En el pasaje La Unión, en Villa María del Triunfo, el aire se ha vuelto irrespirable. Una tubería colapsó y el desagüe se desbordó sin control, cubriendo la calle con aguas servidas que corren libremente frente a las viviendas. Los vecinos, entre ellos adultos mayores, niños y personas enfermas, llevan días expuestos al hedor y al riesgo sanitario que emana de la fuga. Ante la falta de atención de las autoridades, ellos mismos han intentado contener el desastre.
Con recursos propios, los afectados alquilaron una motobomba para drenar el agua sucia que amenaza con ingresar a sus casas. “Tuvimos que hacerlo porque nadie venía. Llamamos a Sedapal y no contestan”, contó una de las vecinas mientras mostraba los charcos que rodean su puerta. Las imágenes son elocuentes: el agua turbia se desliza por la vía principal y deja un rastro oscuro y pestilente a su paso.
En medio del olor, una mujer con diagnóstico oncológico observa con resignación cómo el líquido contaminado avanza. Su salud es frágil, pero no puede abandonar su vivienda. “Yo soy una persona oncológica y el viernes recibí mi quimio. Ahorita tengo que estar así. Nunca vienen a solucionar nada. Cada cierto tiempo pasa lo mismo. Llamamos y no responden”, relató con voz débil. Su testimonio refleja el agotamiento de una comunidad que ha perdido la confianza en las instituciones.
Mientras tanto, la respuesta oficial brilla por su ausencia. Los vecinos aseguran que Sedapal —la empresa encargada del servicio— no ha enviado personal de emergencia a pesar de los reiterados avisos. “Fui a las oficinas a pedir ayuda y me dijeron que solo tienen cuatro escuadrillas. Me pidieron esperar dos horas. Les dije que el agua se metía a las casas, pero no hicieron nada”, expresó otra residente visiblemente indignada.
Vecinos se organizan ante la inacción de las autoridades

En el pasaje La Unión, la solidaridad se convirtió en la única herramienta posible. Hombres y mujeres se turnan para operar la motobomba alquilada, intentando evitar que el agua ingrese a las viviendas. “Hace doce años ya se metió el desagüe a mi casa, llegó a un metro ochenta. Tengo miedo de que vuelva a pasar. Vivo con mis padres, que son adultos mayores. ¿Cómo voy a ayudarlos si se repite?”, comentó una vecina.
Los más jóvenes ayudan con baldes y escobas. Otros, con mascarillas improvisadas, tratan de mantener las aceras limpias para que los niños no pisen el agua contaminada. Sin embargo, el esfuerzo no basta. Cada pocas horas, la presión del desagüe vuelve a romper el suelo y el agua retorna.
El problema, dicen, no es nuevo. “Esto pasa cada quince días o cada semana. Después de una lluvia, el desagüe revienta. Nadie hace su trabajo. Cuando ocurre, todos tenemos que dejar lo que estamos haciendo para ayudar”, explicó otra moradora, mientras señalaba el frente de su pequeño negocio cerrado por precaución. Las pérdidas económicas se suman al malestar. “Ese día se pierde el trabajo, se pierde la venta. Yo tengo un hijo menor, y cada semana está con infección al estómago. Ya no sabemos qué hacer”.
Los vecinos afirman que han solicitado en múltiples ocasiones el cambio completo de las tuberías, ya que el sistema actual estaría colapsado por antigüedad. “No es la primera vez que ocurre. Lo que pedimos es que cambien todo, porque ya no aguanta más”, señalaron los afectados.
A pesar de los reclamos, la municipalidad y la empresa de agua no habrían tomado acciones concretas. “Vamos a la municipalidad, y tampoco hacen nada. Nos mandan de un lado a otro. Mientras tanto, el agua sigue ahí”, expresó una de las residentes.
La situación se agrava por el riesgo sanitario. Las aguas servidas contaminan el suelo y atraen insectos, mientras los vecinos, sin otra alternativa, conviven con el hedor permanente. “Esto no es vida. Ya no se puede comer tranquilos ni dormir. Tenemos miedo de que alguien se enferme más”, resumió una madre.
En Villa María del Triunfo, la escena se repite una y otra vez: calles inundadas, promesas incumplidas y vecinos que se enfrentan solos a un problema que no deberían soportar. El desagüe sigue corriendo, las llamadas siguen sin respuesta, y el barrio entero espera, entre el mal olor y la impotencia, que alguien escuche.



