
Cada año, atletas de ultra resistencia corren durante semanas, atraviesan desiertos en bicicleta o nadan cientos de kilómetros, convencidos de que la mente y el entrenamiento pueden doblegar cualquier obstáculo.
Sin embargo, existe un límite biológico ineludible, una frontera invisible que ni la mayor disciplina ni la genética más favorecida logran superar. Un estudio reciente identificó el techo metabólico que ningún ser humano puede romper de forma sostenida y revela cómo el cuerpo prioriza la supervivencia cuando todo está en juego.
¿Cuál es el verdadero límite energético del ser humano?
Un trabajo publicado en Cell Press (Current Biology) reunió a 14 atletas de ultra resistencia —corredores, ciclistas y triatletas de élite— para medir, durante hasta 52 semanas, cuánta energía pueden realmente gastar los cuerpos más preparados.
Si bien en pruebas breves el organismo puede consumir incluso diez veces su tasa metabólica basal (TMB), cuando la exigencia se mantiene por meses, surge un límite que nadie consigue quebrar: 2,5 veces la TMB es el máximo sostenible a largo plazo.

Este hallazgo no solo redefine los conocimientos previos sobre desempeño humano, sino que también ilumina los mecanismos biológicos que marcan la diferencia entre el éxito y el colapso. Andrew Best, antropólogo y atleta de resistencia que lideró la investigación en el Massachusetts College of Liberal Arts, sostuvo: “Todo ser vivo tiene un techo metabólico, pero la cuestión es cuál es ese número y qué lo determina”. Su trabajo permitió, por primera vez, cuantificar con exactitud ese punto de no retorno que impone la biología, incluso a los más extremos.
Así se midió el techo metabólico: una “dura prueba” bajo la lupa
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores usaron un método de precisión: agua doblemente marcada. Esta técnica científica rastrea isótopos estables en la orina para calcular el consumo calórico real y la cantidad de dióxido de carbono exhalado, trazando así el mapa energético exacto del cuerpo en condiciones extremas, desde un solo día hasta un año completo.
Durante competencias de varios días, algunos atletas llegaron a quemar entre seis y siete veces su TMB, el equivalente a 7.000 u 8.000 calorías diarias. Sin embargo, al analizar los períodos de 30 y 52 semanas, ese gasto se estabilizó en torno a 2,39 veces la TMB, unas 4.020 calorías diarias como promedio. Solo unos pocos participantes superaron de manera excepcional el umbral de 2,5, con un máximo de 2,74, consideradas auténticas rarezas biológicas.

Adaptarse o caer: cómo el cuerpo sacrifica funciones para sostener la resistencia
Cuando la demanda es extrema, el cuerpo toma decisiones drásticas para sobrevivir. El estudio reveló que, a medida que aumentaba la intensidad del esfuerzo, el gasto calórico destinado a actividades cotidianas disminuía casi a cero.
Durante semanas de entrenamiento liviano, los atletas gastaban hasta 920 calorías diarias en tareas fuera del ejercicio principal. Pero en los momentos más exigentes, esa cifra desaparecía: toda la energía se asignaba a sobrevivir el desafío.
Andrew Best subrayó que este ajuste es involuntario y silencioso: “El cerebro influye de manera poderosa en cuánto te mueves, si te apetece moverte o si decides tomar una siesta. Estas sensaciones de fatiga ayudan a ahorrar calorías”.
El cuerpo prioriza el rendimiento físico extremo y posterga funciones indispensables como la reparación de tejidos o la reproducción, sobreviviendo mientras dure el desafío, pero dejando en evidencia su límite innegociable.
Los que rozan el imposible: hazañas, límites y advertencias de la ciencia

Algunos nombres parecen desafiar la estadística. El ultramaratonista Pat Farmer recorrió casi 15.000 kilómetros en 195 días alrededor de Australia, mientras que Serge Girard alcanzó 27.011 kilómetros en un año, siendo récord mundial.
Son proezas que sugieren que ciertos individuos pueden acercarse al techo teórico, aunque el propio estudio advierte que estos casos excepcionales resultan difíciles de comparar y medir con rigor científico.
Las condiciones de cada travesía, la ausencia de mediciones directas y las diferencias en la gestión y compensación energética hacen que no exista una vara única para evaluar estos logros. Lo que sí queda claro es que, aunque el límite pueda fluctuar levemente, ningún cuerpo humano logra escapar a las leyes de la biología.
Más allá del deporte: lo que este límite enseña sobre salud y adaptación humana
Comprender el techo metabólico no es solo una cuestión de rendimiento físico extremo. Sus lecciones ayudan a diseñar entrenamientos más inteligentes, prevenir lesiones y repensar la salud a largo plazo para quienes llevan el cuerpo al borde de lo posible. Saber cómo el organismo redistribuye la energía y prioriza funciones vitales permite desarrollar enfoques más efectivos en la medicina deportiva y la fisiología humana.
Para la mayoría, alcanzar este umbral resulta imposible: significaría correr dieciocho kilómetros diarios durante un año. Antes de llegar a ese punto, casi todos —incluido el propio Best— sufrirían lesiones o fatiga extrema que impedirían siquiera acercarse a ese borde invisible. Mientras el deseo humano nos impulsa a soñar con romper los límites, la biología recuerda que, para el cuerpo, siempre hay una línea que no se puede cruzar.
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