
Diversos historiadores sostienen que la primera fundación de Buenos Aires, la que llevó a cabo Pedro de Mendoza, ocurrió en el actual Parque Lezama. No se encontraron elementos que confirmen ese hecho, pero, por las dudas, si convenimos todos que el lugar representa la puerta de entrada simbólica a la ciudad qué mejor que coronarla con dos cafés de excepción. De uno ya escribí, es el Bar Británico. Hoy vengo por su vecino de esquina, el Bar Hipopótamo.
El Bar Hipopótamo ocupa la esquina noroeste de Defensa y Brasil. Justo en diagonal al monumento que recuerda al adelantado español que en 1536 arriesgó su fortuna para venir a fundar una ciudad en el confín del mundo. La vista que se tiene desde el interior del salón del Hipopótamo al conjunto histórico artístico inaugurado en 1937 con motivo de los 400 años de la Primera Fundación, es inmejorable.

Con semejante antecedente histórico, antes de contar el bar, va un poco de contexto sobre el parque y el entorno. La información la obtuve de Diego Ruiz, mi fuente inagotable, y está publicada en el portal buenosaireshistoria.org. La resumo: la superficie del parque abarca casi ocho hectáreas; configura la punta sur de la meseta sobre la que se asienta la ciudad antes de que gire hacia el oeste y se extienda a lo largo del valle del Riachuelo.
A la llegada de Pedro de Mendoza y su gente —más los primeros equinos y vacunos que pisaron suelo sudamericano— la meseta, desde el río, se presentaba dividida en tres porciones: la submeseta norte, que dominaba hasta Retiro; la del medio, la más elevada de todas que alcanzaba los 22,50 metros sobre el nivel del río y la submeseta sur —la que nos ocupa hoy— cuya mayor elevación estaba en la actual Plaza Dorrego. Las tres mesetas estaban separadas por los cauces de los arroyos “Tercero del Medio o “Zanjón de Matorras”, que desembocaba por la actual Tres Sargento; y “Tercero del Sur” o “Zanjón de Granados”, que lo hacía por la actual Chile. Se dice que Pedro de Mendoza eligió establecer su aldea al sur de la meseta más sureña. ¿Entienden ahora de dónde venimos? Sí, del sur del sur.

Con la segunda fundación en manos de Juan de Garay los terrenos del Parque Lezama fueron repartidos en suertes y pasaron por diferentes dueños. Hacia 1808 fueron adquiridos por Daniel Mackinlay, comerciante, nacido en Londres. A su fallecimiento, los herederos vendieron las tierras a Carlos Ridgely Horne, otro comerciante, en este caso oriundo de Baltimore. De ahí que por mucho tiempo se llamó al lugar la “Quinta de los ingleses”. Mister Horne era afín a Rosas y nombrado por el gobernador como “único corresponsal marítimo” del puerto de Buenos Aires. A la caída de Rosas, Horne huyó y se exilió en Montevideo. Poco después, en 1857, le vendió la propiedad al empresario salteño José Gregorio Lezama, quien construyó la definitiva casaquinta y contrató al paisajista belga Verecke para parquizarla. Fallecido en 1889, su viuda Ángela Álzaga le ofreció a la Municipalidad, a un precio muy conveniente, los setenta y seis mil quinientos metros cuadrados con sus plantaciones, jardines, bajo la condición de transformarlos en paseo público con el nombre del último propietario. El dictamen previo de la Comisión de Obras Públicas del Concejo Deliberante aconsejó la compra con el siguiente argumento: “(…) es de verdadera utilidad pública favorecer a la parte sur del municipio con un parque espacioso que compense los inconvenientes de los barrios malsanos de la Boca y del puerto, ofreciendo un acceso fácil y cómodo a la población de ese distrito, que por su distancia al Parque 3 de Febrero no puede participar de los beneficios que reciben los habitantes de la parte norte (…)”. Sin más.
¿Cómo encajan todos estos antecedentes con un bar al que bautizaron “Hipopótamo”? Ya veremos.

Por el momento, nos metemos en su historia. El boliche abrió con la tipología de almacén con despacho de bebidas en 1909. O sea, a poco de creado el parque público. Su primera denominación fue “Estrella del sur”. Bien. Un nombre apropiado. Los testimonios del barrio afirman que entre su clientela figuran Tita Merello y Ernesto Sábato. Por supuesto que, sin alcanzar esa altura de celebridad, se cuentan de a miles los vecinos y visitantes ocasionales que deben haberlo frecuentado. Ningún comercio se mantiene abierto por 115 años si es un fracaso de público. El bar fue cambiando de nombres. Al comienzo de los 80 se llamaba “Saturno”. Curioso nombre también. Trato de tender un puente para comprender la decisión de sus dueños, pero fracaso de manera constante. Tampoco sé quienes fueron, pero sí que en 1982 lo compró Julio Durán, de Mondariz, un municipio de Pontevedra, Galicia. Don Julio había sido lechero y vendedor de embutidos y productos para almacenes barriales. También tenía dos hijos varones que lo acompañaron en la costumbre gallega de tener un bar. El nombre Hipopótamo es todo de ellos. Pero no quiero interrumpir ahora la historia de los Durán.
A la muerte de Julio Durán, los hijos tomaron distintos caminos. Uno, Pablo, compró el Café Margot —del que ya escribí su relato— en el 1995 y se va a vivir a la planta alta. El otro varón —porque también había una hermana— se quedó con El Hipopótamo. En 2002 nació Santiago, hijo de Pablo, que se cría en el Margot. El legado continúa. Con Santiago ya son tres las generaciones de la familia Durán dedicadas a la gastronomía y, en particular, a la gestión de Bares Notables de Buenos Aires. Cuando Santiago cumplió 17 años, entró a trabajar en el centro de abastecimiento del grupo. Y a los 19, en 2021, se puso al frente de una pizzería: La Zarpada, en la calle Carlos Calvo, pegada al Bar El Federal —también relatado en este espacio— perteneciente al grupo familiar.

Con el paso de los años, el Bar Hipopótamo comenzó a perder convocatoria hasta que se puso a la venta. Al conocer la noticia, Santiago, nieto de don Julio, comenzó a presionar a su padre para retomar el control del histórico bar donde se habían iniciado los Durán. Una vez acordado el traspaso entre hermanos, el bar cerró para ser puesto en valor y acondicionarlo a las exigencias de confort actuales. El 23 de diciembre de 2024 reabrió El Hipopótamo. ¿Cómo luce hoy? Hermoso. Las puertas y ventanas guillotina siguen siendo las mismas. El salón está revestido con una boiserie que termina en espejos. El piso, limpieza mediante, mantuvo el dibujo de damero. Las fotografías colgadas en las paredes responden a distintos guiones. Uno está dedicado a los Durán con imágenes del pueblo Mondariz, retratos familiares y los primeros años de don Julio con sus hijos en el Hipopótamo. Un rincón recuerda a personalidades de nuestra cultura popular: el Negro Olmedo, el Mono Gatica, el Chueco Fangio, Martín Karadagian y Tita Merello. En otra pared se lucen fotos de los equipos grandes del fútbol argentino. Los cambios más significativos se observan en la barra; el sector refrigerado donde cuelgan jamones y que, anteriormente, era una oficinita; y en la escalera que da al sótano. Cuenta Santiago que, en un futuro próximo, habilitarán el sótano para diferentes eventos. Ese espacio era usado como depósito y se bajaba por una escalera que se encontraba fuera del salón. No falta el fileteado porteño y las publicidades de viejas marcas.
Está claro cuando se entra al Hipopótamo que se está traspasando una puerta que conduce a nuestra historia. Y ya que menciono la palabra puerta, vale destacar que los dos bares notables de Defensa y Brasil, el Británico y el Hipopótamo, situados frente al monumento que recuerda a un corajudo emprendedor del siglo XVI, que sirven de portal a la calle Defensa y al casco urbano más antiguo de la ciudad, están gerenciados por dos porteños sub 35. Lo que se dice una buena gestión en divisiones inferiores para sostener larga vida a ambos boliches.

Creo haber sorprendido a Santiago al preguntarle por los motivos de haberle puesto el nombre Hipopótamo al bar. Reconoce no estar muy seguro. Alude, de manera imprecisa, al famoso boliche “Hippopotamus” que abrió en 1981 y se convirtió en sitio de culto y referente de la movida porteña. Y que Julio Durán, que estaba dando el primer paso en gastronomía, optó por seguir ese ejemplo. La respuesta no calmó mi manía de encontrar la explicación a todo. Entonces fui por más. Es decir, al diccionario y la simbología. Encontré que el hipopótamo, como especie, tiene la habilidad de vivir en tierra y agua. O sea, no solo es ideal para la zona —descripta en los primeros párrafos—, sino también como representación de resiliencia y profundidad emocional. Su tamaño asegura la protección de la familia. Ideal para los Durán. Por último, en la literatura y los dibujos animados se lo identifica con seres amigables y sabios. Qué más. Me quedo con el resultado obtenido en mi investigación. Alivia mi TOC, el trastorno obsesivo cafetero.
Instagram:@cafecontado
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