Un mar de aventuras y conocimientos submarinos se abrió en los últimos meses en las costas argentina y uruguaya.
Primero, fue la histórica campaña en el Cañón Submarino Mar del Plata. Luego, la expedición Uruguay Sub 200, y ahora, quedan pocos días para que finalice la tercera exploración del buque Falkor (too) del Schmidt Ocean Institute (SOI) y el Servicio de Hidrografía Naval (SHN), en los cañones Bahía Blanca y Almirante Brown frente a las costas de Río Negro y Chubut.
Pero a diferencia del éxito y aclamación social que tuvo la primera exploración en las costas marplantenses, donde prácticamente cada día había una inmersión del poderoso robot submarino SuBastian para recoger muestras y animales marinos, la actual campaña que finaliza a fin de octubre, busca entender por qué el Talud Continental es una de las zonas más fértiles y biodiversas del planeta.

“El objetivo central de esta campaña “Ecos de dos Cañones”, es ampliar el conocimiento sobre los ecosistemas del Atlántico sur y, en particular, sobre una región que se considera entre las más productivas y biodiversas del planeta y es la que está formada por sistemas de cañones submarinos localizados a lo largo de la Plataforma Continental Argentina, en sus sectores patagónico y bonaerense”, explicó a Infobae la investigadora principal y jefa científica, la doctora Silvia Inés Romero, del SHN, dependiente del Ministerio de Defensa de Argentina.
“Teníamos una noción general de lo que había en estos cañones y sus relieves submarinos a través de una base internacional que tiene distintos parámetros amplios. Pero para estudiarlos bien hay que investigarlos y relevarlos, cosa que hicimos aquí con esta nueva expedición que busca comprender el movimiento de los océanos que define la biodiversidad de la Tierra al redistribuir calor, traer alimentos y nutrir los ecosistemas marinos”, agregó la experta.
Romero explicó que la corriente de Malvinas es una corriente oceánica que corre de sur a norte a lo largo del talud continental de Argentina, allí donde la profundidad del océano pasa de 200 a más de 5.000 metros, transportando nutrientes y agua fría desde la rama norte de la Corriente Circumpolar Antártica. La interacción de la corriente de Malvinas con el talud impulsa la productividad primaria en el Atlántico Suroccidental. En particular, los cañones submarinos ubicados a lo largo del talud crean irregularidades en el lecho marino que alteran el movimiento de esta corriente, facilitando el intercambio entre la plataforma continental y el océano adyacente.

Distintos científicos han planteado la hipótesis de que este intercambio fomenta floraciones masivas de fitoplancton. El fitoplancton sustenta a su vez una gran productividad primaria que es aprovechada por las pesquerías y contribuye a absorber gases de efecto invernadero. Pese a la relevancia de los cañones, la interacción de los mismos con la corriente de Malvinas ha sido poco estudiada.
Romero precisó que a lo largo del talud continental, donde la plataforma se hunde abruptamente hacia las profundidades, se extiende un ecosistema de una riqueza biológica extraordinaria. En esas aguas frías y turbulentas, la vida florece con una intensidad difícil de imaginar desde la superficie.
Y es allí donde Romero y un grupo de 25 científicos argentinos lleva adelante una de las expediciones más ambiciosas de los últimos años, con un objetivo tan vasto como el océano que estudian: comprender qué hace de esta región una de las más productivas del Atlántico Sur y, al mismo tiempo, un motor clave en el equilibrio climático del planeta.

La campaña que desarrolla el Schmidt Ocean Institute, una organización sin fines de lucro con sede en Estados Unidos dedicada a impulsar el conocimiento científico sobre los océanos del mundo cuenta con el apoyo de instituciones argentinas como el SHN, la Universidad de Buenos Aires (UBA), la Universidad Nacional de la Plata (UNLP) y el CONICET, entre otras y busca descifrar los mecanismos que fertilizan esta franja marina y sustentan su desbordante biodiversidad.
La misión se concentra en dos cañones submarinos poco explorados: el Bahía Blanca, a 500 kilómetros de Viedma, y el Almirante Brown, a 450 kilómetros de Rawson. Ambos se extienden como valles profundos que cortan el talud continental y actúan como canales entre la plataforma y el océano abierto.
Allí, las corrientes frías y ricas en nutrientes de la Corriente de Malvinas chocan con aguas más cálidas, dando origen a un fenómeno natural que alimenta desde el fitoplancton microscópico hasta las grandes pesquerías comerciales.

“Estamos estudiando el fitoplancton y el zooplancton, alimento por ejemplo del krill, que es a su vez el alimento de las ballenas. Así vemos como los organismos más grandes están asociados al fondo del mar y dependen de una cadena de eslabones vivos para desarrollarse. Contamos ahora con información registrada, de base de datos digitales, mapas, tablas, datos satelitales, muestras tomadas del lecho marino de sedimentos, algas y hasta registros de salinidad, PH, acidez, temperatura, velocidad de las corrientes marinas”, amplió Romero.
La jefa científica detalló que los distintos instrumentos científicos se localizan en el propio barco, que va midiendo las corrientes de agua a medida que se desplaza; en boyas grandes que se sumergen para medir corrientes y en estaciones oceanográficas hechas con botellas de 12 litros cada una para flotar y llevan un instrumento CDT que mide la conductividad, profundidad y temperatura para determinar la densidad del agua.
Habitantes curiosos de las profundidades
Más allá de que esta actual expedición realizó cuatro inmersiones, el rover SuBastian pudo captar detalles curiosos de la fauna marina que llegaron a asombrar a los científicos positivamente. Pero lo que les impactó negativamente, fue por ejemplo, hallar bolsas plásticas en el fondo del océano, un registro claro de cómo la contaminación del hombre también llega a las profundidades y altera la biología marina.
- Pez escondido en un jardín submarino
Un simpático pez abisal parecía no querer salir en vivo por las cámaras del rover SuBastian y se esconde entre esponjas y corales a 155 metros de profundidad.
- Peces buscan protagonismo científico
Mientras el equipo científico posaba sus miradas en una esponja marina, un grupo de tres peces quiso robar protagonismo y salir delante de las cámaras. Curiosos, se mostraron frente a las luces del rover submarino para intentar saber qué era ese extraño objeto que los visitaba.
- Una anémona en pijama
Una curiosa anémona de rayas blancas y rojas fue bautizada como “anémona pijama” por los científicos de la expedición. Las anémonas de mar o actiniarios son un orden de antozoos hexacorales. Son animales marinos que se adhieren normalmente al sustrato, en algunas ocasiones en la arena del fondo, en otras, en las rocas, y hasta en las conchas de crustáceos o moluscos. Llegan a medir desde 1.25 cm hasta 2 m de diámetro.
- Una espectacular medusa marina
A más de 300 metros de profundidad, los investigadores hallaron una gran medusa marina blanca. Las medusas (Medusozoa), también llamadas aguavivas, son animales marinos de cuerpo gelatinoso, con forma de campana de la que cuelga un manubrio tubular, con la boca en el extremo inferior, a veces prolongado por largos tentáculos cargados con células urticantes llamados cnidocitos. Las medusas se encuentran en todo el mundo, desde las aguas superficiales hasta las profundidades marinas.
- El beso de la mantarraya
Una de las más divertidas escenas submarinas fue la protagonizada por una mantarraya cuando se acercó a tocar al robot SuBastian. Los científicos exclamaron de asombro y hasta calificaron el acto como el “beso de la mantarraya”.
- Basura marina
La expedición al fondo del mar no podía dejar de contar con la presencia humana a través de la basura hallada a 333 metros de profundidad, algo que claramente molestó a los científicos, que decidieron recogerla y llevarla a la superficie para que no afecte el normal desarrollo ecológico submarino.
Una alianza para mirar las profundidades
La expedición fue seleccionada entre cientos de propuestas internacionales por un jurado del Schmidt Ocean Institute.
Dentro de las ocho campañas elegidas para explorar el Atlántico Sudoccidental, tres están dirigidas por científicos argentinos, una marca inédita que refleja el creciente protagonismo del país en las ciencias del mar. Para concretar la misión, se firmó un acuerdo entre el SHN, dependiente del Ministerio de Defensa, y el SOI, con el respaldo de la Fundación Williams y el Instituto Franco-Argentino de Estudios sobre el Clima y sus Impactos (IFAECI).

La dirección científica recae en Silvia Romero, jefa del Laboratorio de Dinámica Oceánica del SHN, quien define el talud continental como una “bomba biológica” que impulsa la vida en el Atlántico Sur. “Queremos entender por qué esta zona produce tanto alimento, actúa como sumidero natural de carbono y sostiene una cadena trófica tan vigorosa”, explicó la investigadora, que encabeza un equipo interdisciplinario compuesto por oceanógrafos, geólogos, biólogos y técnicos de diversas instituciones nacionales e internacionales.
En total, participan 25 personas a bordo, entre ellos especialistas del SHN, el CIMA, el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP), el Instituto Argentino de Oceanografía (IADO), el Instituto de Geociencias Básicas, Aplicadas y Ambientales de Buenos Aires (IGEBA), el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC) y organismos internacionales como la NASA y el CNES francés. La diversidad del equipo refleja la magnitud del desafío: estudiar un sistema donde se cruzan procesos físicos, químicos y biológicos que operan en escalas colosales.
“Queremos corroborar si los valles submarinos, correspondientes a los cañones, modifican efectivamente la dinámica de las corrientes y masas de agua y fuerzan el ingreso de las aguas frías, salinas y ricas en nutrientes de la Corriente de Malvinas hacia la plataforma”, detalló el investigador del CONICET Martín Saraceno. Según él, este mecanismo podría explicar la fertilización natural de las aguas costeras y la abundancia de vida marina que caracteriza al Mar Argentino.

La expedición se concentra en observar y medir las condiciones del océano en diferentes capas de profundidad. Las muestras de agua, obtenidas mediante una estructura conocida como roseta, permiten registrar parámetros como temperatura, salinidad, pH, concentración de oxígeno y dióxido de carbono.
A partir de esos datos, los científicos buscan construir un modelo de cómo las corrientes interactúan con el relieve submarino y cómo ese intercambio define la productividad biológica de la región.
Tecnología de vanguardia al servicio del conocimiento

El Falkor (too) es un laboratorio flotante equipado con tecnología de última generación. A bordo se despliegan dos instrumentos clave: el AUV Glider, un vehículo submarino autónomo que recorre grandes distancias sin conexión directa con el buque, y el ROV SuBastian, un robot operado remotamente que transmite imágenes en alta definición desde el fondo del mar.
“Hay un despliegue poco común de equipamientos tecnológicos de última generación, entre los cuales destacan el uso de un AUV y el ya famoso ROV SuBastian. En este sentido, se puede decir que es la primera vez que el ojo humano puede ver en vivo y en directo las profundidades de los sistemas de cañones", explicó la científica Graziella Bozzano, geóloga marina.
Mientras las cámaras del SuBastian envían imágenes hipnóticas de corales, esponjas y peces abisales, el Glider mide variables físicas a lo largo de la columna de agua con una resolución nunca antes lograda en esta zona. Las mediciones se complementan con ecosondas adosadas al casco del buque, que permiten mapear el relieve del fondo sin afectar a la fauna marina. A la vez, un conjunto de boyas equipadas con sensores GPS sigue las trayectorias de las masas de agua para entender cómo se mueven los nutrientes y la materia orgánica.

Una parte del instrumental fue desarrollada en la Argentina, incluyendo 30 boyas construidas en laboratorios nacionales y una plataforma anclada al fondo marino que registra la velocidad de las corrientes. “El análisis de la velocidad de las corrientes marinas y las masas de agua asociadas se hará también gracias a instrumentos anclados al fondo marino, uno de los cuales también lo desarrollamos en Argentina”, destaca Saraceno. Este esfuerzo tecnológico representa un salto de calidad para la investigación oceanográfica local, que tradicionalmente dependía de equipamiento extranjero.
La información recolectada se integrará con datos satelitales y meteorológicos para obtener una visión completa del sistema. Una boya del tipo Wavescan Oceanor, perteneciente al SHN, registra variables atmosféricas y oceanográficas en tiempo real, sumando una capa más al complejo rompecabezas que los científicos intentan resolver. La misión combina observación directa, experimentación y modelado numérico, una metodología que busca conectar la dinámica física del océano con sus efectos sobre los ecosistemas.
Más allá de los resultados inmediatos, la campaña representa una oportunidad inédita para formar nuevas generaciones de investigadores. A bordo del Falkor (too) viajan jóvenes científicos y becarios que experimentan por primera vez el trabajo en mar abierto, bajo condiciones exigentes y junto a expertos de distintas disciplinas. La convivencia en el barco, explican los coordinadores, refuerza la colaboración y la mirada interdisciplinaria, dos pilares esenciales para entender un entorno tan complejo como el océano.
El talud continental argentino se extiende por unos 1500 kilómetros y marca la transición entre la plataforma y las profundidades oceánicas. En ese borde invisible, la Corriente de Malvinas transporta aguas frías y ricas en nutrientes desde el sur hacia el norte, estimulando la proliferación de fitoplancton. Este diminuto organismo fotosintético constituye la base de la cadena alimentaria marina y es también un actor clave en la absorción del dióxido de carbono atmosférico. De su abundancia dependen peces, moluscos, mamíferos y aves que sustentan las principales pesquerías del país.
Sin embargo, la interacción entre la corriente y los cañones submarinos sigue siendo un enigma. Cada cañón, con su forma y profundidad particular, podría modificar el flujo de agua de manera distinta, alterando la distribución de nutrientes y oxígeno. Al estudiar estos patrones, los científicos esperan comprender mejor cómo se mantiene la productividad biológica del Atlántico Sur y qué impacto tienen estos procesos sobre el clima global. Los cañones funcionarían como autopistas verticales que conectan las profundidades con la superficie, impulsando la fertilización natural del mar.

“El análisis que hagamos de esta información nos permitirá avanzar en el conocimiento de cómo funciona nuestro océano y por qué el Mar Argentino es tan especial”, resume Romero. Para los investigadores, entender estas dinámicas no solo es una cuestión académica: implica también sentar las bases para una gestión más sostenible de los recursos marinos y una política de conservación acorde con la magnitud ecológica del área.
Al finalizar la expedición, los datos recopilados serán de acceso público, en línea con la política de ciencia abierta del Schmidt Ocean Institute. De esa manera, investigadores de todo el mundo podrán utilizarlos para comparar ecosistemas, modelar procesos oceanográficos y proyectar escenarios frente al cambio climático.
La misión del Falkor (too) culminará el 29 de octubre, pero sus descubrimientos apenas comienzan. En las profundidades del Atlántico Sur, donde la luz apenas llega, los científicos argentinos están encendiendo una nueva mirada sobre el océano. Lo que encuentren allí no solo contará la historia de un ecosistema extraordinario, sino también la de un país que vuelve a mirar hacia el mar como una fuente de conocimiento, soberanía y futuro.
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