El proyecto Constelaciones Incas tiene como objetivo rescatar y difundir la astronomía de los antiguos habitantes del Tahuantinsuyo. A diferencia del modelo europeo, que conecta estrellas para formar figuras, las constelaciones incas se basan en las zonas oscuras de la Vía Láctea. Allí, los observadores precolombinos reconocían siluetas de animales y figuras que representaban elementos de su entorno natural.
En la investigación se identificaron siete constelaciones oscuras y dos estelares. Las primeras incluyen al michi (pastor), atok (zorro), yakana (llama negra), uña llama (cría de llama), yutu (perdiz), janpatu (sapo o jardinero andino) y machacuay (serpiente). Las dos estelares corresponden a la colca, conocida actualmente como las Pléyades, y la urcuchillay, representada como una llama plateada.
Infobae Perú llegó hasta el lugar y conversó con Adita Quispe, coordinadora del Planetario Nacional del IGP. “Cada una de estas figuras tenía un valor simbólico y práctico”, detalló. “El sapo, por ejemplo, era considerado protector de la agricultura porque se alimentaba de insectos dañinos. Por eso lo llamaban el ‘jardinero andino’. También observaban el comportamiento de los animales y lo relacionaban con los cambios climáticos”.
El estudio, realizado por el investigador José Ricra, fue reconocido en el Festival Internacional de Cine Científico de Moscú 2024, donde el documental homónimo del IGP quedó entre los finalistas. Este logro internacional permitió visibilizar por primera vez ante la comunidad científica mundial una visión astronómica distinta, nacida de los Andes.
“Fue una gran sorpresa”, recuerda Quispe. “Muchos en el extranjero consideraron que se trataba de una nueva forma de mirar el cosmos, porque se daba a conocer por primera vez la astronomía de nuestros antepasados”.
Las figuras del cielo incaico

Las constelaciones oscuras incas se descubren observando las sombras formadas por el polvo cósmico en la Vía Láctea. Estas zonas sin estrellas visibles contrastan con la luz del fondo estelar y generan siluetas que los pueblos andinos interpretaron como animales sagrados.
El machacuay, o serpiente, era símbolo de sabiduría y regeneración. El atok, el zorro, representaba la astucia y el ciclo de la vida y la muerte, pues devoraba a las crías de llamas. El yutu, la perdiz, se ofrecía antes de las batallas para atraer la buena fortuna.
La yakana, o llama negra, cumplía una función central: su aparición en el cielo marcaba el inicio de los ciclos agrícolas. Cuando las Pléyades (la colca) aparecían brillantes, era señal de un año fértil; si se veían opacas, los campesinos preveían sequías y almacenaban alimentos en las colcas, los antiguos graneros.
“Los incas leían el cielo como un calendario. Las estrellas y sombras no eran adornos del firmamento, sino indicadores de cuándo sembrar, cosechar o prepararse para la escasez”, explicó Quispe. “Era un conocimiento empírico y profundo, basado en la observación constante del entorno”.
Educación astronómica para nuevas generaciones

El Planetario Nacional Mutsumi Ishitsuka fue inaugurado el 18 de junio de 2008 gracias a la cooperación técnica con el gobierno de Japón. Lleva el nombre del científico que impulsó su creación y que durante décadas promovió la investigación astronómica en el Perú.
Desde entonces, el recinto se ha convertido en un referente educativo. “Tenemos seis programas permanentes que combinan ciencia, historia y cultura”, indicó la experta. Los títulos son: Una noche de verano, Los cielos de América, De la Tierra al universo, Dos piezas de vidrio, El Sol y Constelaciones incas.
Las funciones están abiertas al público los viernes por la tarde, y el primer y tercer domingo de cada mes. Los colegios pueden asistir de miércoles a viernes, previa reserva. Los martes se destinan a instituciones públicas con ingreso gratuito.
Las entradas se pueden adquirir de forma virtual a través de Joinnus. El precio general es de 12 soles. La capacidad es limitada a 50 personas por función.
El planetario cuenta con un sistema de proyección híbrido —óptico y digital— que permite reproducir con precisión el movimiento de las estrellas, planetas y galaxias. Su domo de 7.5 metros de diámetro ofrece una experiencia inmersiva donde los visitantes observan cómo el cielo se transforma según la hora y el lugar de observación.
“Durante las funciones explicamos, por ejemplo, cómo la Luna refleja la luz del Sol, o cómo se forman los eclipses”, señaló Quispe. “Los visitantes también aprenden sobre las diferentes temperaturas del Sol: alrededor de 4,500 grados en sus zonas más frías y más de 15 millones en el núcleo”.
Difusión internacional del conocimiento ancestral

La labor de difusión del IGP ha logrado que las constelaciones incas sean reconocidas en publicaciones científicas internacionales. Actualmente, la Unión Astronómica Internacional (IAU) incluye información e infografías sobre estas figuras en su portal educativo, aunque aún no forman parte del catálogo oficial de constelaciones.
“Quizás en el futuro se debata su incorporación formal”, comentó Quispe. “Pero eso requeriría una reestructuración del sistema actual, que está basado en el modelo grecolatino. Por ahora, lo importante es que se reconozca que los pueblos andinos también construyeron un conocimiento astronómico propio”.
La difusión de estas investigaciones tiene un valor cultural significativo. En un contexto mundial donde la ciencia busca integrar saberes locales, el caso peruano representa un ejemplo de diálogo entre la modernidad y la tradición. El planetario del IGP se ha propuesto continuar produciendo materiales educativos, documentales y actividades de divulgación que fortalezcan esa conexión.
“Queremos que los niños y jóvenes entiendan que la ciencia no solo viene de afuera, también nació aquí”, afirmó la coordinadora del IGP. “Nuestros antepasados fueron observadores atentos del cielo y entendieron su funcionamiento con una precisión admirable”.
Además de las proyecciones astronómicas, el Planetario Nacional alberga una exposición dedicada a los principales referentes de la historia de la astronomía. En sus paredes figuran los rostros de Hipatia de Alejandría, Galileo Galilei, Isaac Newton, Albert Einstein, Cecilia Payne y Valentina Tereshkova, primera mujer en viajar al espacio.
“Estas seis figuras representan el avance del conocimiento científico a lo largo del tiempo”, señaló Quispe. “Son tres hombres y tres mujeres, para mostrar que la ciencia siempre ha sido construida por todos”.
En otra sección, el público puede observar imágenes captadas por el Observatorio de Huancayo, administrado por el IGP. Allí se registraron fenómenos como el eclipse solar de 2019 y las manchas solares de 2024. También se exhiben fotografías de nebulosas y galaxias obtenidas por astrofotógrafos peruanos.
Las maquetas de la Luna y Marte complementan la experiencia educativa. Los visitantes pueden conocer detalles del alunizaje de 1969 y de las misiones actuales al planeta rojo. “Mostramos cómo el rover Curiosity aún envía imágenes desde Marte”, comentó. “Es una forma de conectar la exploración del pasado con la del presente”.
Un espacio para mirar el futuro

El lema institucional del IGP —“Ciencia para protegernos, ciencia para avanzar”— resume la misión del Planetario Nacional. A través de su programación, el centro busca fomentar el pensamiento científico, despertar la curiosidad y transmitir el valor de la observación.
El proyecto Constelaciones Incas no solo reconstruye una tradición perdida, sino que demuestra que la ciencia puede ser también un puente hacia la identidad. “Cuando los niños descubren que los incas miraban el cielo de otra forma, se sienten parte de esa historia”, afirmó Quispe. “Eso genera orgullo y curiosidad, las dos bases del aprendizaje”.
En el futuro, el IGP planea ampliar su oferta educativa con nuevos programas y colaboraciones internacionales. La meta es fortalecer el vínculo entre la astronomía moderna y los saberes ancestrales, posicionando al Perú como un referente en el estudio del cosmos desde una perspectiva intercultural.
Así, bajo la cúpula del Planetario Nacional, la ciencia y la memoria ancestral se encuentran. Las sombras de la Vía Láctea que los incas interpretaron hace siglos vuelven a proyectarse, ahora iluminadas por la tecnología.
Y en cada visita, en cada mirada al cielo simulado, se repite la misma fascinación que sintieron los antiguos pastores andinos al descubrir que las estrellas también contaban su historia.