Durante años, el nombre de Joran van der Sloot circuló por distintos países y expedientes judiciales. Cada aparición reforzó una imagen marcada por crímenes que conmocionaron a familias y autoridades. Hoy, su presencia se concentra en un solo punto del mapa: la prisión de Challapalca, conocida por sus condiciones extremas y por recibir a internos considerados de riesgo para el sistema penitenciario.
Dentro de ese recinto aislado por la geografía, el hombre que enfrentó investigaciones en dos naciones sostiene una rutina limitada por el propio entorno. En una breve conversación captada por Panorama, expuso una versión distinta a la que ofreció durante años. Él afirmó: “Yo me dedico a ejercicio, lectura, leo la Biblia. ‘Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen y oren por los que los maltratan’. Amén”.
En ese mismo registro audiovisual, aseguró haber entregado su vida a la fe. Por primera vez ante cámaras dirigió disculpas a los padres de Stephany Flores. El propio interno dijo: “En diecisiete años nunca tuve la oportunidad de pedir perdón por lo que hice. Si algún día puedo conversar y explicar, tal vez, por qué sucedió lo que sucedió, me gustaría bastante poder hacer eso. Y si ustedes no quieren eso, yo entiendo eso también”.
Un encierro bajo control extremo

Challapalca se ubica en la sierra de Tacna, a más de 4.600 metros sobre el nivel del mar. El penal opera desde finales de los noventa y recibe a internos clasificados dentro de los niveles más altos de peligrosidad. Las autoridades del país señalaron que la presencia de figuras vinculadas a mafias y redes criminales exige ubicarlas en instalaciones que limiten cualquier contacto externo. En palabras de una autoridad nacional: “A los más peligrosos se está llevando a Challapalca”.
Por este motivo, Van der Sloot terminó en ese establecimiento luego de varios reportes sobre irregularidades que ocurrían en penales previos. Su traslado respondió a la necesidad de reforzar controles y evitar tratos diferenciados que pudieran surgir debido a su notoriedad internacional.
La historia del interno no se entiende sin revisar los casos de Natalee Holloway y Stephany Flores. La primera, una joven de Alabama que viajó a Aruba con sus compañeros, desapareció tras una noche de diversión durante su viaje de graduación. Su ausencia alertó a su madre, quien llegó a la isla para buscar respuestas directas. Desde los primeros días, el joven neerlandés quedó señalado por sus constantes cambios de versión.
A pesar de múltiples investigaciones y largos periodos sin resultados, la familia Holloway continuó su búsqueda. Años después, el propio Van der Sloot reconoció su responsabilidad ante un tribunal de Estados Unidos, durante el proceso por extorsión y fraude que se inició cuando él pidió dinero a cambio de información falsa sobre la ubicación del cuerpo de Natalee.
El segundo caso ocurrió en el Perú. Stephany Flores, estudiante universitaria, fue vista junto a él al ingresar a un hotel de Miraflores. Tres días después, el personal del establecimiento encontró su cuerpo sin vida. La policía puso en marcha una operación que permitió ubicar al sospechoso en Chile y trasladarlo nuevamente a Lima. Durante el proceso judicial, él aceptó su responsabilidad y recibió una condena de 28 años de prisión.
Una vida limitada por la altitud y la vigilancia

El penal donde cumple su sentencia se caracteriza por temperaturas que descienden rápidamente durante la noche y por una altitud que afecta a quienes no están acostumbrados. Allí se concentran presos que, según el Instituto Nacional Penitenciario, requieren estricta supervisión y escaso contacto con el exterior.
En ese paisaje desolado, el interno mantiene una rutina centrada en actividad física y lectura. Frente a cámaras, recitó pasajes bíblicos como muestra de un cambio personal. El entorno penitenciario, sin embargo, coloca límites estrictos a cualquier dinámica diaria.



