
Las tapas de los diarios del 18 de diciembre de 1975 eran un fiel reflejo de la tensa situación que se vivía en el país. El gobierno nacional encabezado por María Estela Martínez de Perón, acorralado por la situación económica, las presiones militares y el malestar social, había anunciado la tarde anterior que adelantaría las elecciones presidenciales al 17 de octubre de 1976, cinco meses antes de la fecha prevista. Desde Córdoba, el general Luciano Benjamín Menéndez, comandante del Tercer Cuerpo del Ejército, aseguraba sin ninguna ley que lo respaldara que la pena de muerte estaba vigente y sería aplicada. Se informaba que un comando había asesinado al intendente del partido bonaerense de San Martín, Alberto Manuel Campos, en un atentado que también les costó las vidas a dos de sus funcionarios. La noticia deportiva del día era que Estudiantes de La Plata le había ganado 2 a 1 a San Lorenzo y seguía punteando el campeonato que a esa altura solo podía disputarle River Plate. Un último título decía que once obreros de la telefónica estatal Entel habían ganado el Gordo de Navidad, con un premio de mil millones de los devaluados pesos de la época. Ellos y los hinchas del club platense eran los únicos que tenían algo para festejar en una Argentina que parecía a punto de estallar.
Ese mismo jueves, con el correr de las horas, la situación empeoró al punto que millones de argentinos creyeron que estaban frente a un golpe de Estado cuando un sector de la Fuerza Aérea se levantó, no se sabía bien si con el objetivo de derrocar al gobierno o de resolver las pujas internas que vivía el arma de los aviadores. El movimiento lo encabezaba el brigadier Jesús Orlando Cappellini, jefe de la VII Brigada Aérea de Morón, al mando de un autodenominado “Comando Cóndor Azul en Operaciones”.
La movida se inició cuando los insurrectos detuvieron en el sector militar del Aeroparque Metropolitano al comandante de la Fuerza Aérea, brigadier general Héctor Fautario, y a otros tres altos jefes del arma. En un primer momento, el grupo rebelde exigió el pase a retiro de Fautario – que en la interna de las Fuerzas Armadas se mostraba reticente a derrocar al gobierno constitucional – y su reemplazo por Orlando Ramón Agosti. Con el correr de las horas se sabría que pretendían mucho más.

Un gobierno debilitado
Cuando se produjo el levantamiento de Cappellini, el gobierno de la viuda de Perón hacía agua por todos los costados. Desde el brutal ajuste de junio de ese año, que aún hoy se recuerda como “El Rodrigazo” –por Celestino Rodrigo, el ministro de Economía que lo aplicó-, venía cayendo en una pendiente cada vez más pronunciada mientras la caldera social se calentaba por los bolsillos cada vez más flacos.
Los números reflejaban con crudeza aquella realidad. El 5 de noviembre, el INDEC había dado a conocer índices de inflación disparados: 12,6 por ciento en octubre, 137,6 por ciento en los últimos cinco meses, 292 por ciento en lo que iba del año. Ese mismo día apareció también el decreto sobre salarios: un aumento general de 1.500 pesos mientras que el salario básico -fijado en 4.800- no arañaba siquiera la mitad de la suba de precios. El dólar estaba desdoblado y desbordado: el comercial (solo para operaciones de comercio exterior) valía 39,40; el financiero especial, 71,90; el dólar turista y el que podía servir para atesoramiento costaba 78, casi el doble del comercial. Medido en dólar libre, el salario mínimo apenas pasaba los 60 verdes.
El miércoles 3 de diciembre, el ministro de Economía Antonio Cafiero había anunciado que la inflación de noviembre había sido del 8 por ciento. El dólar en el mercado paralelo valía 82: el salario mínimo no llegaba siquiera a los 60 dólares del mes anterior. El diario El Cronista mostraba la caída del poder adquisitivo en lo que iba del año. En 1974, con una hora de trabajo de un salario mínimo se podían comprar 9 kilos de harina o 2 kilos de yerba o 4 kilos de papas o 2 latas de aceite; en diciembre de 1975, una hora de trabajo alcanzaba para comprar 5 kilos de harina o 1 kilo de yerba o 1,8 kilos de papas o 1,3 litros de aceite. Menos de la mitad.

La amenaza de un golpe
En ese contexto, los rumores sobre la preparación de un golpe de Estado estaban al rojo vivo. En agosto, Jorge Rafael Videla había asumido como comandante en jefe del Ejército en reemplazo del general Alberto Numa Laplane. Es curiosa la terminología de entonces: Videla era de los “profesionalistas” y Numa Laplane los “integrados”. Los profesionalistas a secas eran los que preparaban el golpe desde agosto y los integrados sostenían a duras penas a la viuda de Perón. En la Armada, el comandante en jefe Emilio Eduardo Massera esperaba en silencio el desarrollo de los acontecimientos. Mientras tanto, el aviador Fautario se mantenía fiel al gobierno constitucional.
El peronismo estaba dramáticamente dividido. Mientras la mayoría de los gobernadores provinciales se mantenían fiel a la viuda de Perón, el bonaerense Victorio Calabró empezaba a mostrarse como la cara visible de otro grupo que propugnaba el golpe. Los dirigentes sindicales estaban alineados en su mayoría con Lorenzo “el Loro” Miguel, un metalúrgico duro salido de Mataderos. A la cabeza de la CGT, el textil Casildo Herrera ya estaba preparando su fuga a Uruguay si el gobierno era derrocado.
Entre los gobernadores “leales” se destacaba el riojano Carlos Saúl Menem, que en una entrevista a la revista Confirmado de diciembre de 1975 decía: “Este gobierno, con todos sus inconvenientes, es uno de los que más se ha preocupado por el país real. Sólo pueden negar esta realidad los que viven encerrados en la Capital y no recorren el país ni tienen noticias de él”.

-¿Cree que los rumores de golpe de Estado que circulan son serios? –le había preguntado el periodista.
-Un golpe militar sería suicida, ahora o antes de un proceso electoral. Un par de generales no son las Fuerzas Armadas, y estas saben perfectamente que un golpe sería fatal para la Nación. Y que, por otra parte, el pueblo no va a permitir que se dé –fue su respuesta.
Pocos días después, el levantamiento de Cappellini le demostró al riojano hasta qué punto se equivocaba. Más allá del desarrollo de los acontecimientos, no hubo ningún pueblo que saliera a la calle para defender al gobierno.
Fautario se fuga y avisa
Tras ser capturados en el Aeroparque, los tres jefes militares que acompañaban al comandante de la Fuerza Aérea fueron trasladados a la Base Aérea de Morón. A Fautario, en cambio, lo llevaron al Taller Regional Quilmes, donde lo dejaron detenido, pero llamativamente sin custodia. Auxiliado por un mayor, pudo escapar de allí y llegar al Edificio Cóndor, la sede del comando en jefe del arma. Apenas entró, lo sorprendió la presencia del ministro de Defensa, Tomás Vottero, que estaba a punto de nombrar a Agosti en su reemplazo.
-¡Qué hace, hombre! ¿No ve que hay un golpe en marcha? –increpó al ministro.

Vottero simplemente lo ignoró. Ante esta falta de respuesta, Fautario hizo un nuevo intento de advertir al gobierno. Fue hasta la quinta presidencial de Olivos e intentó ser recibido por la presidenta. Cuando la viuda de Perón le hizo saber por el edecán de la Fuerza Aérea que no hablaría con él, Fautario escribió un corto mensaje y le encargó al oficial que se lo diera. El papel decía: “Cuídese, Señora, porque a usted la van a echar en marzo”.
Para ese momento, aviones piloteados por oficiales sublevados habían sobrevolado la Casa Rosada –como si se tratara de una evocación del bombardeo perpetrado por la Armada el 16 de junio de 1955– lanzando volantes con sus exigencias: no se trataba solo del desplazamiento de Fautario, sino que exigían la renuncia de la presidenta y su reemplazo por el comandante en jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, en representación de las Fuerzas Armadas.
Aún así, el gobierno seguía sin creer en la posibilidad de un golpe de Estado, o por lo menos la minimizaba ante la ciudadanía. En un discurso por la cadena nacional, el ministro Federico Robledo intentó restarle importancia a la movida militar y la calificó como “un conflicto institucional, relativo a la conducción de la Fuerza Aérea, que ha sido aprovechado por un reducido grupo de oficiales retirados y civiles para convertirlo en un conato subversivo, que no encontró eco ni en las Fuerzas Armadas ni en el pueblo”.
El levantamiento terminó fracasando porque Videla se negó a darle su apoyo. En un radiograma enviado a todas las unidades militares, señaló que la sublevación era un problema de la Fuerza Aérea y no del Ejército, que no estaba de acuerdo con derrocar al gobierno. Para Videla, la preparación del golpe requería más tiempo.
Pese que había logrado el reemplazo de Fautario por Agosti, la rebelión de Cappellini se prolongó tres días más. El brigadier levantisco no se conformaba con el cambio de mando en la Fuerza Aérea, sino que seguía exigiendo la renuncia de María Estela de Perón. Finalmente, falto de todo apoyo, se rindió el lunes 22.

Orlando Ramón Agosti fue ascendido a brigadier general y nombrado jefe de la Fuerza Aérea. De esa manera, el tridente de jefes militares que daría el golpe de Estado tres meses después –Videla, Massera y Agosti– quedó finalmente conformado.
El ultimátum de Videla
Un día después de la rendición de Cappellini, un numeroso grupo de combatientes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) intentó tomar el Batallón de Arsenales “Domingo Viejobueno” en la localidad de Monte Chingolo, en la zona sur del Gran Buenos Aires. El ataque – que los militares conocían por los informes de un infiltrado - fue repelido y los prisioneros que tomó el Ejército fueron ejecutados clandestinamente.
Luego de la fallida acción guerrillera, en un mensaje de nochebuena pronunciado desde la Escuelita de Famaillá, en la Provincia de Tucumán, donde ya funcionaba un Centro Clandestino de Detención y Torturas, Jorge Rafael Videla preanunció el golpe. Vestido con uniforme de combate y casco, arengó así a las tropas: “Frente a estas tinieblas, la hora del despertar del pueblo argentino ha llegado. La paz no sólo se ruega, la felicidad no sólo se espera, sino que se ganan. El Ejército Argentino, con el justo derecho que le concede la cuota de sangre generosamente derramada por sus hijos héroes y mártires, reclama con angustia pero también con firmeza una inmediata toma de conciencia para definir posiciones. La inmoralidad y la corrupción deben ser adecuadamente sancionadas. La especulación política, económica e ideológica deben dejar de ser los medios utilizados por grupos de aventureros para lograr sus fines. El orden y la seguridad de los argentinos deben vencer al desorden y la inseguridad (…) Civilidad y Fuerzas Armadas debemos por fin unir los corazones y los brazos potentes alzando nuestra súplica al Señor, para que, a través de su hijo, pero también de nuestros esfuerzos mancomunados, logremos prontamente hacer realidad el sueño de una Nación pujante”.
Antes, en una charla con periodistas, le había dado un ultimátum de noventa días al gobierno para que “ordenara el país”. La cuenta regresiva para la ejecución del golpe del 24 de marzo de 1976 acababa de comenzar.
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