
Estaba acorralada por la prueba y confesó. Rosalía Paniagua admitió lo que para los investigadores que la llevaron a juicio era irrefutable: el crimen del empresario Roberto Wolfenson Band, su empleador, un homicidio ocurrido en la casa del country de Pilar La Delfina de la víctima.
“Se me fue todo de las manos”, fue la frase que la imputada soltó este miércoles ante los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal N° 4 de San Isidro que la juzgan, con una acusación de la fiscal Laura Capra por “robo calificado por el uso de arma en forma impropia en concurso real con homicidio criminis causa”.
Pero no fue lo único que relató Paniagua, que no está obligada a decir la verdad. La empleada dijo que Wolfenson la encontró robando un celular y le avisó: “Te voy a denunciar”.
Ahí, la mujer recordó que se trenzaron en lucha. Y, en ese contexto, narró que le pegó primero un cabezazo, que lo tiró al piso, que después le dio una patada en el pecho y que, con un colgante, lo ahorcó y se fue.
Todo sucedió en la habitación de huéspedes. Paniagua utilizó un lazo para asfixiarlo y provocarle la muerte. De hecho, los resultados de la autopsia al cuerpo revelaron que había ADN de la mujer debajo de las uñas de la víctima.
De todo lo que dijo Paniagua ante los jueces este miércoles, lo único que no le ha cerrado a la acusación fue que la mujer alegó que le robó el celular a la víctima porque la esposa de Wolfenson se lo pidió: “Para ver en qué andaba”, según sus dichos. Fuentes del caso aseguraron a Infobae que “todos creen que eso en particular es mentira”.
El juicio oral contra la empleada doméstica de nacionalidad paraguaya acusada del robo y asesinato de Wolfenson comenzó este lunes. El homicidio ocurrió el 22 de febrero de 2024, cuando el cuerpo del ingeniero fue hallado por su profesor de piano en uno de los dormitorios del country La Delfina.

De acuerdo con la investigación que encabezó el fiscal Germán Camafreita, Paniagua aprovechó su acceso como empleada doméstica para sustraer dinero y objetos de valor, que posteriormente fueron hallados en su domicilio, y lo mató con el fin de garantizar su impunidad.
Justamente, un dato que no fue ajeno a los investigadores fue que ese 22 de febrero cuando las autoridades arribaron al lugar del crimen, observaron que las cerraduras no estaban forzadas y la casa estaba intacta. El asesino era conocido de la víctima.
Y la única que se sabía que había estado en la casa era Paniagua: había ingresado a la vivienda durante su horario habitual de trabajo —entre las 8 y las 13— y, en algún momento anterior a las 13.53, se apoderó de un teléfono celular, un parlante bluetooth, un cuchillo de cocina, un candelabro de bronce tipo Menorah, varios guantes de limpieza y joyas de plata, además de una suma estimada en $900.000 y USD 300.

En esa franja horaria, las cámaras del country registraron su salida del barrio; su mochila no fue revisada. Posteriormente, tomó un colectivo y se trasladó hasta la estación de tren de Presidente Derqui, movimientos que quedaron documentados por los registros de geolocalización y las cámaras de seguridad de la zona.
El teléfono de Wolfenson dejó de emitir señal tras la salida de la empleada del barrio, y “fue visto en poder de Paniagua en las cámaras de la estación de tren de Presidente Derqui, donde intentó manipularlo y finalmente extrajo el chip. El mismo aparato fue ofrecido a la venta por la pareja de la acusada, según declaró un vecino”, tal como se describe en el expediente.
A su vez, el candelabro robado fue vendido en un local de compra de metales, cuyo propietario reconoció luego la pieza.
Pero el trabajo de la perito criminalística Débora Paula Albornoz fue clave: “No existen indicios de la participación de un coimputado o una tercera persona, además del Sr. Wolfenson y la Sra. Paniagua. Entiendo que hubo lucha, ya que los cabellos que se recolectaron en el lugar del hecho son cabellos que se desprendieron por una lucha o forcejeo”. Y añadió: “No son compatibles con el desprendimiento normal o natural de una caída de cabello”.
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