
La posibilidad de prolongar la vida mediante la reducción de la ingesta de proteína captó la atención de la comunidad científica y del público general, desafiando creencias arraigadas sobre la nutrición y el envejecimiento.
Estudios realizados, tanto en animales como en humanos, sugirieron que limitar el consumo de proteína podría ser una de las claves para aumentar la longevidad, aunque los resultados presentan matices importantes y aún generan debate entre los expertos, según reportó un informe de Science Focus.

Evidencia científica sobre la restricción de proteína y longevidad
La idea de que comer menos puede favorecer una vida más larga no es nueva. En una investigación de la década de 1930, el nutricionista estadounidense Clive McCay observó que las ratas sometidas a una dieta restringida vivían casi el doble que aquellas con acceso libre a la comida.
Dichos animales analizados no solo vivieron más, sino que también mostraron mejor salud en la vejez, con órganos en mejores condiciones y ausencia de cáncer, hasta que se les aumentó la cantidad de alimento al final del experimento.
A lo largo de los años, la restricción calórica demostró efectos positivos en la longevidad de diversas especies, desde levaduras y gusanos hasta ratones y perros. La hipótesis principal es que una menor disponibilidad de alimentos activa mecanismos celulares que ralentizan el envejecimiento, priorizando la supervivencia sobre la reproducción en tiempos de escasez.
En humanos, la evidencia es más limitada. El mayor ensayo realizado hasta la fecha, conocido como CALERIE, se llevó a cabo en Estados Unidos y buscó reducir la ingesta calórica de los participantes en un 25% durante dos años.
Aunque la reducción real fue del 12%, los participantes perdieron en promedio 8 kilogramos y experimentaron mejoras modestas en colesterol LDL, presión arterial, glucosa y marcadores de inflamación. Sin embargo, el periodo de estudio fue demasiado corto para evaluar un impacto directo en la longevidad.

Papel de los aminoácidos específicos en la longevidad
Más allá de la cantidad total de proteína, ciertas investigaciones pusieron el foco en los aminoácidos, los componentes básicos de las proteínas. Un estudio de la Universidad de Sídney, citado por Science Focus, reveló que los ratones alimentados con una dieta baja en proteína vivieron aproximadamente un 30% más que aquellos con una dieta rica en este nutriente.
El tipo de aminoácido también resulta determinante. Otro análisis sugirió que la restricción de aminoácidos de cadena ramificada (BCAA) permitió que ratones machos vivieran un 30% más, aunque este efecto no se observó en hembras. Al reducir específicamente la isoleucina (otro aminoácido), los ratones machos aumentaron su esperanza de vida en un 33%, mientras que en hembras el incremento fue solo del 7%.
La metionina, un aminoácido esencial, también fue objeto de estudio. Ratones alimentados con una dieta que contenía solo un 0,15% de metionina vivieron un 10% más que aquellos con una dieta estándar de 0,4%.
Sin embargo, una restricción excesiva (0,1%) resultó perjudicial, provocando muertes prematuras y problemas de salud graves. Estos hallazgos subrayan la importancia de encontrar un equilibrio adecuado en la ingesta de aminoácidos.

Diferencias entre fuentes de proteína: animal vs. vegetal
El origen de la proteína consumida también influye en los resultados sobre la longevidad. Un trabajo citado por Science Focus, encontró que las personas de 50 años que ingerían menos de 45 g de proteína al día vivían, en promedio, cuatro años más que quienes consumían 90 g diarios.
No obstante, en mayores de 65 años, el efecto se invertía, posiblemente debido a la pérdida de masa muscular asociada a la edad y la necesidad de una mayor ingesta proteica para mantener la salud.
El tipo de proteína también marca diferencias. Quienes consumían más proteína vegetal no presentaban el aumento de riesgo de mortalidad observado en quienes seguían dietas ricas en proteína animal, especialmente carnes rojas y procesadas. Una posible explicación es que las proteínas vegetales suelen contener menos metionina, lo que podría aportar beneficios similares a los observados en estudios de restricción de este aminoácido.

Efectos secundarios y riesgos de reducir la proteína
A pesar de los posibles beneficios, reducir la proteína en la dieta no está exento de riesgos. Las personas que adoptan dietas bajas en proteína pueden experimentar hambre, sensación de frío, disminución de la libido, irritabilidad y una cicatrización más lenta de las heridas.
Asimismo, la evidencia en humanos es menos concluyente y varía según la edad: mientras que en adultos de mediana edad la restricción puede ser beneficiosa, en mayores de 65 años podría resultar perjudicial debido a la pérdida de masa muscular.
Hasta el momento, no existen abordajes en humanos que hayan evaluado de forma específica la restricción de aminoácidos concretos. Por ello, los expertos advirtieron sobre la dificultad de emitir recomendaciones generales y subrayan la necesidad de personalizar las estrategias dietéticas.

Alternativas y enfoques emergentes: dietas personalizadas y fármacos
Ante los desafíos de mantener una dieta baja en proteína a largo plazo, la investigación exploró alternativas innovadoras. Una línea de trabajo consiste en diseñar dietas que ajusten la proporción de aminoácidos según el perfil genético de cada individuo.
Algunas observaciones iniciales en moscas y ratones mostraron que una dieta que replica la composición de aminoácidos del ADN puede favorecer el crecimiento, la fertilidad y, potencialmente, la longevidad, aunque aún no se ha demostrado un aumento de la esperanza de vida en mamíferos.
En paralelo, algunos fármacos buscan imitar los efectos de la restricción dietética. La rapamicina, por ejemplo, activa una vía de reciclaje celular asociada a la longevidad y permitió que ratones vivan hasta un 60% más.

Medicamentos para la diabetes que reducen la glucosa en sangre y agonistas de GLP-1, como el semaglutide, también demostraron efectos positivos en la extensión de la vida en modelos animales, en parte porque disminuyen la ingesta calórica.
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