La nueva Flor Peña: “Ya no necesito desnudarme para sentir que valgo”

A los 18 huyó de casa para buscarse, sin saber que la libertad sería un proceso “solitario y angustiante”. Sufrió, brilló y hasta definió qué tipo de madre sería. Le sobraron aplausos, pero faltaba la ansiada “aprobación de papá”, que finalmente llegó a los 50 y a través de una médium. Entonces, todo cambió

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A Solas - Flor Peña con Sebastián Soldano

No se había sacudido aún a Sally Bowles cuando la sorprendió en el camarín de Cabaret. Los dos sabían que él no tendría mucho más tiempo, por eso aquel abrazo cobró otros sentidos. “Entendí todo, hija”, llegó a mencionar antes del quiebre. Fue así, que en ese rincón del Liceo de alguna función prepandémica, ella inició camino hacia su “nueva versión”. Un proceso coronado meses después y “desde el otro plano” cuando, a través de una médium, Julio clavó un “perdón” en el ángulo de una espera de más de cuarenta y tres años. Y es ahí donde anidaremos esta segunda conversación a solas con Florencia Peña (50), para entender por qué este sentirse hoy “finalmente sólida en todos los niveles de mi existencia” tiene tanto que ver con la tan ansiada aprobación de papá.

Florencia Peña junto a su
Florencia Peña junto a su padre Julio y a su hermana María Belén

“Siempre le costó mucho mi independencia. Me veía divorciada y de aquí para allá con dos pibes… Yo era para él ‘la hija débil’”, cuenta Florencia respecto de su padre y de su hermana María Belén (43), “una mujer hermosa con una vida completamente diferente de la mía”, define. “Me decía: ‘El día que ya no esté: ¿Qué será de vos? No tenés a alguien al lado que te banque, que te respalde…’. Entonces yo le respondía: ‘¡Pero papi, me tengo a mí misma!’. Y aquella noche, en mi camarín, sabiendo que sería la última obra en la que me vería, se dio cuenta de que yo había podido. Que podía y que podría sola”, relata. “Sentí que, por primera vez en nuestra historia, papá se sintió tranquilo. Y nos vimos diferente”. Comenzó así una “conexión distinta” que trascendió a la muerte, aquel 27 de abril de 2020, cuando Julio partió tras dos años de batalla contra un cáncer terminal.

El inolvidable y definitorio abrazo
El inolvidable y definitorio abrazo entre Florencia Peña y Julio, su padre, tras el debut de “Cabaret” (Teatro Liceo, 2019). El ingeniero y docente falleció pocos meses después (abril de 2020)

Entre tanto de un camino espiritual que había iniciado ya tantos años antes, con génesis y efectos tan bien explicados en la primera charla que hemos tenido para este ciclo, Florencia dio con una canalizadora española a través de la cual, “mi viejo me dijo cosas que nunca había dicho en vida. Y es me hizo muy bien”, cuenta. “La médium, que lo vio sonriente, con el sweater atado en sus hombros, del modo en el que él lo usaba, soltó: ‘Tu papá me pide que te diga que estás haciéndolo muy bien y que sigue cuidándote’. Y esa siempre fue su frase: ‘Flor, aunque a vos te moleste, yo siempre estoy cuidándote’. Imaginate lo que me reí y lo que lloré al mismo tiempo”, agrega la actriz. Pero el textual definitorio, ese que sería cartel de curva, ha sido: ‘Hija, te pido perdón porque nunca supe entender tu libertad’. Finalmente, Julio estaba expresando lo que ella siempre quiso escuchar: ‘Confío en vos’. “Jamás sentí un alivio semejante”, recuerda Peña. “Porque sentí que no solo estaba refiriéndose al arte o a mi metier en los escenarios, sino también a esa honestidad tan cruda, tan brutal, con la que he luchado para conseguir todo lo que tengo en esta vida. Una vida en la que nada me ha sido fácil”.

Florencia Peña y su padre
Florencia Peña y su padre Julio, quien solía apodarla “Flopitilla” o “Tututi”
Flor Peña y su hermana
Flor Peña y su hermana Belén, junto a sus respectivos maridos, celebrando uno de los últimos cumpleaños de Julio Peña, escoltado por su adorada Norma Finoli, madre de la actri

Aquel guiño en forma de abrazo selló una etapa y calibró el foco de todo. “Se proyectaron en mi cabeza un montón de situaciones en las que papá y yo discutíamos muy fuerte”, señala Flor. “Pateé muchos tableros. Necesité gritar, manifestarme y plantear lo que sentía, creía y pensaba. En definitiva, no se trataba más que de un grito desesperado por encontrarme”, recuerda. “Durante mucho tiempo creí que necesitaba la aprobación externa para aprobarme a mí misma. Y después de tanto andar, de caerme, de levantarme, de dejarme atravesar por los dolores y alegrías, entendí que el poder está en nosotros. Que, finalmente, la batalla más importante es la que se libra con uno. Que el enemigo, el amor, la autoestima y la felicidad, siempre están aquí adentro”, explica lo bien aprehendido. Hoy dice estar experimentando “una madurez artística inédita”, quizás su momento profesional “más firme y más genuino”.

Florencia Peña (como Vivian Ward),
Florencia Peña (como Vivian Ward), Juan Ingaramo (como Edward Lewis) y Ricky Pashkus, coproductor artístico (junto con Flor) del suceso teatral “Pretty Woman”
Florencia Peña como Vivian Ward,
Florencia Peña como Vivian Ward, personaje que Julia Roberts popularizó en el cine, sobre el escenario del Astral
Florencia Peña y Juan Ingaramo
Florencia Peña y Juan Ingaramo liderando el brillante elenco de “Pretty Woman” en el mágico e icónico paseo por Rodeo Drive sobre el escenario del Astral

“Mi valoración está dentro”, dice Peña. “Tanto que hoy hablando con mi estilista, ella me dijo: ‘Estás muy recatada para vestirte últimamente. Nunca te vi así’. Y eso no tiene que ver con el recato o cierto mood señora, sino con que ya no hay nada que mostrar”, apunta. “¿Viste que hubo una época en la elegía exhibirme, desnudarme… Y eso era algo genuino. Pero también es genuina esta Florencia. La que está más tranquila”, señala. “Ya no me urge lo anárquico. No necesito la transgresión constante para sentir que valgo. Transito un gran momento de mi historia y parte de eso tiene que ver con estar poniendo el foco en lo importante”, argumenta. Sí, se refiere a su identidad artística, pero también al hecho de “mirar hacia el interior”. Porque como dice: “Mi familia es mi corazón, mi núcleo, mi pulsión de vida. Y este es tiempo de atender y disfrutar todo de eso que sembré puertas adentro”.

Florencia Peña entre sus padres,
Florencia Peña entre sus padres, Julio Peña y Norma Finoli, ex bailarina clásica.

Esta afirmación o propósito se entenderá volviendo por un rato a esa casa de los viejos de la que Florencia, con apenas dieciocho, escapó tras un portazo. Nunca tuve un guía, un inspirador, un tutor que me animase a ponerle acción a mis deseos. Alguien que me tirase un ‘¡Vamos, Flor, hacé eso que quieras sin que ninguna mirada te detenga!’ La libertad, para mí, siempre fue una búsqueda solitaria y hasta angustiante. Me costó mucho que entendieran mi necesidad. Yo era distinta, demasiado insurrecta para una estructura tan formal”, explica. “No chupaba. No fumaba. No prometía llegar a las doce para hacerlo a las tres de la mañana. Mi rebeldía tenía que ver con la expresión, con decir lo que otras no decían. Y eso a mamá le parecía un horror. Porque no entendía como yo, criada bajo la mirada de ellos, con tantos miramientos y precauciones, estuviese obstinada con correr los límites de todo. Que, en realidad, no era más que intentar ser libre”, cuenta. “Por ejemplo, y para citar alguno, tenía dos gomas así y me las operé. Fue todo un tema. Ella no lograba interpretar el ‘por qué’ de mi decisión. Tenía dieciséis y ya ni entonces me cuadraba la monogamia. No me hallaba con ese concepto. Y para una pareja sólidamente constituida durante cincuenta y tres años, eso, como otras tantas cosas, era inadmisible”, completa. “A ver, mamá, tan correcta y pituca como sigue siendo, jamás pronunció una mala palabra. Su apellido es Finoli… ¿Existe karma mayor que llamarse así y tener una hija como yo?”, bromea para echar color. “A mí se me hacía vital poder ser como pensaba y decir lo que creía, sin ningún tipo de juicios. Sin sentirme mal por no entrar en ‘la cajita’. Entonces me cansé de luchar para sacarme ese chaleco de fuerza. Y la única salida posible era la puerta de calle”.

FOTO 33: Julio Peña y
FOTO 33: Julio Peña y Norma Finoli, padres de Florencia Peña, el día de su boda en 1973

Julio Peña y Norma Finoli (82) “bancaron fuerte mi deseo de ser artista”. Y aunque “ser actriz en casa rozaba lo deshonroso” y hasta llegaron a preguntarse ‘¡¿Qué hacemos con esto?!’, no había demasiada alternativa: “El teatro era mi lugar en el mundo. Y sigue siendo el sitio en donde me despliego. Donde me conecto con mi primera elección de vida y vuelvo a ser la chiquita que le pedía a su mamá que la llevase al casting de Festilindo. Y eso se pone de manifiesto en cada función. El mundo se para durante dos horas veinte y soy una niña feliz”, explica. Sin dudas, “era mi personalidad tan desafiante lo que incomodaba a mi viejo. Y eso tal vez haya tenido que ver con lo mucho que le costó ser papá de dos hijas a raíz de su historia personal. Él había tenido un padre muy difícil y una madre que laburó mucho y la curtió poco”, analiza. “Y cuando finalmente sintió que podría tener un vínculo más cálido o estrecho, mi abuela falleció muy pronto a causa de un tumor muy invasivo en su cabeza. Nunca lo vi a papá así…”, recuerda. Y en su primer contacto desde el más allá, “él estaba con aferrado a ella, su gran amor”. Un amor que supieron compartir. Porque aquella abuela “fue una gran compañera de mi proceso como actriz, llevándome a grabar o cocinándome esos buñuelos de acelga que me volvían loca. Y sé que debe estar orgullosa de ver hasta donde llegué”, comparte.

Florencia Peña como parte del
Florencia Peña como parte del elenco de Son de Diez (eltrece, 1992), junto a Daniela Redín, Silvia Montanari, Claudio García Satur y Federico Olivera

Su matrícula en un severo y elitista colegio católico alemán de señoritas también supo ser un “intento de control”, concluye. “Para que papá pudiese ‘cuidarme’ como se proponía, yo debía ser obediente. Y en un aspecto sí lo era, pero me convertí en la sex symbol de la época”, revive sobre su éxito en Nosotros y los otros (eltrece, 1989) y Son de Diez (eltrece, 1992). Lo que trajo aparejado el ‘lado B’ de la fama. Porque en aquel ámbito, “los recreos se hacían insoportables. Me criticaban por mis piernas, por cómo llevaba el jumper, por mi estatura, por el pelo... El murmullo, los gritos y las burlas al entrar a las aulas era terrible”, relata. “Claro que nunca fui pasiva. Pero lo tomaba impávida, porque estaba convencida de que ese era el precio que debía pagar. Como si tuviese que resignarme a ese martirio para lavar la culpa por haber encontrado mi deseo tan temprano”, contó.

Florencia Peña, adolescente
Florencia Peña, adolescente
Florencia Peña, en sus tiempos
Florencia Peña, en sus tiempos de “la pechocha”, como fue apodada desde su rol en Son de Diez

Una coyuntura que, a propósito, fue al tiempo de “una mala racha económica para la familia, en la que papá tuvo que salir a dar clases de computación en una escuela para completar la entrada mensual”, cuenta Peña. “Pero cuando sus alumnos se enteraron de que era el padre de la pechocha’, todo se complicó”. Florencia se refiere a “comentarios por lo bajo” y hasta pegatinas con “las fotos de mis tetas”. Y si bien Julio contaba con un sentido del humor que bien supo legar, “llegó un punto en el que se había hecho imposible enfrentar a una clase de adolescentes”. En definitiva, agradece ese “duro transitar” porque “con esas peleas que tuve, especialmente con papá, comencé a erguirme con firmeza. A constituirme. A luchar por quién quería ser”, admite. “Claro que no soy la misma que a los dieciocho y quizás tampoco pretenda lo que ella en ese entonces, pero en ese camino de búsqueda profunda, la maternidad era parte del gran plan”.

Florencia Peña a sus dieciocho
Florencia Peña a sus dieciocho años.

Florencia se fue casa. Y el portazo tuvo un detonante que hoy evoca. “Cuando empecé a ganar plata, mi viejo, fiel reflejo de una generación que valoró ‘el ladrillo’, fue el primero en decirme que debía comprarme un departamento. Y le hice caso. Pero, desde luego, no fue el que daba con mi presupuesto sino el que valía justamente el doble y me exigía sacar un crédito bancario. En fin, las cosas por la que papá se agarraba la cabeza… Como cuando hipotecaba todo para producir mis propias obras de teatro”, explica. “Casualmente resultó ser el mismo departamento que Susana Giménez (81) le había comprado a Ricardo Darín (68) juntando todos esos puchitos que él iba dejando por ahí”, dice respecto de aquel dúplex ubicado en La Imprenta (Palermo). “Entonces se desencadenó una serie de peleas dialécticamente muy fuertes. Y eso que él suponía una ‘inversión’, era el pretexto perfecto para abrazar mi independencia total”. Y no había estado enojado de ese modo ni siquiera cuando saboteó el despertar sexual de su hija. “Eso fue una bomba”, recuerda con gracia abriendo un breve paréntesis. “Sospechaba que ese día no iría al cine y que posiblemente sería el momento de mi ‘primera vez’. Entonces me siguió hasta la casa de mi novio. Minutos después llamó por teléfono. Cuando el chico atendió, él gritó: ‘Sé que Florencia está ahí. ¡Que baje ya mismo!’ Otro gesto más de su ‘operación cuidado’”, relata entre risas.

Florencia Peña y su madre,
Florencia Peña y su madre, Norma Finoli (82)

Y un día enfrentó a mamá. “Me voy”, le dijo. A lo que Norma respondió: “¡Pero si ni sabes lavarte una bombacha!” Ella estaba muy dispuesta a aprender y “ahí empezó como una instancia rara, de idas y venidas, de traslado de cosas, de silencios, de miradas. Fue un proceso incómodo y doloroso para todos”, recuerda. “De repente entraba y mamá estaba escuchando ‘¿Qué va a ser de ti lejos de casa, nena qué va a ser de ti…?’ (Qué va a ser de ti, Joan Manuel Serrat), y la veía llorar. Y dolía. Porque una parte mía me decía: ‘Che, estás yéndote muy joven’. Todos lo sentíamos. Y papá era el más duro. No decía nada. Estaba muy molesto, conmigo y con él mismo, porque había sido quien sembró en mí la idea de tener mi sitio propio”, cuenta Flor. “Se sintió culpable. Claro que sí… Pero yo no podía mirar hacia atrás ni hacerme cargo de esos sentimientos. ¡Necesitaba romper esa estructura, para construirnos juntos desde otro lugar!

Florencia Peña, 1975
Florencia Peña, 1975
Florencia Peña a sus cinco
Florencia Peña a sus cinco años
Florencia Peña, 1979.
Florencia Peña, 1979.

No, Flopitilla o Tututi (como la llamaba Julio), no resultó ser “la hija que habían soñado” y “no cumplir con las expectativas de mis padres no dejó de ser re doloroso. Porque yo creía que no le hacía mal a nadie siendo como era”, dice hoy mirando su historia de ambos lados de la maternidad. “Siempre quise hacerles entender que aquel colegio alemán no era la escuela para alguien como yo, porque nunca fui mirada en mi originalidad. Lo mismo pasaba en casa. Teníamos una mamá, amorosa y presente, pero en versión standard para las dos. Y mi hermana y yo, aunque compartamos el humor y un amor infinito, somos muy distintas. Pero tal vez así era en ese momento del mundo en el que los padres unificaban y en el que quien se destacaba, perdía”, argumenta Florencia. Su etapa escolar también pesó. Algo así como el ‘lado B’ de despuntar la profesión a los siete años. “No encajaba. Lo pasaba mal. Así fui convirtiéndome en el blanco fácil y arrastrando a mi familia entera al bullying por añadidura. Y cuando me quedé libre por tanto trabajo, repetí segundo año… El alivio que sentí fue inmenso porque sabía que en ‘la escuela de repetidores’ tenía chances de ser un poquito más libre”, comenta. “Una vez más, la pelea solo era por ser yo”.

Florencia Peña en su primera
Florencia Peña en su primera producción fotográfica junto a Tomás “Toto” Otero, nacido en marzo de 2003

Dice haberse sentido “muy sola” entre sus veinte y sus veintiséis. “Sola conmigo, dependiendo de mí. Y no voy a decirte que no se me llenó el mundo de preguntas: ‘¿Voy a poder?’ Había días en los que no tenía para comer y otros en los que no tenía ni siquiera para salir a la calle”, recuerda. “Había decidido ya no ser la pechocha y nadie me llamaba para laburar. Quería producir mis propias cosas y no tenía un mango, entonces hipotequé mi casa y vendí mi auto para subsistir”, evoca de esos días en los que caminaba quilómetros para no ser vista en los colectivos. “Yo ya había decidido mi camino colgada durante horas de aquella valla en el casting de Festilindo. Y estaba eligiendo, del modo más crudo y más consciente, armar una vida alrededor del ‘ser actriz’. Demostrándome al mundo y a mí misma que podría hacerlo. Fue un momento caótico en el que me decía a mí misma: ‘Calma, algo va a salir’. Y creo que la llegada de Toto (Tomás Otero, 22), tuvo una finalidad: él vino a traerme orden”, asevera. Aunque esa no fue la lectura inicial de la noticia respecto de la espera de un ‘hijo del DIU’, como señala. “Yo estaba muy conflictuada con el tema. El contexto era difícil para afrontar un embarazo. Hacía El romance del Romeo y la Julieta (2002, Manuel González Gil y Rubén Pires), Alicia Maravilla (2003, José María Muscari), Poné a Francella (2001-2002, Telefe), conducía La banda de Cantaniños (2002-2003, Telefe) y, además y para colmo, estaba separándome de Mariano (Otero, 49)”, enumera ilustrando el desconcertante panorama. “Yo no elegí ser mamá”, se repetía. Hasta que una frase de su obstetra dio en el centro de la diana.

Florencia Peña y su primer
Florencia Peña y su primer hijo, Tomás “Toto” Otero, hoy de 22 años y chef emprendedor
Florencia Peña escoltada por el
Florencia Peña escoltada por el mayor de sus hijos, Tomás “Toto” Otero (22), el día de su boda (noviembre 2022)

Hoy se refiere a él como “mi gurú”. El mismo que supo atajar su llanto a orillas de la cama. “Esa noche, Ale (el Dr. Alejandro Ronchi) me dijo: ‘De no tener un hijo, podrás arrepentirte toda la vida. Pero de tenerlo, no te arrepentirás jamás’. Y, prometiendo acompañarme en cualquier elección, me invitó a reflexionarlo”, cuenta Peña. “Era tal el caos, que cerré mis ojos y pensé: ‘No hay manera de que este ser se haya abierto el camino del modo en que lo hizo y no venga con una misión. Flor… ¿Le abrió la puerta el DIU y no vas a abrírsela vos?’ Y a la mañana siguiente amanecí diciendo: ‘Quiero tener a este hijo, porque sé que trae algo hermoso para mí’”, relata quebrada. “Al principio me costó un montón ser mamá. Lo miraba y me preguntaba: ‘¿Quién es esta persona que depende de mí? No sé si puedo, si quiero, si lograré ser una buena madre…’ Y Toto fue y es un hijo increíble. Creo que desde la panza habrá entendido a lo que venía porque llegó con una calma… ¡Con una calma! No lloraba, dormía de noche… Como si me dijera: ‘Mamá, voy a hacértela fácil. Vamos a poder’”, rememora. “Lo especial del amor ‘a y de’ Toto es haber traído orden a mi vida. El hecho de plantearme: ‘Loca, hay cosas que tenés que aprender’ y sólo vas a hacerlo de esta manera’. Porque yo era muy ‘yoísta’. Es que había necesitado encontrarme durante tanto tiempo que todo era ‘yo, yo y yo’: mi trabajo, mi independencia, mi deseo… Y de repente apareció él y yo ya no era lo importante. Él fue el hijo que me enseñó a ser mamá poniendo blanco sobre negro. Me puso entre la espada y la pared. Me obligó a mirar hacia afuera. Me dio vuelta la cabeza. Me dio vuelta el corazón. Es difícil entender algunos asuntos cuando no se es madre. Y él me habló de amor incondicional. Entonces dejé de estar peleada con mi ‘ser hija’ y pude ser piadosa con mis padres”.

Florencia Peña y sus tres
Florencia Peña y sus tres hijos, Juan Otero (16), Tomás Otero (22) y el pequeño Felipe Ponce de León (7)

Después de todo, y como anticipamos en algún párrafo anterior, Florencia siempre supo que sería mamá. Sí, tal vez en un contexto más propicio, pero con una vieja y genuina elección. Y en aquel icónico y significante portazo de la casa de los viejos, ya había diseñado el tipo de madre que finalmente pelaría. “Siempre me propuse una educación que potenciara las originalidades de mis hijos”, dice escapando de aquel vetusto modelo de ‘la madre en serie’. Así fue. “En casa, cada uno come cuando tiene hambre, duerme cuando tiene sueño y nadie abre una puerta ajena que esté cerrada”, describe citando ejemplos random. Peña forjó un hogar en el que no existen normativas, preceptos ni condiciones. Aunque sí, solo hay una regla clara, universal “y exitosa para nosotros”, asegura: “Respetar la individualidad”. Entre tanto, cuenta que a Toto, que es “el más ortodoxo”, siempre le costó “todo lo que soy y todo lo que digo. De repente iba a buscarlo al colegio y él se cruzaba de vereda para no hablarme hasta llegar a casa. Pero su corazón y su cabeza fueron tan abiertos que entendió todo. Puede plantearme ‘má, no pienso como vos’, ‘no hubiese reaccionado de ese modo’… Pero siempre, siempre, termina su speech con un ‘igual te banco a muerte’. Y de eso se trata la vida, finalmente: de ser dispares encontrándose en el respeto. Siento que mis tres hijos están a la altura de ser mis hijos y yo a la altura de ser su madre”, expone.

Florencia Peña de la mano
Florencia Peña de la mano de su marido, el abogado salteño Ramiro Ponce de León (48), y sus hijos, Juan Otero (16), Tomás Otero (22) y Felipe Ponce de León (7)

“Yo parto de la base de que ser familia no tiene que ver con lo sanguíneo sino con la construcción. Las relaciones no son ‘per se’. Sería lo mismo que pensar que por el solo hecho de ser papá o mamá se es buena gente. No. Creo en los vínculos que se erigen, se eligen y se trabajan”, apunta Flor. “Si llegás a casa y sentís necesidad de estar solo: ¿Por qué voy a obligarte a estar conmigo? ¿Porque somos familia y así debe ser? No. Yo te re banco y cuando tengas ganas de relacionarte, nos hablamos”, explica. “Aun viviendo en la misma casa, siempre pregunto: ‘Chicos, ¿hoy están para comer juntos?’ O mismo ahora que Juan (Otero, 16) está de novio, pido: ‘¡Turno! ¿Queda algún turno?’, bromea. Y así, por ejemplo, vamos haciendo cita para cenar alguna noche en que coincidamos. Y te aseguro que, cuando lo logramos, en esas mesas somos muy felices. Porque realmente cada uno elige ocupar un lugar”.

“Particularmente, hay tres cosas de las me ocupé mucho en casa e inclusive entre mis amigos y demás ámbitos de mi vida. La primera: no me quedo a vivir en el enojo. Si debo decir algo a alguno de mis hijos, porque no dejo de ser su mamá, lo hago y doy vuelta la página. Nadie pelea ni queda peleado”, cuenta. “La segunda: no prohíbo ni castigo. Decir a un hijo ‘¡No hagas esto!’ es lo mismo que ‘¡Hacelo sin que me entere!’ Por eso elijo no darles un manual de vida, sino herramientas. Simplemente hablo sin tapujos y, si querés ponerlo en estos términos, aconsejo”, enlista. “En primer año, Toto se llevó seis materias. Venía de La escuela del sol (que no tiene secundaria) y estaba odiado con el Colegio de la Ciudad, al que amo profundamente (el mismo en el que Juan está por graduarse). Entonces me llamaban los directivos: ‘No logramos conocer a tu hijo. No habla. No se expresa’. Fue así que me senté con él y le dije: ‘Te hablo desde el amor más profundo. No hay nada que debas hacer por mí, eh… Si te llevás seis o doce materias estará todo bien. Pero intentá despojarte de prejuicios y de abrirte a la posibilidad de buscarte en este nuevo contexto. Porque vas a quedarte sin vacaciones, que es un gran momento de encuentro familiar’. No tuve que quitarle la Play (Station), ni dejarlo sin salidas. Porque entendí que él no necesitaba que lo castigase o le prohibiese. Nunca más desaprobó”, narra Peña. La tercera: “Nos reímos mucho de nosotros mismos. Especialmente, se ríen todos de mí… ¡Y eso me fascina!’”, destaca como otra de sus herramientas. “Les enseñé desde muy chicos que la vida debe estar atravesada siempre por el humor, un ejercicio que nos aliviará de cualquiera de sus tránsitos”.

Florencia Peña y su hijo
Florencia Peña y su hijo Juan Otero, hoy de 16 años
Florencia Peña y Juan Otero,
Florencia Peña y Juan Otero, el segundo de sus hijos
Florencia Peña, siempre cómplice de
Florencia Peña, siempre cómplice de Juan Otero (16) quien la define como su “meca y mentora”
Florencia Peña y su ex,
Florencia Peña y su ex, el músico Mariano Otero (49), junto a los hijos de ambos, Tomás (22) y Juan (16), durante la Fiesta de 15 de este último

En casa de Florencia no hay tema tabú ni prejuicio sin patear. “Se habla abiertamente de sexo y de drogas, pero siempre exponiendo peligros y consecuencias con absoluta claridad”, define sosteniendo que, indefectiblemente, ‘lo prohibido’ estimula la necesidad de transgresión. Y si hay algo que se procura ahí dentro es “la reflexión y la responsabilidad”. Es así que ejemplifica con Juan, “el opuesto a Toto. Alguien que no concibe la vida sin cruce de límites”, define. “Hace unos días tuvimos una charla sobre esta cosa del vapeo que se puso tan de moda entre los pendejos. Entonces le dije: ‘¿Vos estás consciente de los efectos del vapeo? Es preferible fumar medio pucho…’ Y no fuma. Porque sabe que no hay nada que deba hacer para rebelarse contra nosotros. Porque siempre hemos sido muy abiertos para relacionarnos con ellos. Y con esto no estoy diciendo que los hijos no necesiten límites, ojo, sino que pueden establecerse sin castigos ni represiones. A mí me funcionó. De hecho Juan y Felipe (Ponce de León, 7) son abanderados”, remata. “Y siempre digo que mi casa es un petit hotel para mis hijos y sus amigos. A todos les encanta estar ahí. Y les encanta porque no existe obligación de estar. Nunca la hubo”.

Juan Otero (16) y su
Juan Otero (16) y su novio Mateo Lofeudo (18) en la foto que oficializó el amor sorprendiendo a su madre
Juan Otero (16) y su
Juan Otero (16) y su novio Mateo Lofeudo (18)

Cuenta que una mañana de scroleo en Instagram se topó con la foto del beso entre Juan y Mateo Lofeudo (18), su novio. “Fue sin consulta ni comentario alguno. Me sorprendió. Y lo vi tan feliz que pensé: ‘Este pibe es muy distinto. Pero distinto de verdad’. Porque, a ver, nosotros no hablamos de libertad… ¡Nosotros somos!”, enfatiza. “Siendo padres, nunca importa lo que digas. Lo que importa es lo que hagas. Lo que tus hijos te vean ser y hacer… ¿Querés algo más libre que el hijo de Florencia Peña? A quien, y a pesar del gran cariño popular, se ataca mucho en las redes. Y Juan, diciendo públicamente ‘este soy yo’, se banca muy bien el vuelto… Un vuelto que nunca son caramelos”, ironiza. “El vínculo entre los dos es más que especial. Porque él soy yo en otra circunstancia, elevado a la enésima potencia y con una referencia potente para poder desplegarse. Y aquel día de su publicación, al escucharlo entrar a casa, corrí a abrazarlo fuerte y le dije cuán orgullosa me hace sentir”, revela con emoción y en el contrapunto de lo que ha sido su ‘ser hija’. Aunque reconociendo “el laburito” de sus viejos en referencia de lo que se supone maternar y paternar a “alguien tan open”. Porque, como dice: “¡El guacho me interpela! Me corre la vara. Me obliga a ser mejor”, señala. “Siempre supe que nada de lo que pensara sobre ese momento sucedería así. Y pasó lo que supuse, por conocerlo tanto: ‘Mamá, Mateo’, me dijo. Como debe ser”, cuenta Florencia respecto de la ‘salida del closet’ de Juan, “quien jamás, desde muy niño, tuvo pruritos para expresarse del modo que sintió, eligió o le salió”. Ella supuso la necesidad de una charla que nunca se dio, “porque él no fue criado para dar explicaciones ni yo las precisaría mientras su vida no esté en riesgo, claro”.

Florencia Peña junto a Ramiro
Florencia Peña junto a Ramiro Ponce de León (48), y sus hijos, Juan Otero (16), Tomás Otero (22) y Felipe Ponce de León (7)

Hasta aquí, la dinámica familiar parece, por lo menos, muy sencilla, cómoda y viable. Pero: ¿Todo resulta tan fácil para Peña? Es entonces que impone un stop. “Yo necesito expresar, y que quede claro, que todo conlleva un trabajo interno. Que mi hijo, a sus dieciséis, tenga la vida que tiene me exige estar a ‘la altura’. Juan no tiene la cabeza similar a la de un par. Y muchas veces tengo que recordarme que tiene dieciséis”, confiesa. “Él trajo a nuestro entorno un desparpajo parecido al mío pero, tal vez, con más valentía y menos límites que los que tuve yo. Y la diferencia entre la generación de mis viejo y la mía, es que si hiciste más o menos bien las cosas y ejercés una mirada sobre vos misma, ‘el trabajito’ personal te lo llevás a tu terapia. No lo dejás sobre la espalda de tu hijo. No tengo derecho a encajarle a ellos mis capacidades de comprensión o de entendimiento de ciertas cuestiones ‘difíciles’ de asimilar. Hay que agarrar esos petates tan personales y sacarlos de la órbita de la maternidad”, sentencia. “Después, mis hijos saben que soy calidad, no cantidad. Porque yo no dejé todo para ser madre. Elegí desarrollarme y todos estamos convencidos de que también eso me hace mejor mamá”, deduce. “Prefiero que el día de mañana digan: ‘La vieja fue cualquiera, pero así elegía ser feliz’ a que me recuerden frustrada o careta”. Y en este intento de ser para sus hijos “la guía más amorosa en el camino de descubrir quiénes quieren ser”, Florencia revela que “todos vamos creciendo juntos con una pregunta ante cualquier disyuntiva: ‘¿Sos feliz con esta elección?’ Y si así es… ¡Adelante!

Florencia Peña a la espera
Florencia Peña a la espera de su tercer hijo, Felipe Ponce de León
Florencia Peña con Felipe en
Florencia Peña con Felipe en sus brazos, nacido el 12 de octubre de 2017
Florencia Peña y el pequeño
Florencia Peña y el pequeño Felipe Ponce de León (hoy de 7), a quien llaman “Pipe"
Florencia Peña, Ramiro Ponce de
Florencia Peña, Ramiro Ponce de León y su hijo Felipe “Pipe” Ponce de León (7)

Felipe fue “el hijo de la lucha”, describe evocando el ya conocido tránsito de búsqueda junto a Ramiro Ponce de León (48) que incluyó tratamientos de fertilización, el dolor “de la pérdida de un embarazo a término”, varias decepciones que rozaron la resignación y hasta una dura batalla contra la trombofilia. “Pipe es un chiquito muy especial. Un ser muy deseado que llegó para unir”, define Peña, quien por entonces llevaba una relación a la distancia entre Salta y Buenos Aires, con incierto futuro y destino. “Él tiene una gran intuición”, relata respecto del menor de la casa, “negado al colecho, humorista nato y futbolista al extremo”, completa. “Rama y yo nos propusimos no generar jamás situaciones tensas entre nosotros delante de los chicos, bajo ninguna circunstancia. Y un día, discutimos en el auto mientras esperábamos que saliera de un cumpleaños. Subió y partimos. En mitad de camino, frenados en un semáforo, Pipe se desabrochó el cinturón de seguridad, nos abrazó a los dos al mismo tiempo y nos miró con una sonrisa. A mí se me caían las lágrimas… Siempre entendió todo”, recuerda. De hecho, los tres, comparten una frase. “Somos fans de este trío”.

La espiritualidad y la introspección, especialmente sobre líneas budistas, son aspectos inherente a su personalidad. Tal vez desde los tiempos en los que debió pedir ayuda y que tan bien describe en nuestra primera charla (que sugiero revisar). Esos mismos en los que algún chamán angelino, en medio de una montaña, le reveló su “misión de duende” y que el tránsito insumiría el “golpearme para sanar”, el “estado de consciencia extrema” y la reflexión eterna del “¿qué viene a contarme cada cosa que pasa?”. Porque, “el dolor, con sus lecciones de entendimiento y liberación, es el mejor maestro”, suscribe. “En mi vida pasada he sido muy carente. Y así llegué a esta que hoy estoy viviendo. Con una estima muy baja, con la que tuve que lidiar… Porque si bien puedo reconocer lo bueno que tengo para dar, nunca me creí mil por eso. Aunque parezca que me llevo el mundo puesto, no… Pero me quiero”, asegura esta detentora de un “alma vieja”, como le fue revelado. “Y de eso se trató la primera parte de mi historia. Con la necesidad de abrazarme a mí misma. De mirar a la Florencia chiquita, mimarla, cuidarla y ayudarla a sanar. Y fue, principalmente, a través del arte. Porque cada vez que me subo a un escenario, esa nena sana un poco más”, explica.

“Hay una etapa que ya se terminó. La de haberme cagado a palos hasta ser la Florencia que soy hoy. Ya está… Hoy inicia una nueva era en mi historia que tiene que ver con disfrutar, profunda y conscientemente, de todo eso que viene para mí”, revela Peña. “Yo siempre fui una ‘madraza’ muy firme al pie del cañón respecto de lo que todos necesitan. Muy ocupada de dar. De apapachar”, define. “Y a lo largo de las sesiones de apertura de Registros Akáshicos fui entendiendo que debo ir soltando ‘el afuera’ y… (exhala) ¡Cosechar lo que sembré! Sí, ya es momento de cosechar lo que sembré, de dejar de pelear tanto conmigo, porque ya aprendí. Ya es momento de sentir la seguridad de que la ruta hasta aquí, si bien sinuosa y con imperfecciones que deben seguir trabajándose, ha sido la correcta”, reflexiona. “Llegó mi hora de abrazarme fuerte al amor que construimos en casa, que no es más que el pilar de mi historia personal”. Subida a estos “nuevos vientos que no sé hacia dónde me llevan”, dice advertir una sola certeza: “Con los bemoles de cualquier ser humano que subsiste en este mundo cruel y difícil, tengo una vida feliz. Muy feliz. Y agradezco a diario por ella”.