
Entrar a un datacenter por primera vez fue descubrir la dimensión física de algo que suele sentirse ajeno y etéreo: la nube. Acostumbrado a ver toda mi información como fotos, cuentas, contactos y demás, almacenada en el teléfono y sincronizada en la red, la referencia a la nube aparecía siempre como un concepto abstracto, casi invisible.
Por eso, recorrer las instalaciones de Liberty Networks en Tocancipá, uno de los mayores centros de datos del país, transformó mi percepción de la infraestructura invisible que sostiene la vida digital.

Un datacenter alejado de la ciudad
Una de las situaciones que me sorprendió al iniciar el recorrido fue la elección geográfica. Imaginaba estos complejos en el centro de la ciudad, rodeados de comercios, empresas tecnológicas y tráfico constante.
La realidad es que el datacenter está ubicado a más de 40 kilómetros de Bogotá, en plena sabana, lejos de aglomeraciones y con ventajas estratégicas de seguridad y logística. Esta localización asegura separación física frente a incidentes urbanos y facilita el acceso rápido a la red nacional de negocios.
Al llegar, los múltiples controles de acceso y la seguridad en cada anillo de entrada ya anunciaban que la protección de la información es prioridad absoluta. Documentación, registro, autorizaciones; cada fase marca la diferencia entre el espacio digital abierto y el resguardo físico de los datos que respaldan la economía actual.

Infraestructura sólida en energía para asegurar al ciberseguridad
Mi ingreso me llevó directamente al sistema eléctrico, uno de los componentes más robustos y vigilados del edificio. Grandes UPS (Sistemas de Alimentación Ininterrumpida), generadores de respaldo, paneles solares y conexiones a diferentes fuentes comerciales mantienen vivo el sistema.
Ninguna falla del entorno debe interrumpir la actividad. Esto garantiza que el servicio funcione con una disponibilidad del 99,995%, lo que se traduce en menos de 30 minutos de inactividad al año.
Caminar por los pasillos amplios de la instalación mientras observaba estos dispositivos me dejó claro que la seguridad digital empieza mucho antes de cualquier ciberataque: primero, hay que evitar que el sistema se apague o que la información se pierda por causas físicas.

Frío, sonido y luz: cuartos que nunca descansan
Otra escena impactante fue la de los enormes sistemas de refrigeración. Los servidores generan tanto calor que necesitan un ambiente controlado las 24 horas para operar sin fallos. El aire acondicionado industrial ruge entre los racks, mientras sensores de temperatura y humedad ajustan las condiciones para evitar cualquier alteración en la electrónica.
A veces, lo que percibía era un zumbido constante, el sonido de miles de discos duros y ventiladores trabajando al unísono. Detrás de cada muro, el espacio está diseñado para aislar y amortiguar vibraciones, minimizando riesgos ambientales y maximizar la vida útil del hardware.
El corazón del procesamiento: servidores y almacenamiento
Quizás lo más sobrecogedor fue entrar en la sala de servidores. Allí, filas interminables de máquinas alineadas, con luces intermitentes, transmiten y almacenan datos de empresas, instituciones y usuarios de toda la región en tiempo real. Cada pequeño LED representa la circulación de información crítica para negocios, salud, banca o plataformas digitales.

En este entorno también encontré los sistemas de almacenamiento masivo, diseñados para asegurar el respaldo y la recuperación de información ante cualquier contingencia. La solidez de la nube, experimentada en la vida diaria, resulta de la suma de rigor físico, controles y protocolos presentes en estos cuartos.
Un datacenter de este calibre no descansa. La gestión está a cargo de dos equipos fundamentales: el Centro de Operaciones de Red (NOC) y el Centro de Operaciones de Seguridad (SOC).
Ambos trabajan a tiempo completo, supervisando la actividad en tiempo real, detectando incidentes, previniendo intrusiones y reaccionando ante amenazas. Pantallas con mapas, gráficos y notificaciones forman parte del ambiente; expertos controlan cualquier evento que pueda impactar la infraestructura digital regional.
Al final del recorrido, la percepción cambió. La nube dejó de ser una abstracción para convertirse en un complejo entramado físico, apoyado en una combinación de vigilancia, protocolos, energía y tecnología.
Estos espacios son el corazón silencioso de la vida digital, resguardando información, garantizando servicios críticos y sosteniendo la conectividad de individuos, empresas y gobiernos. Mi primera vez en un datacenter no solo fue un recorrido; fue descubrir la base tangible del ecosistema digital moderno.
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