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Una joven promesa. Inteligente, ambicioso,
Una joven promesa. Inteligente, ambicioso, se había opuesto al rosismo, lo que pagaría con su vida

Cuando entendió que todo estaba perdido, que el sueño libertador de Juan Lavalle entrando triunfal a la ciudad de Buenos Aires sería imposible y que, por el contrario, terminaría en una huida desesperada hacia el norte, Marco Manuel Avellaneda, una joven luminaria de 28 años, dispuso que su familia se fuera a Bolivia, que él los seguiría, porque los federales avanzaban, y lo hacían con sed de venganza.

Los unitarios ya habían sido derrotados en Quebracho Herrado en noviembre de 1840 y, perseguidos por las fuerzas de Manuel Oribe, solo les quedó dirigirse al norte para engrosar sus debilitadas filas con los hombres de la Coalición del Norte, una alianza antirrosista conformada por las provincias de esa región.

Participó en la campaña de
Participó en la campaña de Juan Lavalle, con quien peleó en la batalla de Famaillá

La victoria de las fuerzas federales en Famaillá el 19 de septiembre de 1841 significó el fin del foco opositor a Juan Manuel de Rosas en el norte, y sus principales se dispersaron, fundamentalmente, para salvar sus vidas. Lavalle sería muerto el 9 de octubre en San Salvador de Jujuy. Para entonces, Avellaneda había corrido la misma suerte.

Marco Avellaneda era el único hijo de María Salomé González y de Nicolás Avellaneda y Tula, una personalidad política de mucho peso en la provincia de Catamarca, al punto que fue su primer gobernador cuando en 1821 se decretó la autonomía provincial.

Marco nació en esa tierra el 18 de junio de 1813. De niño aprendió latín y retórica con los franciscanos, luego estudió en Córdoba y cuando sus padres se trasladaron a Tucumán, fue uno de los beneficiarios de la beca que otorgó Bernardino Rivadavia para estudiar en el Colegio de Ciencias Morales, en la ciudad de Buenos Aires, la misma que obtuvo Juan Bautista Alberdi y en la que Domingo Faustino Sarmiento quedaría afuera. En ese colegio entretejería las relaciones con los que serían los representantes de la Generación del 37, como Juan María Gutiérrez, Carlos Tejedor y Vicente Fidel López, entre otros.

El general Manuel Oribe, aliado
El general Manuel Oribe, aliado de Rosas, persiguió a Lavalle hasta el norte. Fue el que decidió ejecutar a Avellaneda

En mayo de 1834 obtuvo el título de doctor en la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, con notas sobresalientes, con una tesis contra la pena de muerte. Colaboraba en el periódico El amigo del país y por sus condiciones de orador, sus compañeros lo llamaban Marco Tulio, por Cicerón, el reconocido filósofo y orador romano, ferviente defensor de la república romana.

De regreso en Tucumán, tal vez llamado por su padre o porque se sintió obligado al ser hijo único, fue síndico procurador, secretario de la Junta Protectora de la Escuela de Lancaster, sistema de enseñanza aplicado en 1822 por el ministro de gobierno Bernardino Rivadavia. A sus 25 años ya era presidente de la Sala de Representantes.

Desde 1832 gobernaba la provincia Alejandro Heredia, un hombre de sólida formación académica, con estudios universitarios en Córdoba, llevando adelante una gestión próspera para Tucumán. Con sus galones ganados peleando en el Ejército del Norte, tenía fama de componedor y trataba de diferenciarse del típico caudillo. Muchos jóvenes unitarios —que el propio Heredia ayudó en sus estudios y en promocionarlos— lo veían como el hombre que podría oponerse a Rosas. Por 1839 se formó allí una filial de la Asociación de Mayo, de corta existencia.

Marco Avellaneda se había graduado
Marco Avellaneda se había graduado de abogado con excelentes calificaciones. El gobernador tucumano Heredia le allanó el camino a él y a su amigo Alberdi para que pudiesen ejercer en la provincia

Heredia había encomendado la formación de una comisión que se encargase de elaborar un proyecto de constitución provincial, en la que intervino Avellaneda. Se cree que tuvo mucho que ver con la idea de la instalación de un senado. Heredia desestimaría la iniciativa.

El 3 de enero el cura José Colombres lo casó con Dolores Silva, de 18 años, hija de uno de los hombres con más dinero de la provincia. Tendrían cinco hijos: Nicolás, Marco, Manuel, Eudoro e Isabel Juliana, una bebé que moriría en viaje al exilio.

El 12 de noviembre de 1838 Heredia fue asesinado y se involucró a Avellaneda en el complot: lo acusarían de haber brindado caballos a los asesinos que interceptaron el carruaje en el que Heredia se dirigía junto a su hijo a la casa de campo, a unos quince kilómetros de San Miguel de Tucumán.

Mariano Maza en su vejez.
Mariano Maza en su vejez. Fue el que sometió a Avellaneda al consejo de guerra que lo condenaría a muerte (Wikipedia)

La gobernación fue ocupada por Bernabé Piedrabuena, la legislatura se pronunció contra Rosas y el joven Avellaneda fue nombrado ministro de Gobierno. También lo sería de los sucesores, Pedro Garmendia y Gregorio Aráoz de La Madrid. Cuando este partió para combatir a las fuerzas de Oribe, Avellaneda asumió como gobernador el 23 de mayo de 1841.

Luego de Famaillá estalló el desbande y la sed de sangre de los vencedores. Avellaneda partió raudo al norte junto a un grupo de oficiales y unos 300 hombres. Primero fue a San Javier, donde se enteró que Juan Lavalle estaba cerca. Creyendo que el foco de la persecución se centraría en el general, del que desconocía cuál eran sus planes, decidió alejarse y le pidió al baqueano que le indicase el camino a Raco, donde descansó en la estancia de Pedro Ruiz Huidobro. Luego tomó el camino hacia Jujuy para pasar a Bolivia, a donde había enviado a su familia, padres incluidos.

En una estancia en la localidad salteña de Guachipas, se encontró con Gregorio Sandoval, quien se ofreció a acompañarlo junto a los 70 soldados que lideraba.

Lo que Avellaneda desconocía era que Sandoval, comandante de la escolta de Lavalle, después de Famaillá había decidido cambiar de bando para salvar su vida, y le hizo saber a Oribe que le entregaría a Avellaneda. A cambio, se haría partidario de la santa federación. Era la clase de persona inescrupulosa a la que se le daban las misiones más desagradables, y eran conocidos sus excesos que incluían la rapiña, las violaciones y asesinatos.

Monolito en Metán, el sitio
Monolito en Metán, el sitio donde fue cruelmente ejecutado Avellaneda (Facebook San José de Metán)

Esa noche Avellaneda descansó en un corral de piedra que tenía la posta del lugar, cerca del río. A la mañana siguiente, cuando se aprestaba a continuar viaje, Sandoval lo hizo su prisionero. Había rodeado el lugar donde se encontraba y dos oficiales que se resistieron terminaron muertos. También fueron apresados sus acompañantes, el coronel José María Vilela, el comandante Lucio Casas, el sargento mayor Gabriel Suárez, el capitán José Espejo y el teniente Leonardo Souza.

Lo primero que hizo Sandoval fue despojarlo de su caballo, con una espléndida montura, sus espuelas, la gorra y el poncho.

A primera hora de la tarde de ese 1 de octubre de 1841, atado con las manos en la espalda y descalzo, fue entregado a Oribe, que estaba en Metán, quien le formó consejo de guerra y puso al frente a Mariano Maza.

Maza era un coronel de 32 años que en octubre de 1840 se había incorporado al ejército de Oribe. En Famaillá lideró el centro, arrollando a la infantería y caballería enemiga, ganándose los elogios de su jefe.

Maza, en un juicio exprés, concluyó ejecutarlo por traición. La pena se cumplió el 3 de octubre de 1841, en lo que los salteños identifican como Metán Viejo. A sus acompañantes se los fusiló pero a Avellaneda se lo degolló. La macabra tarea estuvo a cargo del propio Maza, que algunas versiones sostienen que lo hizo con un cuchillo de filo mellado, solo para que sufriera más.

La salvaje descripción de la ejecución, hecha con Avellaneda de pie, cuenta que el cuerpo, una vez desprendida su cabeza, cayó apoyándose en las manos, y que en la cabeza tomada de los pelos los ojos y labios se movieron por algunos instantes.

La carnicería no terminó allí. Un oficial llamado Bernardo Olid u Oliden al ver la piel blanca del muerto, sacó su cuchillo y dijo: “De este cuero quiero una manea”, una suerte de tiento usado para atarle las patas a los animales. Para ello, le hizo un largo tajo a lo largo de la espalda.

Su cabeza, acondicionada en una caja, fue enviada a San Miguel de Tucumán, donde fue expuesta clavada en una pica como escarmiento en la plaza principal. Fue una mujer llamada Fortunata García de García quien, días después, la habría quitado —estaba a la altura de una persona— y la hizo sepultar en el convento de San Francisco.

Su familia se enteró en Jujuy de la muerte, por un tiempo fueron retenidos en la frontera, hasta que el propio Oribe les permitió continuar. Vivirían cinco años en Tupiza, un humilde caserío poblado de emigrados argentinos.

Sandoval siguió haciendo de las suyas en el norte, sembrando terror y muerte, al punto que luego de hacer ejecutar a vecinos respetables, el gobernador salteño Miguel Otero ordenó detenerlo y el 21 de octubre lo hizo fusilar.

Los nietos de Avellaneda dispusieron, por 1888, darle sepultura a la cabeza de su abuelo en el cementerio de la Recoleta.

Nicolás Avellaneda, el primogénito. Llegaría
Nicolás Avellaneda, el primogénito. Llegaría a la presidencia del país. Pasar por la plaza donde había estado exhibida la cabeza de su padre le traía amargos recuerdos

Su hijo mayor, Nicolás, llegaría a la presidencia del país en 1874 y en sus visitas a la capital tucumana prefería no dirigir la mirada hacia la plaza. Es que no solo en ese lugar había estado exhibida la cabeza de su padre sino que el día en que lo ejecutaron cumplía cuatro años.

Fuentes: Nicolás Avellaneda, una biografía, de Carlos Páez de la Torre; Historia de la Confederación Argentina, de Adolfo Saldías; Historia Argentina, de Ricardo Levene