
Se avisa de entrada: si no te gusta que en el show te canten al lado, adelante o atrás, mejor no vayas. Porque, exactamente, eso es lo que está pasando con Abel Pintos en su arrasadora serie de conciertos Gracias a la Vida + Acústico, en el Teatro Alvear por estos días.
Los cerca de mil fans que llenan la sala -¡serán 20 funciones en total!- acompañarán al cantante en cada una de las canciones, en un concierto íntimo que, por momentos, da la sensación que podría estar pasando en el living de casa. Un auténtico unplugged que tranquilamente podría formar parte de aquellos shows que inmortalizara la MTV a partir de los ‘90.
Abel -sacón y pantalón gris clarito, remera negra y botas marrones- explica la idea bien al comienzo: “Vamos a arrancar con siete temas… que me hubiese gustado escribir, pero pertenecen a mi corazón y forman parte de mi nuevo EP, Gracias a la vida. Y si no se oponen, después seguiremos con otros temas inevitables después de 30 años de carrera”. Y así será.

Todo arranca con “De repente” (Soraya) y ya para “Creo en ti” (Reik) el público acompaña al cantante, que va del susurro a la energía en un dominio total del fraseo y del tempo, sabiendo cuándo callarse para que sea el público el que completa la letra como si todo estuviera perfectamente ensayado.
Enseguida llega el turno de “Soy tuyo”, de Andrés Calamaro, y para cuando encara “No”, de Shakira, se produce un primer pico de éxtasis entre la gente, que no para de acompañar el ritmo con palmas. “Eres”, de los mexicanos de Café Tacuva, baja tres cambios la euforia. Y la primera parte culminará con “Gracias a la vida”, ese himno de la chilena Violeta Parra. Cualquiera que haya soplado más de 40 velitas asocia la canción a la poderosa versión de la Negra Sosa, pero esto es otra cosa. Pintos la lleva a un registro más íntimo y hace lo que hacen los grandes intérpretes cuando se trata de versionar: se adueña del tema hasta convertirlo en propio.

(A propósito, si de covers se trata, diferenciándose de la versión original hasta convertirlo en algo nuevo, único, original, escuchar una y mil veces a Caetano Veloso en cada uno de sus intentos, por ejemplo, su “Cambalache”, por ejemplo, su “Help”. Esa es la idea, eso logra Abel Pintos con estas versiones).
A esta altura, entre tema y tema, voces féminas gritan “¡Te amo, Abeeeeeel”, otras, mixtas, disparan el “¡Olé, Olé, Olé, Abeeeeeel, Abeeeeel!”
Hablando de climas íntimos, párrafo aparte para la banda: Ariel Pintos y Marcelo Predacino en guitarras; Fredy Hernández en piano; Daniel Castro en bajo y José Luis Belmonde en percusión, con participaciones bluseadas de Sandra Vázquez en armónica; y junto a ellos, el cuarteto de cuerdas integrado por Patricio Villarejo (chelo), Andrés Hojman (viola) y Kevin Naranjo y Pedro Aznares (violín). Desde la visual, acentuado por una puesta despojada, minimalista, y jugando básicamente con las luces, todo a cargo de León Greco.
Más allá de la fase covers, Abel empieza a viajar en el tiempo, recorriendo la cosecha de una siembra de 30 años de carrera que tiene como puntapié inicial su debut en Cosquín de la mano de León Gieco allá por 1998, cuando apenas tenía 13 años.

Hoy, ese pibe, demuestra un dominio total del escenario, casi siempre sentado en un taburete, a veces poniéndose de pie, para interactuar con su gente más desde sus letras que desde el discurso, y exhibiendo como un don natural una facilidad para cantar que, pese a que se deja la vida en cada tema, casi no suda. Y aún en esos momentos de euforia colectiva, se nota que el cantante goza a la par de sus público con gestos que se repiten: se le achinan los ojos, se le dibuja una sonrisa y transmite una paz de monje budista que no cuesta nada imaginarlo -y su calva ayuda en eso, claro- ataviado con la típica túnica monástica del Dalai Lama.
Por supuesto, como anunció al comienzo, entre los 19 temas siguientes -ver lista de temas- están los inevitables, empezando por hitazos como “La llave” o “Cómo te extraño”, otros dos picos en cuanto a climax y coro masivo a lo largo de la noche, con todo el teatro aplaudiendo de pie.
Entre los casi mil espectadores hay algunos favorecidos especialmente. No es que tengan coronita, son seguidores de lo que en las redes se denomina #Experienciaabel, acciones destinadas a sus fans que, por ejemplo, son premiados con la posibilidad de ver un ensayo o sorprendidos pocos minutos antes del show y pasan de la tercera bandeja a presenciar el concierto en un palco privilegiado.
Como si no bastara con lo que ha demostrado -y se ha entregado- a lo largo de las 2 horas del show, para el final, a modo de bis, llega una versión antológica de “El antigal” a capella, pura destreza vocal (perdón la insistencia) en esa copla que evoca la memoria histórica y el sufrimiento de los pueblos originarios de América Latina.
Los que se apuren a salir hacia la Avenida Corrientes tendrán todavía un bonus track: Pintos ni siquiera pasa por su camarín, enseguida está en la vereda dispuesto para el autógrafo y, sobre todo, sonriendo para la foto en el celular de sus fans.

Por cierto, y ya que el show se llama “Gracias a la Vida”, Violeta Parra escribió/canta ahí eso de “Y el canto de ustedes, que es el mismo canto/ Y el canto de todos que es mi propio canto”... Como si hubiese estado presente en el Alvear, disfrutando a Abel Pintos.
Fotos: Paul Delon
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