Soledad Silveyra sorprendió al compartir cómo, luego de más de una década, de volvió a enamorarse y redescubrió la pasión. En una charla súper distendida con Mariana Fabbiani en DDM (América TV) la actriz argentina habló sin tapujos sobre este giro que dio su vida.
“Hace diez, quince años que no le veía la cara a Dios”, sorprendió de pronto Solita para que estallaran las risas y las felicitaciones por el paso que acababa de confesar. Es que durante la entrevista, la actriz, que está en el teatro Liceo junto a Luis Brandoni en la comedia Quién es quién, reconoció con franqueza que luego de una mala experiencia amorosa, volvió a confiar en una pareja. Por lo menos, a distancia, ya que su nuevo amor, que sólo identificó como José Luis, vive y trabaja en Buzios, donde tiene una posada y restaurante. Aquel mal paso que tuvo a los 50 años fue, dijo, con “un hombre que me enfermó mucho, mucho, y dije: Nunca más me vuelvo a enamorar”. La referencia, sin dudas, fue para su relación con Chacho Álvarez, a quien describió como “un infiel”. La actriz explicó que luego de esa etapa, “no miraba un hombre. No me interesaba para nada”, dejando claro que durante esa etapa el universo masculino había perdido importancia: “Me importaban tanto ellas, mis nietas… Pero ahora, bueno, me tomé un recreo”.
Ese punto de inflexión la llevó a reconfigurar sus prioridades. “Dije: me tengo que querer yo, respetar yo. ¿Qué es esto? ¿Por qué tanto daño?”, relató. Aun así, la historia dio un giro inesperado: “Fue un cambio enorme y que no me lo esperaba”.

La posibilidad del reencuentro con el amor se materializó durante un viaje a Buzios, Brasil, donde la actriz vacacionó tras un esguince en el tobillo. La ciudad, con sus calles empedradas y clima húmedo, no parecía el mejor escenario para aventuras, pero el azar y la complicidad de las amistades lo cambiaron todo. Soledad Silveyra relató con humor las peripecias de aquel primer día, cuando se perdió y debió recurrir a las personas que sus amigos le recomendaron por si le sucedía algo: “Me costó llegar. Tuve tres horas para subir la calle Da Silva, que no me olvido más. Bueno, y cuando llego al final de la calle Da Silva miro y otra curva más (dijo alargando la “o”). Bueno, tenía el pelo espantoso. No sé si es la humedad. A las morochas le queda brutal el pelo. A mí me queda un horror”. Al llegar a la posada Casas Blancas, suponía que encontraría a la persona que la iba a ayudar, porque, explicó “mis amigos saben que soy muy despistada”.
La escena de su primer encuentro mezcló ternura y sorpresa. Al no encontrar inmediatamente al hombre en cuestión, cansada de caminar, optó por quedarse a cenar y ahí vivió un instante inesperado: “Había un señor que amo tocando la armónica. Deja de tocar la armónica, me mira y me dice el ‘Solita’ más hermoso, más bello que me dijeron en toda mi vida. Como si hubiera visto una virgen. Y entonces ,me puse a llorar. Me puse a llorar porque me sentí tan frágil, tan. Y me emocionó tanto”, compartió. Era José Luis, un hombre afincado en la ciudad desde hacía 48 años.
El romance no surgió de inmediato. Pero Solita, sin ningún tipo de filtro, reconstruyó como fue, luego de 9 días de salidas, la primera vez con José Luis. “Llamó, me invita. Amorcé y, entre paréntesis, gratis, no sabés lo rica. Y sabía que se iba a dar porque era el último. Ya me volvía”.

El humor marcó cada palabra de su relato. Lejos de eludir detalles, SolitaSilveyra contó las peripecias, las dudas propias del tiempo sin práctica, los preparativos e incluso las compras necesarias: “Aparte, imagínense, 15 años sin usar. Era el desierto de California…” Y no faltó el episodio de ir a la farmacia: “Yo no hablo una palabra de portugués, no les entiendo nada. Es un drama para mí el portugués. Entonces digo chicas, ¿no me acompañan a una farmacia para comprarme un lubricante?”.
El nivel de complicidad llegó hasta el ámbito familiar. “Le mandé una foto a mi hermano: ‘Y esta es la habitación. Estoy muy nerviosa, hermano’. A mi hermano le cuento todo. Es el mejor hermano del mundo. Yo estaba muy nerviosa”. De la mano de la sinceridad y el desparpajo, resumió el clímax de la escena sin rodeos: “Bueno, me puse lubricante”.
Finalmente, resumió lo que para ella fue un momento de descubrimiento y gozo: “Y fue una noche maravillosa”. Solita Silveyra mostró que un reencuentro íntimo con la sexualidad puede ser contado con picardía y gracia, sin caer en la banalidad. Y, de paso, reivindicó el derecho de las personas de la tercera edad a disfrutar y a enamorarse, libres de tabúes.
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