
Las primeras horas del lunes suelen vivirse con tristeza, cansancio e incluso estrés. El retorno a la rutina laboral marca, para muchas personas, un aumento considerable del malestar. Esta percepción, más allá de ser una experiencia común, se refleja en datos médicos y científicos.
Los lunes, históricamente asociados con un estado de ánimo bajo, muestran un incremento en los niveles de ansiedad, estrés e incluso suicidio, en comparación con otros días de la semana. La probabilidad de muerte súbita cardíaca y de eventos cardiovasculares también se eleva ese día. Esto afecta a una variedad amplia de personas, sin distinción de género ni edad.
Conforme a investigaciones difundidas por Scientific American, el malestar de los lunes va más allá de simples fluctuaciones anímicas temporales. El impacto es medible en el organismo, deja una huella biológica y puede acompañar a las personas durante buena parte de sus vidas, incluso después de la jubilación.
Según el estudio reciente liderado por Tarani Chandola, aquellas personas que expresan ansiedad al inicio de la semana presentan una mayor actividad del sistema de respuesta al estrés durante un periodo prolongado. Este fenómeno, descrito como “efecto lunes”, persiste entre los adultos mayores, aunque ya no formen parte del mundo laboral activo.
De acuerdo con los datos disponibles, el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal es el encargado de gestionar la respuesta corporal al estrés. Este sistema, que conecta el cerebro con el resto del cuerpo, moviliza energía y optimiza la concentración mediante la liberación de cortisol. Si bien esta hormona resulta esencial para enfrentar retos puntuales, sus niveles elevados de manera crónica producen consecuencias negativas: aumenta el riesgo de padecer ansiedad, depresión, enfermedades cardiovasculares, diabetes, obesidad y genera un deterioro paulatino del sistema inmunitario.
Hasta hace poco, la hipótesis más aceptada planteaba que los días laborales en general, pero no específicamente el lunes, generaban niveles de cortisol más altos que los fines de semana. Sin embargo, estudios recientes se dedicaron a investigar si el inicio de la semana, de manera exclusiva, supone mayor estrés biológico.
Según el análisis efectuado sobre el Estudio Longitudinal sobre el Envejecimiento (ELSA), que evalúa a más de 10.000 adultos mayores de 50 años en Inglaterra, los lunes destacan como un día de especial ansiedad.

En este contexto, se utilizó una metodología basada en preguntas y medición de biomarcadores. El equipo consultó a un subgrupo de participantes sobre su nivel de ansiedad durante el día anterior. Esto permitió establecer también en qué día de la semana ocurrió.
Adicionalmente, se tomaron muestras de cabello para medir el cortisol acumulado en los últimos meses. El resultado fue contundente: quienes reportaron ansiedad en lunes registraron una concentración de cortisol un 23% superior durante las semanas siguientes respecto a quienes manifestaron ansiedad en otros días.
Según los resultados, el impacto no se limita a la población laboralmente activa. Los adultos mayores jubilados evidenciaron niveles altos de cortisol si sufrieron ansiedad en lunes. Es decir, el “efecto lunes” sobre el cuerpo se mantiene a lo largo del tiempo, aunque la persona ya esté retirada de sus obligaciones laborales formales. Esta pauta sugiere que el condicionamiento biológico generado por años de rutina puede perpetuarse en la fisiología, más allá del entorno laboral.
Conforme los registros del estudio difundidos por Scientific American, solo la ansiedad experimentada específicamente en lunes predijo una elevación significativa del cortisol. Cuando los síntomas se presentaban en otros días de la semana, no se observó el mismo patrón. Este dato contribuye a esclarecer el potencial vínculo entre la distribución semanal de las emociones y la salud física.
Otra pregunta crucial es por qué el inicio de la semana ejerce un efecto tan marcado. Una de las teorías apunta a la transición entre el descanso del fin de semana y la estructura rígida del trabajo. El cerebro y el cuerpo deben adaptarse, y la capacidad de hacerlo varía de persona a persona.
Un segundo factor sería la incertidumbre particular del lunes. Según Benjamin Becker, uno de los investigadores a cargo del estudio, aumenta los niveles de ansiedad. En quienes no logran ajustarse a estos desajustes semanales, el estrés repetido puede desgastar los sistemas de autorregulación biológicos.

Para algunas personas, la respuesta ansiosa frente al lunes se transforma en un hábito profundamente arraigado que se mantiene incluso en ausencia del trabajo, lo cual indica una plasticidad difícil de revertir sin apoyo o intervención. A largo plazo, estos patrones incrementan el riesgo de enfermedades físicas y mentales.
Según los hallazgos del equipo, el “lunes triste” no es únicamente una molestia temporal. Puede tratarse de un factor permanente que deteriora la calidad de vida y la salud en el largo plazo. Los hospitales y clínicas, por tanto, podrían considerar un refuerzo de los recursos durante estas días, especialmente para adultos mayores y personas con historial de problemas cardíacos o ansiedad.
Frente a este panorama, existen prácticas de beneficio comprobado para mitigar el impacto del inicio de la semana. El fortalecimiento de la regulación emocional mediante meditación, actividad física regular, una buena rutina de sueño y técnicas de atención plena puede ayudar a modificar estos ciclos. Las estrategias que facilitan la adaptación al lunes no solo mejoran el bienestar semanal, sino que también contribuyen a prevenir enfermedades o complicaciones a lo largo de la vida.
Finalmente, aún queda pendiente aclarar por qué algunas personas desarrollan resiliencia frente a la ansiedad de los lunes y otras no. Conforme avance la investigación, estos conocimientos podrán orientar nuevas intervenciones de salud mental.
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