
En el barrio de San Cristóbal, una de las zonas más tradicionales del Cusco, una calle angosta y de piedra logró convertirse en símbolo de organización comunitaria y de revalorización cultural. Se trata de Siete Borreguitos, reconocida oficialmente con la Jerarquía 2 como recurso turístico por la Gerencia Regional de Comercio Exterior, Turismo y Artesanía (Gercetur).
El reconocimiento no llegó de manera aislada. Fue resultado de años de esfuerzo de los vecinos, quienes decidieron transformar su entorno a través del cuidado de los espacios, la limpieza diaria y la colocación de maceteros con flores que hoy adornan las fachadas de las casas típicas. Esa labor comunitaria convirtió a la calle en un punto atractivo para visitantes nacionales y extranjeros que buscan experiencias más allá de los circuitos convencionales.
La ceremonia de entrega contó con la participación de autoridades locales y representantes de la Cámara de Comercio del Cusco. Para Rosendo Baca, director de Gercetur Cusco, este paso consolida al barrio de San Cristóbal dentro de la oferta turística: “Hoy es un día de fiesta para el tradicional barrio de San Cristóbal. Jerarquía 2 para una calle emblemática como es Siete Borreguitos, una iniciativa de los vecinos que acompañaron en esta actividad y por supuesto al trabajo articulador desde la Gercetur. Ahora toca promocionar el destino”.
Un espacio que se transforma con los vecinos

El pasaje empedrado, de casi cien metros, con graderías y muros blancos coronados por techos de teja, comenzó a tomar nueva vida poco antes de la pandemia. Según relató Julio César Chaparro Zamalloa, presidente del Frente de Defensa de los Intereses de San Cristóbal, la idea surgió de manera familiar: “Con mi esposa y mi hija se tuvo el afán de adornar mi casa por la parte de afuera, ahí colocamos los primeros maceteros. Con Manolo Chávez, avanzando esa idea de decorar todo por fuera”.
A partir de esa iniciativa, los vecinos se unieron para limpiar basurales, reparar tuberías y rescatar el entorno natural que conecta con el río Choquechaka y el acueducto colonial de Sapantiana. De ese modo, el espacio pasó de ser un rincón olvidado a uno de los pasajes más fotografiados de la ciudad.
“Básicamente, Siete Borreguitos tiene un registro de visitantes, tiene cultura, historia, un buen estado de conservación, seguridad, limpieza que han sido evaluados por un comité de la Gercetur”, explicó Baca, al destacar que en la actualidad llegan más de 1,500 personas al día.
La calle no solo cautiva por su aspecto visual, también por su nombre, que encierra parte de la vida cotidiana del Cusco antiguo. De acuerdo con la memoria popular, los vecinos de San Cristóbal transitaban por la vía llevando pequeñas manadas de ovejas hacia el mercado o al pastoreo. Al verlos pasar, los pobladores comenzaron a referirse al lugar con la frase: “Ahí van los siete borreguitos”.
El historiador Rossano Calvo recuerda que, además de las familias que bajaban con sus animales, algunas mujeres acudían a lavar ropa junto a los corderos. En otros relatos se menciona a un vecino que llegó a tener varios de estos animales, lo que reforzó la denominación. Con el tiempo, el apelativo se institucionalizó hasta integrarse a la toponimia oficial de la ciudad.
La jerarquización turística y su impacto

El sistema de jerarquización turística en el Perú clasifica los recursos según su alcance y relevancia. En ese esquema, Jerarquía 2 corresponde a atractivos de interés regional o nacional, con capacidad de atraer turismo interno y aportar a la economía local.
Este reconocimiento permite que Siete Borreguitos no solo se considere parte de la oferta formal de Cusco, sino que también acceda a financiamiento y proyectos de conservación. Además, impulsa la integración del barrio de San Cristóbal en los circuitos turísticos que ya incluyen al Centro Histórico, declarado Jerarquía 4.
De Ccopapata a Siete Borreguitos
Antes de adoptar su actual denominación, la calle era conocida como “Ccopapata”, en referencia a la ceniza y estiércol que las amas de casa arrojaban en un extremo. Ese polvo se levantaba con el viento y daba identidad al espacio. Con el paso de los años, la vida cotidiana y la presencia de los rebaños transformaron el nombre hacia el que hoy se conoce.
La memoria colectiva recuerda también que en las riberas cercanas abundaba el pasto, lo que atraía a los borreguitos. Mientras las mujeres lavaban o compartían alimentos, los animales pastaban cerca. Aquella costumbre se mantuvo hasta hace unas décadas, antes de que la urbanización modificara la dinámica del lugar.
El éxito de Siete Borreguitos generó que otras vías cercanas, como Resbalosa o Pumacurco, busquen replicar la experiencia. Los vecinos comenzaron a decorar fachadas con flores y a mantener el espacio limpio para atraer visitantes.
“Es increíble, las personas siempre preguntan, quieren visitar, las agencias destacan el lugar, que en realidad la callecita es el acueducto, es la Waka, el pasaje que conduce al Templo colonial de San Cristóbal, al Primer Palacio Inca y otras callecitas”, señaló Chaparro Zamalloa.
El ejemplo de Siete Borreguitos se perfila como un modelo de gestión comunitaria y turística, en el que el esfuerzo vecinal se articula con las políticas regionales de promoción cultural y patrimonial.