
El memo publicado por Bill Gates previo a la COP30 - criticado por muchos y celebrado por otros - abrió un debate necesario sobre cómo equilibrar la urgencia climática con las prioridades de bienestar humano. Su llamado a situar la salud, la energía accesible y el desarrollo en el centro de la agenda es valioso, especialmente en un contexto global donde millones de personas siguen enfrentando vulnerabilidades profundas.
Sin embargo, es importante matizar —y ampliar— esta visión. El riesgo de interpretar - o permitir que otros interpreten - su memo como un reemplazo de la acción climática estructural por intervenciones únicamente sociales es real. Y no deberíamos permitir que esa interpretación prevalezca. La realidad es que no existe un dilema ni un divorcio entre metas climáticas y bienestar humano: ambos son pilares complementarios de cualquier futuro viable.

La evidencia es contundente: clima, bienestar y biodiversidad son un mismo sistema. Cuando uno se fractura, los demás le siguen.
Esto es especialmente evidente en las grandes regiones que concentran la biodiversidad planetaria —la Amazonía, la Cuenca del Congo y el Sudeste Asiático— donde la resiliencia de los ecosistemas está entrelazada con la resiliencia cultural, económica y territorial de quienes los habitan.

En estas zonas, las economías ilegales —oro ilícito, tala ilegal de madera, trata, narcotráfico, entre otros— se fortalecen precisamente de la fragilidad de esos territorios, llevando a la depredación y al colapso de los ecosistemas.
Y esto no es un asunto solo de relevancia local en esos territorios. Ya diversos estudios han señalado directamente que el 50 % de la economía mundial depende directamente de los servicios ecosistémicos. Si fallan las regiones que concentran la biodiversidad planetaria, fallarán también las cadenas de suministro, la estabilidad económica y la seguridad global.

América Latina y el Caribe, que alberga el 40 % de la biodiversidad del planeta, lo demuestra con claridad:
- Cuando los ecosistemas se degradan, también lo hacen los medios de vida.
- Cuando las economías locales se precarizan, crecen las actividades ilegales que destruyen esos territorios.
- Cuando se erosiona la cultura comunitaria, se pierde el conocimiento que ha mantenido vivas estas selvas por milenios.

Por eso, más que elegir entre reducir emisiones o asegurar bienestar, la verdadera pregunta es cómo construir modelos donde ambos avancen juntos y se potencien mutuamente.
No se trata solo de mitigar o adaptarse; se trata de regenerar. No se trata de separar lo ecológico de lo humano; se trata de integrarlo en una teoría económica coherente.
El memo de Gates invita a un diálogo importante, pero incompleto. La respuesta que necesitamos va más allá: no es sustituir ambición climática por desarrollo, ni insistir en metas climáticas desconectadas de la realidad humana. Es construir la visión donde ambos son motores simultáneos de estabilidad, bienestar y vida.
Ese es el camino hacia un futuro posible. Un futuro donde la prosperidad no se opone a la naturaleza, sino que surge de protegerla y restaurarla.



