
Qué cansancio, qué cansancio, la verdad, volver a escuchar cosas como las que le dijo hoy Guillermo Francos -Jefe de Gabinete de Javier Milei- al periodista Ernesto Tenembaum en una entrevista radial. Para hacerla corta: que los homosexuales hagan lo que quieran “puertas adentro”. Y luego que el Estado no debe “promover” la homosexualidad. Uf, otra vez.
Lo primero da un poco de risa. Puertas adentro, me imagino, no tienen cómo venir a controlarnos. O sí: el franquismo había establecido una red de informantes basada en los encargados de los edificios. Pero no estamos en esa instancia: el “permiso” de acostarnos, vivir, amar, compartir la cuenta del gas con quien queramos, me hace acordar más a una ridiculez que vi en Chile poquito después de terminada la dictadura de Pinochet. En una verdulería, un cartel anunciaba que estaba PROHIBIDO comer las frutas sin lavar. ¿Se imaginan? Prohibido comer las frutas sin lavar, prohibido besar a la mujer que me gusta.
No, no es eso: en nombre de la libertad, Guillermo Francos dice que sí, que dentro de la casa, sí. Pero el asunto, caballero, es afuera. No a escondidas, no discretamente, no como algo que ocultar sino tan apasionadamente y con el mismo nivel de exhibicionismo que cualquier pareja hetero de las que andan amarradas por ahí. Eso es libertad. Eso es no tener nada que ocultar.
¿O sí? ¿O en el fondo la ideología que sostiene Francos cree que quienes amamos a alguien de nuestro mismo sexo mejor lo ocultáramos? Que sí, que está mal y mejor que no se vea. Como lo de los piojos que dijo la ya desplazada -por otros motivos- Diana Mondino. Ser homosexual era, para ella, como tener piojos. “Después no te quejes si a alguien le molesta que tengas piojos”. Sí, lo dijo en serio.
En el fondo -gracias Diana, por la sinceridad- quienes nos invitan a ocultar nuestros amores en casa están diciendo que estamos enfermos, que no somos humanos-humanos como ellos, que la mugre mejor bien guardada.
Esto, claro, tuvo y tiene consecuencias mucho más allá de los asuntos del corazón -o de otras partes, que también laten-. Nací en 1965. Cuando yo era chica en mi entorno no existían los homosexuales. Ni varones ni mujeres. Salvo, seguro, en algún programa de televisión donde se los ridiculizaba. ¿Pero de verdad no los había? ¿De verdad ningún cajero del banco, ninguna maestra, ninguna veterinaria, ningun cardiólogo, ningún piloto de aviones era homosexual? Seguro que sí, pero shh. A fingir. A disimular. A ser “el tío soltero” que va solo a todas partes aunque lleve 30 viviendo con “el amigo”.

Porque sentimientos no les pedimos pero, muchachos, no hay racionalidad que permita sostener, a la vez, que algo está bien y que hay que mantenerlo a oscuras en casa. Porque si no estás “promoviendo”. “Yo no veo problemas en que cada uno viva la vida como quiera, distinto es la promoción de esas situaciones de manera pública”. Pero ¿por qué no promover lo que no está mal?
Ahí voy, claro, al segundo punto. Las escuelas. Francos habló de “Campañas escolares en las que se les ha permitido a los chicos situaciones de este tipo”. Supongo que alude a que cuando se habla de familias se diga también que pueden estar formadas por dos mujeres o dos varones, entre otras combinaciones. Y le voy a contar algo, Guillermo. Era difícil en los 70, en los 80, ser la “varonera” porque una ganaba en los deportes y en el aula y le gustaba trepar árboles y embarrarse. Era difícil cuando, no sabía por qué, esa canción de Marilina Ross me hacía llorar. Era difícil empezar a sospechar que había un deseo no previsto en la mirada por aquella otra chica. No previsto, no nombrado. Innombrable.
Los innombrables, como los intocables que, se sabe, eran la casta más baja de la India, una sociedad que se entendía como muy cruel pero que tal vez simplemente haya explicitado lo que otras hacen disimuladamente. Un sistema de castas en el que hay gente superior y gente inferior y así será para siempre. Otra vez: ¿nombrarán ministro o director del Banco Central -si no lo cierran- a un homosexual que no se esconda o queda feo?
Hay que hablar de homosexualidad en la escuela para que lo escuchen, para que lo sepan, aquellos chicos que se estén enamorando fuera del librito. Esto lo sabemos y lo hacemos hace mucho, entonces corrijo: no hay que dejar de hablar, de poner en las fotos, no hay que meterse puertas para adentro para que ellos no se sientan innombrables, no se sientan monstruos, para que no sufran, para que presentar su amor a la familia no tenga que ser un gesto de coraje.
Y andar por la calle, puertas afuera, libres. Como usted, Francos.
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