
En el campamento número 3 estaban eufóricos. Faltaba para la cumbre, pero el alma les había vuelto al cuerpo a los nueve hombres. Es que al comienzo del ascenso, los expertos indios habían determinado dividirlos en dos. El primero de cinco y el otro de cuatro. Se hacían añicos sus ilusiones de concretar ese viejo sueño todos juntos. A pocos metros -que recorrerlos supone algo así como una eternidad- se determinó volver a juntarlos. Todos, unidos, completarían la hazaña de ser la primera patrulla del Ejército Argentino en hacer cumbre en el Himalaya, allí, donde casi se puede tocar el cielo con las manos.

Fueron dos oficiales y siete suboficiales del Ejército Argentino, provenientes de diferentes provincias. Todos cumplen servicio en unidades de montaña, son expertos montañeses y se conocen por haber compartido destino y seleccionados luego de un riguroso proceso para encarar el desafío de conquistar altas cumbres.
Ellos integran la expedición binacional “Himalaya 2025”, que se realiza en conjunto con el Ejército de la India. Tenían por delante una empresa complicada pero no imposible: escalar el monte Kun, de 7.077 metros.
El objetivo de los militares argentinos forma parte del macizo NunKun, en la cordillera Zaskar del Himalaya de Cachemira, al norte de la India, y se encuentra a unos 80 kilómetros de la frontera con Pakistán, en la región de Punjab-Himalaya.

No era una misión sencilla. El Kun fue escalado por primera vez en 1913 por los alpinistas italianos Piacenza y Borelli y por el francés Gaspard, y la siguiente ascensión no se produjo hasta 1971, lo que subraya su gran dificultad.
Tal como estaba planeado, el 5 de agosto hicieron cumbre y la primera apreciación a Infobae del mayor Ramiro Antoñana fue la de que “todos volvimos”.
Todo había empezado en Nueva Delhi, donde estuvieron dos o tres días y participaron del acto por la independencia argentina; luego, el grupo viajó a Leh, un antiguo poblado al norte del país, donde comenzó la aclimatación y los controles médicos. De ahí partieron a Kargil, donde en 1999 hubo una guerra entre hindúes y pakistaníes por el control de Cachemira.

Al sexto día comenzó el ascenso al monte Kun. Fue cuando, por cuestiones de seguridad, la patrulla la dividieron en dos, y sobrevino el bajón, más cuando les comentaron que tal vez solo uno de los grupos tendría la posibilidad de hacer cumbre y el otro conformarse en quedar a mitad de camino.
En el grupo 1, iban Pedro Rodríguez, luego Antoñana, Carlos Villafañe, Oscar Oro y Vícor Giordano; y en el segundo, Rodrigo Orellano, Diego Alegre, Néstor Maidana y Juan Bustos.
Lo que los esperaba era peligro puro. Caminar sobre lo se denomina “glaciar vivo”, a unos 5.300 metros de altura, y donde hay que tener especial cuidado de las grietas, disimuladas por la nieve.

Para Antoñana, lo más desgastante fue alcanzar el siguiente campamento, a los 6.200 metros. A partir de ahí debieron escalar paredes del glaciar entre 75 y 85 grados de inclinación, a la par que se debió trabajar con las rocas que plagaban el trayecto de ascenso.
Este tramo les demoró diez horas, y tenían que permanecer lo más pegado a las paredes que fuera posible, por el desprendimiento de rocas que no solo podían golpear a alguien, sino que se corría el riesgo de que cortasen alguna soga.
Lo mismo que hicieron ellos lo haría el grupo 2 que con algunas horas de diferencia. Venía detrás y tenían un limitado contacto por radio. Al suboficial principal Bustos se le rompió una puntera de un grampón, que van asidos al calzado. Maidana pudo recuperar la pieza y la volvió a colocar, pero hizo un mal movimiento y se desgarró. Bustos se daría cuenta de la lesión cuando ya había pasado la adrenalina del ascenso.
Al completar esta etapa, los dos grupos volvieron a unirse en uno y se festejó como si hubieran completado el ascenso. Hubo abrazos y silencios provocados por la emoción.
Los siguientes tramos, a partir de los 6.400 metros, fue sobre el glaciar cubierto de nieve, con mucho riesgo. Todos los miembros del equipo iban atados a una cuerda fijada en el hielo. En caso de que uno cayera en una grieta, su soga contaba con un seguro que impedía arrastrar a todo el grupo.

Cuando estuvieron todos junto a los hindúes, se reorganizaron las actividades para completar la etapa final. Estaban condicionados por el tiempo: debían hacer cumbre antes de las 10 de la mañana, que era, según las previsiones meteorológicas, cuando el tiempo empeoraría. Además, con la salida del sol, la nieve tiende a aflojarse y a provocar avalanchas.
Partieron a las diez de la noche, con un cielo sin luna, pero despejado, alumbrándose con linternas. Hacían cinco pasos, se detenían, respiraban y nuevamente otros cinco pasos.
Bustos, que originariamente estaba en el equipo 2, contó que el clima los había acompañado, ya que no había viento y que el frío no se sentía tanto. Además, la nieve estaba más compacta y resultaba más sencillo caminar. Recordó que en el ascenso al Aconcagua, también lo hacían de noche.
Cincuenta metros antes de la cumbre, el sargento ayudante Sandro Villafañe cayó en una grieta profunda. Quedó colgado y sus compañeros hicieron malabares para sacarlo de ese atolladero.

Luego, el ascenso, según describió Antoñana, fue mucho más sencillo. Describió a la cumbre algo redondeada, no muy grande, cortada en tres secciones.
Cumplieron con el objetivo: llegar el 5 de agosto, que es el día del Montañés, el día de las tropas de montaña y el día de la Virgen de las Nieves, protectora de las actividades de montaña y desde 1580 patrona de la ciudad de Buenos Aires.
Por cuestiones de seguridad, las fotografías las tomaron veinte metros más abajo, donde los aguardaba el ejército indio con banderas. Los festejos y abrazos se multiplicaron.
Permanecieron algo más de media hora. Estaban exultantes, alegres, pero conscientes de que solo habían cumplido la mitad de la tarea. Restaba bajar, algo más peligroso que subir, ya que por la euforia del ascenso y el cansancio, se producen el setenta por ciento de los accidentes.
Para Antoñana fue muy valioso el haber compartido con sus pares indios creencias y costumbres tan distintas a las nuestras, en una cordillera, a la que describió como “muy técnica”.
Las sorpresas no terminaron allí. Porque si bien se frustró una comunicación telefónica con el presidente Javier Milei, los recibió junto a los ministros Luis Petri y Luis Caputo en Casa Rosada. Le obsequiaron una de las banderas que habían llevado.
La patrulla estuvo conformada de la siguiente manera: Mayor Ramiro Antoñana, del Comando de la VIIIva Brigada de Montaña, Mendoza; Capitán Rodrigo Orellano, del Batallón de Ingenieros de Montaña 6, Neuquén; el Suboficial mayor Pedro Rodríguez, de la Compañía de Cazadores de Montaña 8, Puente del Inca es el encargado de la patrulla. Luego vienen el Suboficial principal Néstor Maidana de la Compañía de Cazadores de Montaña 8, Puente del Inca; Suboficial principal Juan Bustos, de la Compañía de Cazadores de Montaña 8, Puente del Inca; Sargento ayudante Víctor Giordano, del Regimiento de Infantería de Montaña 16, Uspallata; Sargento ayudante Carlos Villafañe, de la Escuela Militar de Montaña, Bariloche; Sargento primero Oscar Oro, del Regimiento de Infantería de Montaña 11, Tupungato y el Sargento primero Diego Alegre, perteneciente a la Escuela Militar de Tropas Montadas, Buenos Aires.
Antoñana dice que es tiempo de sentarse a escribir todo lo vivido para que quede de experiencia para las futuras generaciones. Siente alivio por haber cumplido con una deuda pendiente pero sabe que, en el futuro, existen otros desafíos. Hay cumbres para altas, que esperan ser escaladas. Menciona “los 8.000”, el grupo de catorce montes situados en el Himalaya

Remarcó que la edad promedio del grupo es de 46 años, que le sirve para fundamentar que “lo viejo todavía sirve”. Aún para escalar el Himalaya.
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