
Una sola sesión de ejercicio intenso puede desencadenar cambios en la sangre capaces de frenar el crecimiento de células de cáncer de mama, según un estudio reciente realizado en Australia y reportado por The Washington Post.
La investigación, que involucró a 32 mujeres que habían superado el cáncer de mama, sugiere que el ejercicio no solo contribuye a la prevención, sino que también podría influir directamente en la enfermedad a nivel celular.
El abordaje, liderado por Robert Newton, subdirector del Exercise Medicine Research Institute de la Universidad Edith Cowan en Perth (Australia), se centró en analizar cómo el ejercicio afecta la biología del cáncer.

Tras una única sesión de entrenamiento intenso, los investigadores detectaron en la sangre de las participantes un aumento de ciertas moléculas que, al ser aplicadas a células de cáncer de mama cultivadas en laboratorio, lograron suprimir su crecimiento.
“Nuestro trabajo demuestra que el ejercicio puede influir directamente en la biología del cáncer, suprimiendo el crecimiento tumoral mediante señales moleculares poderosas”, explicó Newton en The Washington Post.
Myokinas e intensidad: el mecanismo clave
El mecanismo detrás de este efecto radica en la liberación de myokinas, sustancias producidas por los músculos durante el ejercicio. Entre ellas, la interleucina-6 (IL-6) destacó por su capacidad para modular la respuesta inmunitaria y la inflamación.
Asimismo, el estudio comprobó que cuanto mayor era la concentración de IL-6 en la sangre tras el ejercicio, mayor era la inhibición del crecimiento de las células cancerosas. El entrenamiento por intervalos de alta intensidad fue el que más incrementó los niveles de esta proteína, lo que sugiere que la intensidad del ejercicio es un factor determinante en la respuesta biológica anticancerígena.

Metodología del experimento revelador
Para llevar a cabo la investigación, el equipo reclutó a mujeres que habían finalizado su tratamiento contra el cáncer de mama y que no practicaban ejercicio regularmente, pero que contaban con autorización médica para iniciar actividad física.
Las participantes se dividieron en dos grupos: uno realizó intervalos de alta intensidad en máquinas de gimnasio durante 45 minutos, alternando 30 segundos de esfuerzo máximo con 30 segundos de descanso, mientras que el otro grupo se dedicó al levantamiento de pesas con la misma duración e intensidad percibida.
Además, se extrajo sangre antes y después de las sesiones, y el plasma obtenido se aplicó a células de cáncer de mama en laboratorio para evaluar su efecto.

Resultados prometedores y las proyecciones terapéuticas
Los resultados mostraron que el plasma recogido tras el ejercicio, especialmente después del entrenamiento por intervalos, detuvo el crecimiento de muchas células cancerosas e incluso provocó la muerte de algunas.
En contraste, la sangre extraída antes del ejercicio no tuvo ningún efecto sobre las células tumorales. El entrenamiento de fuerza también generó beneficios, aunque en menor medida que el ejercicio de intervalos, lo que refuerza la importancia de la intensidad en la liberación de myokinas.
Expertos ajenos al estudio, como Jessica Scott, directora del Programa de Ejercicio-Oncología en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York, subrayaron en declaraciones recogidas por The Washington Post que los programas de ejercicio progresivo e intenso son seguros y beneficiosos para las sobrevivientes de cáncer de mama.
Por su parte, Kerry Courneya, profesor de actividad física y cáncer en la Universidad de Alberta, señaló que los efectos biológicos del ejercicio ligero o moderado probablemente sean menores en comparación con los entrenamientos de alta intensidad.

El impacto potencial de estos hallazgos va más allá de la prevención. Estudios previos ya habían demostrado que la actividad física regular reduce la recurrencia y mejora la supervivencia en varios tipos de cáncer.
Ahora, la evidencia apunta a que el ejercicio podría convertirse en un complemento fundamental, e incluso en una opción de tratamiento de primera línea, para quienes superaron la enfermedad. Sin embargo, los investigadores advierten que, antes de iniciar cualquier programa de ejercicio, las personas que tuvieron cáncer deben consultar con su oncólogo y buscar programas adaptados a sus necesidades, disponibles en hospitales o centros comunitarios.
Retos y futuro de la investigación
A pesar de los resultados prometedores, el propio Newton reconoció en The Washington Post que aún quedan preguntas por resolver, como la eficacia de diferentes tipos e intensidades de ejercicio y la necesidad de confirmar estos efectos en estudios clínicos con pacientes.

El equipo científico enfatizó que el ejercicio debe considerarse una herramienta accesible y económica para mejorar la salud y reducir el riesgo de recaída, pero siempre bajo supervisión médica.
La investigación australiana reforzó la idea de que el ejercicio no es solo un complemento a los tratamientos convencionales como la quimioterapia o la radioterapia, sino que empieza a ser reconocido como una estrategia terapéutica de primer orden para las personas con cáncer.
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