
Mustafa Suleyman, cofundador de DeepMind y actual CEO de Microsoft AI, se ha consolidado como una de las voces más influyentes para entender el presente y futuro de la inteligencia artificial.
En su libro La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI (2023), el exingeniero de Google describe un escenario que, según sus cálculos, podría hacerse realidad antes de que termine esta década: inteligencias artificiales capaces de ejecutar tareas empresariales de principio a fin sin intervención humana directa.
El especialista define este punto como el “Rubicón” de la IA, el momento en que los sistemas se vuelven proactivos y autónomos. Su propuesta de lo que llama “Prueba de Turing Moderna” consiste en que una IA logre montar un negocio en Amazon con una inversión inicial de 100.000 dólares, identificar oportunidades de mercado, diseñar un producto, fabricarlo, comercializarlo y obtener ganancias.

Lo que en 2023 parecía un horizonte lejano está hoy mucho más cerca. Según Suleyman, en agosto de 2025 ya existen sistemas que pueden realizar gran parte de este proceso, gracias a avances en generación de imágenes, análisis de mercado, redacción de campañas y trabajo con APIs. Lo único que sigue requiriendo intervención humana son los trámites legales, como la apertura de una cuenta bancaria o el registro formal de la empresa.
De la prueba de Turing a la “Prueba de Turing Moderna”
En 1950, el científico británico Alan Turing propuso su famosa prueba para determinar si una máquina podía mostrar inteligencia a nivel humano, basándose en la capacidad de mantener una conversación indistinguible de la de una persona. Suleyman sostiene que esa definición ya es insuficiente, y que ahora importa tanto lo que una IA puede decir como lo que puede hacer.
La “Prueba de Turing Moderna” plantea un objetivo complejo, abierto y prolongado en el tiempo, que requiere interpretación, juicio, creatividad y toma de decisiones en diferentes ámbitos.

El ejemplo de crear un negocio en Amazon es ilustrativo: la IA debería investigar tendencias, seleccionar productos potenciales, diseñarlos, contactar fabricantes, negociar contratos, elaborar material de marketing y ajustar la estrategia según la respuesta del mercado.
Este tipo de agente no solo ejecutaría instrucciones, sino que planificaría y adaptaría su trabajo de forma autónoma para alcanzar un objetivo de negocio, integrando múltiples subprocesos y capacidades en una operación coherente.
Un horizonte cercano para los agentes autónomos
Suleyman estima que, con intervenciones humanas menores, esta capacidad podría lograrse en un plazo de uno a dos años, y de forma completamente autónoma hacia 2029. De cumplirse, tendría un impacto profundo en la economía global, ya que permitiría automatizar gran parte de las tareas que hoy realizan empresas y profesionales.

El directivo destaca que gran parte del producto interno bruto mundial se genera a través de interfaces digitales que una IA puede operar. Esto abre la puerta a una automatización a gran escala sin necesidad de robots físicos, solo con acceso a un ordenador y a las herramientas necesarias en línea.
El avance de estos sistemas dependerá de mejorar la “planificación jerárquica”: la capacidad de unir objetivos, sub-objetivos y habilidades distintas en un flujo continuo orientado a una meta única.
Según Suleyman, cuando una IA pueda coordinar estas funciones en un negocio u organización, tendrá la capacidad de vender, fabricar, contratar, planificar y hasta influir en políticas públicas, siempre bajo la supervisión de un pequeño equipo humano.

Implicaciones económicas y éticas
La llegada de agentes autónomos plantea interrogantes económicos y éticos. Desde la redistribución del trabajo humano hasta la concentración de poder en manos de quienes controlen estas tecnologías, el reto no será únicamente técnico.
Suleyman advierte que estos sistemas podrían integrarse profundamente en las estructuras empresariales, tomando decisiones estratégicas y ejecutivas. Esto podría aumentar la productividad y reducir costes, pero también desplazar empleos y generar desigualdad si no se acompaña de políticas adecuadas.
En el plano ético, la autonomía de la IA plantea debates sobre responsabilidad legal, propiedad intelectual y transparencia. ¿Quién es responsable si una IA comete un error o infringe una ley? ¿Debe tener personalidad jurídica? Estas son algunas de las cuestiones que, según el directivo, los gobiernos y la sociedad deberán resolver antes de que la tecnología alcance todo su potencial.
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