
Hasta el siglo pasado, el miedo al cambio tecnológico estuvo centrado en los trabajadores manuales menos calificados. Piense en “Charlie y la Fábrica de Chocolate”: el papá de Charlie era un obrero de fábrica cuyo trabajo repetitivo de enroscar las tapas de los tubos de pasta dental fue reemplazado por una máquina. El reciente auge de la inteligencia artificial generativa ha reavivado este miedo, pero en otro perfil: el profesional joven, con educación superior, que trabaja frente a una pantalla.
The Economist publicó recientemente un estudio de dos investigadores de Harvard que hallaron una menor demanda de trabajadores jóvenes en las primeras empresas en adoptar IA generativa en Estados Unidos. Luego del lanzamiento de Chat GPT 3.5 en 2023, la contratación de trabajadores junior cayó 7.7% más en las empresas que lo habrían implementado, mientras que en trabajadores senior no se encontró un efecto.
Entonces, ¿debemos tener miedo de que la IA nos quite el trabajo? No necesariamente. El efecto que tendrá la IA depende de si puede ser adoptada por el trabajador como una herramienta, en lo que se conoce como “complementariedad”. En los empleos con alta complementariedad, la IA actúa como una herramienta que impulsa la productividad del trabajador. Es el caso de los médicos, que pueden usar esta tecnología para diagnóstico y análisis, pero siguen siendo responsables de las decisiones clínicas en el tratamiento del paciente. En cambio, una baja complementariedad sí aumenta el riesgo de sustitución. Este es el caso de empleos que involucran tareas repetitivas, como asistentes administrativos, atención al cliente o programadores principiantes.
Como con otras tendencias globales, los retos de las economías avanzadas son distintos a los de Latinoamérica. Mientras que en Europa o Estados Unidos se preocupa en cómo implementar IA y minimizar los costos sobre el empleo, Latinoamérica enfrenta una amenaza peor: llegar tarde. El Perú es uno de los países de la región con menor exposición del empleo a la inteligencia artificial. Según estimaciones del FMI, apenas un 30% de empleos en el país está expuesto a ser transformado por los avances en IA, frente al 40% de Brasil y 50% en Chile. Si bien esta baja exposición reduce la probabilidad del temido reemplazo, también limita la posibilidad de aprovechar el potencial que tiene la IA para volvernos más productivos.
La implementación de IA puede impulsar la productividad en sectores como comercio, educación y salud, donde más del 40% de puestos de trabajo tiene una alta complementariedad con la IA, según el FMI. Sin embargo, esto requerirá superar viejos desafíos. Por un lado, la alta informalidad en el Perú mantiene un tejido empresarial dominado por microempresas con una baja capacidad para acceder al crédito e invertir en tecnología. Por otro lado, persisten brechas que dificultan esta adopción, especialmente en conectividad a internet y desarrollo de habilidades tecnológicas.
El progreso incomoda, pero peor es quedarse atrás. La lección central del Premio Nobel de Economía de este año es que la innovación siempre genera costos en el corto plazo, pero es necesaria para crecer de verdad en el largo. Para el Perú, eso no implica frenar la adopción de la IA, sino prepararnos para entrar en ella: avanzar en una legislación laboral competitiva que reduzca la informalidad, acortar las brechas digitales y aumentar la calidad de la educación. Porque el ser “reemplazado” también puede ser una oportunidad de ascenso.
Al final de la película “Charlie y la Fábrica de Chocolate”, el padre de Charlie vuelve a la misma fábrica, pero ya no a colocar tapas, sino a mantener la máquina que lo sustituyó. El verdadero riesgo para el país no es que la IA nos quite el trabajo, sino en desaprovechar su potencial para dar el salto a los trabajos del futuro.




