara a sus hijos, sino también a los niños y adolescentes que nuclea en su fundación: La Casa de la Cultura de la Calle. “Estamos muy ocupados en promover la educación emocional, que tanta falta hace en las escuelas y resulta un eje valiosísimo en la prevención de las adicciones”, sentencia. “A mí, y perdón por la expresión, me chupa un huevo que mis hijos memoricen en qué año Cristóbal Colón vino a reventar América. Lo que no me da igual es que aprendan a gestionar sus emociones. Que sepan qué hacer con la tristeza, con la ira, con la ansiedad… Un pibe que puede escucharse y compartir lo que le pasa, es menos propenso a ser adicto”.

Gastón Pauls (53), Agustina Cherri
Gastón Pauls (53), Agustina Cherri (42) y sus dos hijos, Muna (16) y Nilo (13)

No podrá cambiar de tema sin dejar de imprimir orgullo, en sus comentarios, por la vocación “y el convencimiento” que despuntan sus hijos. Me emociona terriblemente ver a Muna cantar lo que compone y a Nilo brillar con su actuación en Margarita, por ejemplo”, comenta. Claro que también ha sido un debate familiar liderado por dos padres que de medios, algo conocen. “Ante el desborde de entusiasmos, paramos la pelota y dijimos: ‘Che, a ver, ¿cómo acompañamos?’ Y lo hacemos muy pacientemente, con algunos límites que marcan el ‘por ahora, hasta acá’”, relata. “Pero… ir caminando con Muna y que nos paren chicos de trece, catorce, dieciséis años para pedirle una foto, es muy gratificante. Exploto de orgullo”, cuenta. “Lo gracioso es que más de un padre avergonzado me ha dicho: ‘Disculpá, no te conocen…’ Y terminamos riéndonos juntos”. Pauls se emociona. Y explica por qué. “Ninguno de mis hijos copian fórmulas. No se suben a la moda o ‘a lo seguro’. Y eso es lo único que yo quería, que desplegasen sus dones. Que cada uno aporte su nota firme y personal en este gran piano del universo. Solo así la melodía será siempre hermosa”.

Gastón Pauls, hoy líder de
Gastón Pauls, hoy líder de la Fundación Casa de la Cultura de la Calle, en una de las 740 charlas que ya dio ante 740 mil personas

Gastón cree “en el propósito, la misión y la visión”. Ya ha conferenciado frente a 740.000 oyentes en la última década y recibe un promedio de 500 mensajes semanales solo en su cuenta de Instagram de gente agradecida y otra tanta desesperada. “Es duro. Me escriben: ‘Necesito frenar’, ‘Voy a matarme’ y me muestran un arma o la soga ya preparada… ¡Uff! Muchas veces no sé qué hacer, porque no tengo preparación académica. Y ahí voy, solo con mi alma, atendiendo, derivando, aconsejando, en la medida que puedo. A veces, de repente tardo dos días en responder y me avisan: ‘Mi hermano ya se suicidó’. Es muy pesado. Tristísimo. Pero no quiero dejar de hacerlo porque también hay mensajes como ‘hace un año que estoy limpio’, ‘pude volver a abrazar a mi hijo’ o ‘escuchar tu experiencia salvó mi vida’”, relata.

Gastón Pauls (53) en el
Gastón Pauls (53) en el rol de César Urrutia en la serie Barrabrava (Amazon Prime Video), de Jesús Braceras, que pronto estrenará su segunda temporada

Esta inmensa responsabilidad que Pauls asume y que no solo “presiona” o desdibuja días sino que además desata debates internos sobre los límites, también resulta estigmatizante en su metier artística. “Suelen acercarse productores diciendo: ‘No sabía si llamarte, porque supongo que ya no querés actuar, ¿no?’”, cuenta. Es cierto que rechazó ocho guiones teatrales, “habiendo uno que me sedujo bastante”. Pero hoy, Gastón solo se compromete con los proyectos que no interfieran con su labor en la Fundación, “porque siento que es donde debo estar”.Aun así, advierte del estreno de la segunda temporada de Barrabrava (de Jesús Braceras para Amazon Prime Video), serie en la que encarna al obstinado César Urrutia en lucha por el poder del Atlético Libertad. Y, por supuesto, su regreso a la televisión al frente de Ser humanos (América, domingos 22:30 hs.), con otros tintes y ciertas salvedades.

Gastón Pauls (53) en el
Gastón Pauls (53) en el debut de “Ser humanos”, domingos 22:30 hs. por América
Gastón Pauls (53) entrevistando a
Gastón Pauls (53) entrevistando a Nahuel Pennisi (34) para “Ser humanos”, domingos 22:30 por América

“Creo que tiene que ver con mis 53 años”, analiza. “Ya he transitado demasiado sufrimiento, mucha oscuridad, y un tanto de sordidez en los laburos que he encarado. Y si algo me queda de todo eso es el alerta respecto del posible morbo televisivo que se genere. A la especulación mediática de los relato de vida. De ser así, me niego rotundamente. A esta altura de mi historia ya no tengo ganas, ni siquiera, de ocupar ese sitio físico y energético de ‘regodeo’ del drama ante la triste utilización de las cámaras en la que, por lo general, caen los medios”, argumenta. “Hoy, con Ser humanos, quiero caminar la vereda de la luz. Contar experiencias superadoras y testimonios transformadores que enseñen sin imposiciones”, anticipa. Y aquí se clava un dilema: ¿La televisión actual, con sus nuevos cánones de consumo, está preparada para su propuesta? “Estoy convencido. Hay mucha gente con la necesidad de escuchar y ser escuchada. Después, esas cuestiones del rating me exceden por completo. Y, confieso, en algún punto me alegra que me excedan”, señala. “En este momento de tanta búsqueda intelectual y espiritual, cada vez somos más quienes creemos que desde el lugarcito que tenemos podemos dar otra mirada, cambiar vidas, dar servicio sin recurrir a un culo o a un megadrama pensando en una pauta”, concluye Gastón. “He vivido y sobrevivido lo suficiente como para estar seguro de que hay cosas con las que ya no negocio”.