A comienzos de siglo veinte “el vasco” Juan Duarte, siempre amable y dispuesto a tender una mano, era un hombre de una sólida posición. Había sido concejal en la ciudad de Nueve de Julio por el Partido Conservador, se desempeñó como juez de Paz, y en Los Toldos, una ciudad del noroeste de la provincia de Buenos Aires y se dedicaba a la explotación agrícola ganadera. Arrendaba la estancia “La Unión” y administraba el establecimiento “La Porteña”. Como su apellido Uhart se lo escribían de distintas formas, cansado, adoptó el de Duarte.
En la estancia “La Unión”, a unos veinte kilómetros de Los Toldos, mantenía otra familia con Juana Ibarguren, con quien tuvo a Blanca, Elisa, Juan, Erminda y Eva, todos anotados como hijos naturales.

Juana, nacida en 1894, era hija de la puestera Petrona Núñez y del carrero Joaquín Ibarguren. Ella también se dedicaba a tareas en el campo en el puesto de la Estancia “La Unión”.
Evita nació el miércoles 7 de mayo de 1919. Su mamá fue asistida por Juana Rawson de Guayquil, una comadrona mapuche de la tribu de los Coliqueo, con la que Juana tenía trato habitual. Fue anotada en el registro civil de Los Toldos como Eva María Ibarguren y bautizada así en la parroquia Del Pilar.
Toda la familia vivía en el campo de Duarte, y a los años se mudaron a Los Toldos, donde su madre se ganaba la vida como costurera. Juan Duarte no fue un padre ausente, y cuidó del bienestar familiar. Sin embargo, Juana Ibarguren era la “concubina” y su prole los “hijos naturales”.

El mediodía de Reyes de 1926 Duarte volvía a Chivilcoy en su Chevrolet, manejado por su sobrino Salvador. Iban también Alcides, de 10, hijo de Salvador, y Saúl y Lola, sus sobrinos de 8 y 11 años. Cuando transitaban por la avenida Mitre, a tres cuadras de la plaza Mariano Moreno, volcó. El niño Alcides murió instantáneamente y Juan Duarte fue internado en el hospital local por una conmoción cerebral y con tres costillas rotas. Moriría el 8 a la madrugada.
Duarte tenía 67 años y hacía siete años que era viudo de su prima hermana Adela Uhart, con quien había tenido seis hijos, Adelina, Catalina, Pedro, Magdalena, Eloísa y Susana.

Fue velado en la casa de uno de sus yernos, en avenida Villarino 264. Hasta allí se dirigió Juana Ibarguren para que sus hijos diesen el último adiós a su papá. No hubo escándalo. Solo existió un cuestionamiento de una de las hijas del estanciero: pudieron despedirse sin problemas del muerto.
La vida de los Ibarguren cambiaría radicalmente. Evita, a la que llamaban “Cholita”, se vestía con la ropa que heredaba de sus hermanas mayores.
La mamá decidió cambiar de aire y se mudó con sus hijos a Junín. Resolvió dejar de lado el apellido Ibarguren y lo reemplazó por el de Duarte. En la ciudad nadie las conocía y lo tomaron como una nueva etapa, como una nueva vida.

Se instalaron en la calle Ingeniero Winter 90, cerca de la Terminal de Ómnibus, en una pequeña casa que compraron con algo de dinero que había dejado Juan Duarte.
Juana mantenía el hogar con sus ingresos de modista, ayudada por su hija Blanca; Elisa empezó a trabajar en el correo y el varón Juan iba encontrando changas, como cuando fue cadete en una farmacia.
El problema fue cuando Juana fue anotar a Eva y a su hermana Erminda en la escuela. No tenían los documentos. A la directora le dijo que se habían perdido en un incendio en Los Toldos, que en la primera oportunidad que tuviera, iría allá a hacer los trámites para conseguir nuevos.
Luego del 17 de octubre de 1945, la hoja donde se asentaba el nacimiento de Eva y que figuraba como Ibarguren fue arrancada del libro de actas por manos anónimas. En la partida que Evita presentó cuando se casó con Juan Perón en diciembre de aquel año decía que había nacido en Junín el 7 de mayo de 1922. Figuraba como Eva María en lugar de María Eva. Y que se le agregó el apellido Duarte, y no Ibarguren.
Volviendo a la historia, Erminda entró a quinto grado y Eva a tercero. Ella había cursado primero y segundo en la Escuela Domingo Faustino Sarmiento en Los Toldos.

Con el tiempo, Blanca fue maestra en el Colegio del Sagrado Corazón, mientras Erminda estudiaba en el Colegio Nacional y Evita hacía la primaria en la Escuela Nº 1 “Catalina Larralt de Estrugamou”, frente a la plaza. Allí culminaría sus estudios en 1934.
Fueron años de penurias para darle de comer a lo que Juana llamaba “mi pequeña tribu”. Para el Día de Reyes, Evita pidió una muñeca tamaño natural y recibió una sin una pierna, que la madre fue la que pudo adquirir por poco valor. Según contaría su hermana Erminda, a la niña le explicaron que la muñeca había sufrido un accidente al caerse del camello en la que era llevada.
La niña había repetido segundo grado y lo que verdaderamente disfrutaba era recitar y solía participar en pequeñas obras de teatro. “Siendo una chiquilla, siempre deseaba declamar. Era como si quisiese decir siempre algo a los demás, algo grande, que yo sentía en lo más hondo de mi corazón”, puede leerse en La Razón de mi vida, su libro autobiográfico cuya primera edición salió en septiembre de 1951.
La Comisión del Centro de Cultura y de Arte del Colegio Nacional organizaba pequeñas obras de teatro. Gracias a Erminda, su hermana docente, pudo incorporar a Evita al elenco, ya que no era alumna allí, y así participó de la obra Arriba Estudiantes.
En la adolescencia, decidió probar fortuna en Buenos Aires. A su madre, quien en un primer momento se había opuesto rotundamente, la hicieron entrar en razones y finalmente la acompañó a una prueba de declamación para aficionados en Radio Nacional, y regresó a Junín. Nunca la llamaron pero ella decidió vivir de todas formas en Buenos Aires, donde ya estaba instalado su hermano Juan. Y en la gran ciudad, de la que nunca se iría, otra historia comenzaba.
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