
“Puan y Directorio”. La esquina quedó grabada en la memoria de Javier Farrus, actual director de la División de Negociadores de la Policía de la Ciudad. Fue en esa intersección de Caballito, una noche de 2017, donde el oficial tuvo su bautismo como negociador.
Todo comenzó con un robo a una veterinaria. Lo que parecía un asalto más en la ciudad derivó en una toma de rehenes y un operativo policial que se extendió durante más de ocho horas. Dos ladrones, acorralados, entraron a una casa vecina al local y redujeron a una familia. La tensión escaló rápido. En un intento por resguardar a los civiles, dos agentes se ofrecieron como rehenes. Los delincuentes aceptaron. Luego, exigieron un patrullero para escapar, pero un operativo cerrojo les cerró el paso.
En ese contexto, con los agresores atrincherados dentro del móvil policial, armados, con acceso a chalecos antibalas y los dos efectivos como escudos humanos, el rol de los negociadores fue clave. Farrus, junto con dos operadores tácticos, se acercó al vehículo con un plato de comida en las manos. Era la última tregua. Una señal de confianza que ayudó a destrabar el conflicto. “Después de nosotros no hay nadie más, no tenemos a quién llamar si algo no sale como esperamos”, explicó Farrus. Pocos minutos después, el segundo agente fue liberado. Los asaltantes se entregaron. La crisis se resolvió sin disparos.
Ese episodio, considerado un punto de inflexión, dio origen a la consolidación de la División de Negociadores, un área que, casi una década después, se convirtió en la unidad especializada para actuar en situaciones límite como tomas de rehenes, atrincheramientos e intentos de suicidio. Sus integrantes, preparados para enfrentar escenarios donde cada segundo cuenta, combinan entrenamiento táctico y formación en psicología. Siguen protocolos internacionales, pero adaptados a la lógica y el territorio porteño.
La figura del negociador, en ese marco, ocupa un lugar particular dentro de la fuerza. No portan armas durante las intervenciones. No gritan. No imponen. Observan. Escuchan. Evalúan cada gesto, cada pausa, cada respuesta. “El negociador siempre tiene que estar muy despierto, en cuanto a lo que contesta la persona en crisis y a lo que está pasando en el contexto”, señaló. Según el comisario, la lectura corporal es esencial. No alcanza con tener temple: hay que decodificar señales, incluso cuando las palabras agreden o la escena parece caótica.

El ingreso a la división no está abierto a cualquiera. Para ser parte del equipo, primero se debe superar un examen psicológico. Luego, un curso intensivo de un mes, con jornadas que empiezan a las 7 de la mañana y terminan a las 19. El cronograma es estricto: cinco días por semana, con clases de psicología, prácticas de campo y entrenamiento físico. Las evaluaciones semanales son eliminatorias. Si alguien no aprueba, queda afuera. Al final del ciclo, los aspirantes enfrentan una prueba final que replica situaciones críticas. Todo bajo un manual de estudio desarrollado por el propio Farrus junto a colegas, a partir de su experiencia acumulada desde 2007.
El equipo está disponible las 24 horas, los 365 días del año. Un sistema de guardias garantiza que, ante cualquier situación límite, haya al menos un jefe, un negociador principal, un asistente, un recolector de información y un psicólogo listos para intervenir. A ese grupo se suman dos agentes de las fuerzas especiales, que acompañan a los negociadores en las aproximaciones, ya sea frente a una persona atrincherada, un captor armado o alguien al borde del suicidio.
El trabajo requiere disciplina, paciencia y atención permanente. También, una comprensión del contexto social. El impacto de la pandemia, por ejemplo, aún se hace sentir. Según Farrus, hubo un incremento de personas con padecimientos de salud mental desde 2020. “Hubo distintos factores que sirvieron como detonantes en la psiquis de cada persona para que llegaran a una situación de crisis como atrincheramientos o intentos de suicidio”, afirmó. En 2024, la división intervino en 105 casos vinculados a crisis de salud mental. En lo que va de 2025, ya suman 38 intervenciones.
Algunas de las personas que integran la división tienen doble formación: son policías y también psicólogos. Esa doble mirada permite un abordaje más integral de cada caso. Aunque muchas intervenciones puedan parecer parte de un guion cinematográfico, para Farrus hay una diferencia crucial: “Esto no es una película. Acá suele haber muchas vidas en juego y nosotros tenemos que salvarlas. Nada puede salir mal”.
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