
Cristian Gómez es un luchador. Por la actividad que practica, pero también por la garra que pudo poner a las adversidades e su vida. A los años, mientras trabajaba en una bodega de San Juan, una máquina trituradora de mosto y uvas lo atrapó y le molió el brazo izquierdo. La sacó “barata”, dice, porque gracias a la ayuda de un compañero no fue una verdadera fatalidad.
Esa máquina se había trabado con mosto y él fue a ver qué pasaba y cómo solucionarlo, pero pasó lo impensado. “La fui a mirar y me resbalé, y como en la bodega donde trabajaba no había una barra de contención justo en ese lugar, me agarró de la ropa, no pude zafarme y me molió el brazo. Si no hubiera sido por un compañero que sabía que yo estaba con eso y bajó para ayudarme con el arreglo, y justo me vio y me sacó, sino no la contaba”, resume.
Tenía 20 años, tocaba la guitarra, jugaba handball y estaba terminando la secundaria. En ese minuto, su vida cambió para siempre.
“Nuestra sociedad no está preparada ni tiene la educación para aceptar de verdad a las personas con discapacidad. Somos nosotros, quienes tenemos una discapacidad lo que debemos educar a las demás personas. A mi la fortaleza mental me la dio las artes marciales”.
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El día después del accidente
A los 43 años hace la vista atrás y agradece la vida que tiene. Las adversidades que quedaron atrás producto de su esfuerzo tanto mental como físico y al apoyo de las personas que no lo dejaron solo cuando debió atravesar su peor momento. También dice que lo que logró sacarlo de la depresión post accidente fue el karate.
Acongojado, repasa cómo fueron los segundos posteriores al accidente. “Fue duro y muy traumático. Perdí mucha sangre y por eso me desmayé. Me trasladaron al hospital y decían que debían operaron de urgencia, pero como no estaba mi familia en la ciudad de San Juan, fue un tío que llegó el que autorizó para que lo hicieran”.
Verse sin el brazo izquierdo fue traumático. “Fue un golpe. Estuve un mes internado y al salir debí afrontar mi nueva imagen”, dice. Eso le llevó tiempo.
“Tenía 20 años, todavía cursaba el secundario y me tocó entender que tenía un nuevo cuerpo y que habría cosas que ya no podría volver a hacer. Yo tocaba folclore con la guitarra y jugaba al handball en el colegio. Dejar de hacer todo eso, entender que no podrá volver a mis actividades favoritas por el brazo amputado fue terrible. Comencé terapia para poder lidiar con eso, pero entré en depresión. Fue gracias a mi amigo Marcelino Romero, que me dijo que comenzara a practicar karate, aunque me pareció raro, que comencé a salir a flote. Él era cinturón negro. Le hice caso y fui, fue increíble”, recuerda.
Como si reviviera la sensación de esa primera vez, sigue: “Descubrí que sí podía practicar karate, luchar y hacer movimientos que pensé que no podría. Era cuestión de adaptarlo, pero lo hacía. Y aprendí a hacer cosas que se hacen con los dos brazos, pero con uno, como ponerme la ropa”, cuenta.

Al poco tiempo, se mudó de San Juan a Mendoza para estudiar Trabajo Social en la UNCuyo, pero dejó. “Acá comencé con el Kung-fu y, al poco tiempo, y llegué a ser cinturón negro”.
Pasaron 15 años para que tuviera ese cinturón negro y con eso llegó un deseo mayor. “Como debía demostrar todo lo que sabía hacer para tener ese cinturón afronté el primer torneo. Antes no lo había hecho porque no estaba aseguro, pero lo hice. El combate fue de 40 segundos porque con una patada mi oponente cayó, y no me di cuenta que fue nocaut, recién cuando me dieron el premio lo entendí” admite sobre la primera competencia de 2018. Eso le generó una confianza extraordinaria: “Logré vencer todas mis limitaciones mentales”.
“Primero, no me dejaban competir en Kung Fu y tuve que firmar un consentimiento para hacerlo porque era en un torneo con personas completas físicamente, por así decir. Ese día fue campeón provincial y nacional. Seguí entrenando y por la pandemia hubo torneos virtuales y me convertí en campeón nacional en formas”.
También sumó Kick boxing y en 2021, Jiu-jitsu. “Con el Jiujitsu logré seguir aprendiendo, porque es otro tipo de contacto físico, se abraza, de lucha y también de concentración. Tuve que adaptarme a las técnicas de agarre y sumisión por tener solo una mano y aprender a controlar los movimientos con un brazo. Junto a Raúl Núñez, mi profesor, creamos una variante de la toma conocida como ‘De la Riba’, una maniobra en la que se toma con un brazo una pierna y con el otro la solapa del rival para derribarlo, yo hago esa técnica de sumisión con un brazo”.

La vida cotidiana
Todo lo que logró en él el deporte lo lleva a su vida. Cristian conoció a la mujer con la que tiene dos hijas, se convirtió en subcampeón provincial y nacional de jiujitsu con la academia Cicero Costha y ahora se entrena para el próximo Open (que es el mundial de la disciplina) que se disputará a fin de año.
“Lo más importante, para mi, es que si bien nunca pensé en competir pese a haberlo hecho y estarme preparando para eso, la real lucha fue conmigo mismo, con mis limitaciones. Aprendí a sacar fuerzas de donde no sabía que las tenía.
Emocionado, sigue: “Cuando te pasa algo así, tenés que tratar de mantenerte vivo, de sostenerte y en las artes marciales pasa lo mismo, pero obviamente buscás noquear o dejar inmóviles a tu oponente. Hoy miro atrás y veo que lo hice bien y agradezco porque las artes marciales me fueron dando habilidades para defenderme en la vida”.
“Me dio seguridad. Y el hecho de poder luchar y competir con sables o bastón, como en kung fu, o los combates en Kick boxing, entendí también que puedo tener control de mi mente y mi cuerpo. Además, las artes marciales tienen un lado espiritual y te forma con espíritu guerrero. Y yo creo que soy un guerrero porque pude superarme a mi mismo. Esa competencia ya al gané”, finaliza.
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