El italiano Federico Valle sí que conocía el negocio. Operador de cámara que se forjó de la mano de George Méliès y de los hermanos Lumière, responsable de la primera toma aérea hecha en Europa, vivió en Brasil y se había radicado en Buenos Aires en 1911, maravillado por el país. Acá se convirtió en empresario cinematográfico, en tiempos en que en la industria de la imagen proyectada en pantalla grande estaba en pañales. Fue un acierto las películas que producía, cortos informativos y publicitarios que se promocionaban como “Actualidades Valle”, los jueves en los cines, y que el público aguardaba ansioso.
Le ofreció a un caricaturista de talento, que ganaba unos pesos publicando sus trabajos en diarios, que hiciese un dibujo que cerrase cada capítulo del noticiero. Eran tan buenos que Valle le propuso, en 1916, que les pusiese movimiento. Y a Quirino Cristiani se le abrió un mundo nuevo por delante.

Cristiani tenía cuatro años cuando su familia oriunda de Santa Giuletta, un pueblo del norte de Italia, se radicó en el país, y de joven luchó contra el empecinamiento de sus padres para que estudiase medicina. Él, en cambio, luego de un breve paso por la Academia de Bellas Artes y por clases tomadas con algunos maestros, decidió que el dibujo sería lo suyo.
Cristiani dibujaba una figura en cartulina, la troquelaba, luego cosía todas las partes a fin de darle movimiento, modalidad que patentaría en 1917.
Aprovechando las circunstancias políticas en las que el presidente Hipólito Yrigoyen estaba en conflicto con los conservadores, realizó un corto animado de un minuto sobre la intervención a la provincia de Buenos Aires, donde ridiculizaba al gobernador Marcelino Ugarte. Fue un éxito rotundo.

¿Por qué no hacer una película animada? Se preguntó Valle.
El empresario formó un equipo, con Alfonso de Laferrére como guionista, Cristiani como realizador, Andrés Ducaud fue el que realizó una impresionante maqueta de 16 manzanas de la ciudad de Buenos Aires, con calles, plazas y con un puerto con 80 barcos de distinto tipo. Para el diseño de los personajes, Valle contrató a Diógenes “el mono” Taborda, un talentoso dibujante y humorista, a quien se le adjudica ser el autor del mote de “Peludo” con el que se lo conoció a Yrigoyen.
Cuando Taborda presentó algunos dibujos, Cristiani le respondió que eran muy buenos, pero que por el nivel de detalle que tenían resultaría difícil animarlos. Le propuso, en base a esos diseños originales, hacerlos más simples. Y Taborda, con la condición de aparecer en los créditos como el creador de los personajes, aceptó.
Así nació El Apóstol, estrenada el 9 de noviembre de 1918 en el Cine Select, de Suipacha 482. La película era una sátira hacia el presidente Hipólito Yrigoyen, que soñaba que subía al cielo en la búsqueda del dios Júpiter para que lo ayudase, con la ayuda de un rayo, a limpiar a Buenos Aires de la corrupción. Al final se incluyó una destrucción de la ciudad, y en ese momento el entonces presidente se despertaba.
Fue filmada con luz artificial en los Talleres Cinematográficos Valle, de Reconquista 452. Su realización había insumido diez meses de trabajo, 1700 metros de película y 58000 dibujos a 16 cuadros por segundo.
Permaneció medio año en cartelera. Como Taborda era el conocido, casi todo el mérito se lo llevó él, en detrimento de Cristiani.
Quirino, que había montado su lugar de trabajo en un altillo en la calle Rivadavia, entre Florida y Maipú, estrenó su segunda película que llamó Sin dejar rastros, referida al Monte Protegido, un buque mercante argentino hundido el 4 de abril de 1917 por un submarino alemán. Fue un trabajo que pasó inadvertido porque el gobierno mandó sacarla de cartel el día de su estreno y destruirla, para no enemistarse con las autoridades alemanas. ¿Habrá sido la primera película censurada en Argentina?
Ya a los 15 años, Quirino se había hecho vegetariano, hábito que mantuvo a lo largo de su vida. En 1920 fue el precursor de la primera actividad naturista y se estima el primero en armar un campo nudista en una isla del Tigre. Se había casado con Celina Cordara, con quien tuvo dos hijos varones: uno estudió ingeniería agronómica y el otro continuó con la profesión del cine. El padrino de boda fue el Mono Taborda.

Con el fracaso de su última producción, se ganaba la vida enviando caricaturas a los diarios y revistas. Y como el dinero no alcanzaba, alquilaba una carreta con la que recorría pueblos en donde no había cines, desplegaba una pantalla y pasaba cortos de Charles Chaplin y piezas publicitarias hechas por él. Congregaba a mucha gente y terminaron prohibiéndole la actividad, ya que lo acusaba de alterar el orden público.
La economía familiar se vio fortalecida cuando en 1927 la Metro Goldwyn Mayer lo contrató como publicitario en las oficinas que poseía en Buenos Aires. Dibujó afiches de muchas de las películas de esa empresa, mientras que en su Laboratorio Cinematográfico Cristiani, que funcionaba en Uriburu 460, en el centro porteño, seguía produciendo películas y superándose día a día.
El 16 de septiembre de 1931 estrenaría Peludópolis, el primer largometraje animado sonoro. Era una película de ochenta minutos que se refería a la ciudad corrupta del “Peludo”, quien se apoderaba del Estado, hasta que llegaba Uriburu y tomaba el poder. Como la había comenzado a hacer cuando aún el presidente estaba en el poder, sobre la marcha debió incorporarles militares y un personaje llamado “Juan Pueblo”, que reclamaba por un buen gobierno. Si bien tuvo buena crítica, no tuvo el éxito esperado y Cristiani perdió dinero.

El cineasta terminó retirando todas las copias del mercado cuando el ex mandatario falleció, en julio de 1933.
En 1941 Walt Disney, quien recién en 1928 saldría con su primer dibujo animado, el Ratón Mickey, visitó Argentina para promocionar Fantasía, una película musical. Fue a su estudio a conocerlo, y no salió de su asombro cuando Cristiani le contó que él sólo hacía cada una de sus películas, mientras que el norteamericano armaba numerosos equipos de dibujantes para cada trabajo.
Disney lo invitó a sumarse a su staff en Estados Unidos, pero Quirino se negó. Nunca había tenido un jefe y además ya tenía un negocio funcionando. Él mismo propuso el nombre de Florencio Molina Campos, un dibujante y pintor que se hizo famoso por las obras sobre motivos del campo.
Hasta 1942 realizó varios cortos, muchos de ellos publicitarios. Hasta hizo una película animada de una operación de un cirujano gastroenterólogo. Para ello, presenció la intervención y luego la dibujó.
Cuando en un diario leyó que en la localidad cordobesa de Unquillo había un hotel que servía comida vegana, quiso conocerlo. Y quedó prendado del lugar, a tal punto que compró allí una casa, que no era difícil ubicar: la bautizó Cineville. Allí eran habituales los baños de sol que tomaba. Hasta que la salud se lo permitió, alternó su tiempo entre Buenos Aires y Córdoba.
En 1958 y 1961 su laboratorio sufrió dos incendios devastadores, por las pérdidas materiales y por la desaparición de todas sus películas. Porque lo que no pudo destruir el fuego lo terminó de hacer el agua de los bomberos. Así, poco a poco se fue retirando de la actividad.
Era una persona muy querible que en las fiestas de cumpleaños no podía con su genio y dibujaba en las servilletas de papel caricaturas de algunos de los presentes. Se dio el gusto de visitar en 1982 Santa Giuletta, su pueblo en Italia, donde fue debidamente homenajeado. Falleció en la localidad bonaerense de Bernal el 2 de agosto de 1984.
Resta un enorme desafío ubicar alguna de las películas perdidas, ya que únicamente se conserva El mono relojero, de 1938, perteneciente a una zaga de cuentos que el empresario Constancio Vigil le había encargado.

No existen copias de El Apóstol, ya que se perdieron en un incendio en los estudios de Valle en 1926, lo que nos priva, hasta el momento, de darle un final feliz a las historias y sueños que nos ofrece la pantalla grande.
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