
Comparar las cifras de áreas marinas protegidas (AMP) de países como Ecuador, Chile o Brasil con las del Perú, sin considerar las diferencias geográficas propias de cada nación, es tener una visión parcial para hacer notar esas diferencias. Lejos de ser un ejercicio inocente, esta comparación desvía la atención de los verdaderos desafíos que enfrenta el Perú para establecer áreas efectivas de conservación marina.
Chile se presenta actualmente como líder, con más del 40% de su Zona Económica Exclusiva (ZEE) bajo algún régimen de protección marina. No obstante, más del 90% de esta cifra corresponde a islas oceánicas remotas, como Juan Fernández o Desventuradas, mientras que apenas un 3% abarca zonas costeras productivas. Se ha priorizado la protección de áreas geográficas donde no existen conflictos económicos significativos.

Brasil, por su parte, protege aproximadamente el 26% de sus áreas marinas, aunque sus parques marinos más estrictos se encuentran en islas remotas como Fernando de Noronha y Abrolhos, zonas con baja presión pesquera y sin conflictos significativos con la actividad productiva local.
Ecuador, que ha designado cerca del 20% de su mar como área protegida, concentra gran parte de esta protección en la Reserva Marina de Galápagos, una joya insular única situada a mil kilómetros del continente. Esta realidad insular difiere notablemente de la costa continental peruana, lo que requiere poner en contexto la realidad geográfica de cada país para hacer comparaciones válidas.
A diferencia de esos países, el Perú no cuenta con islas oceánicas que permitan incrementar sus áreas marinas protegidas sin afectar zonas pesqueras productivas. Cada porcentaje adicional destinado a conservación representa una reducción del espacio disponible para la pesca formal, especialmente la artesanal, que es la principal fuente de empleo y sustento económico local. Comparar la costa peruana con la geografía marítima de Ecuador, Chile o Brasil, como si se tratara de realidades equivalentes es una manera de aprovechar esas cifras para llamar la atención sin poner la información en contexto.
En el discurso público prevalece además una narrativa moralista que demoniza la pesca industrial regulada —la más monitoreada y controlada del mundo— mientras permanece en silencio cómplice respecto a la pesca artesanal, e incluso ilegal, dentro de la Reserva Nacional de Paracas. En este último caso, el uso de dinamita y redes de arrastre de fondo prohibidas ha provocado la sobreexplotación de recursos bentónicos como conchas, erizos y pulpos, sin contar con control científico ni fiscalización efectiva. Esta realidad, mucho más alarmante, no ha generado titulares ni demandas de atención urgentes.

Asimismo, el principio precautorio —tan invocado por quienes difunden noticias alarmistas —lo aplican de manera selectiva para condenar sólo la pesca industrial regulada, mientras se promueve un turismo masivo que conlleva servicios precarios, todo esto en un contexto donde Paracas carece incluso de sistemas adecuados de agua, desagüe y rellenos sanitarios en la propia Reserva. Estas graves falencias han sido reiteradamente señaladas, pero permanecen invisibles para aquellos que emplean ese principio o que comparan al Perú con países vecinos que, geográfica, económica y políticamente tienen sus propias peculiaridades. Aún más, esas diferencias evidencian que dichos países priorizan su propia realidad nacional.

Ecuador, a diferencia de Perú, despliega esfuerzos serios y sostenidos contra la pesca ilegal, con controles estrictos, penalidades efectivas y campañas que buscan proteger su patrimonio marino, sin recurrir a discursos vacíos o desprestigio infundado
Es absurdo exigir a Perú “proteger más” sin reconocer que lo racional y efectivo es:
- Priorizar áreas estratégicas reales, no símbolos mediáticos o cifras infladas.
- Incentivar la investigación científica, como el programa Salvamares entre otros, que provee datos precisos sobre la fauna marina y los efectos ecológicos reales de las actividades humanas.

Si la meta es alcanzar el 30% de áreas marinas protegidas, veamos cuál es nuestra realidad geográfica. Los cañones submarinos al igual que la Dorsal de Nasca son áreas representativas de nuestra topografía submarina cuyos ecosistemas de agua profundas aún no hemos investigado y bien podrían ser candidatos a convertirse en Áreas Marinas Protegidas a futuro. Una zonificación adecuada permitiría conservar los ecosistemas del fondo y la columna de agua, manteniendo la capa superficial habilitada para una pesca responsable y rentable. Con ello, se asegurarían ecosistemas únicos, se incrementaría de forma significativa la cobertura marina protegida, se salvaguardaría la economía marítima y, sobre todo, se respetaría la singularidad geográfica y productiva del Perú.
Es inadecuado y fuera de contexto que se compare nuestra costa con territorios insulares y se usen esas cifras como prueba de diferencias de interés en el cuidado de nuestro espacio marítimo. Detrás de ello no hay diagnóstico ni voluntad técnica, sino una narrativa interesada que distorsiona la realidad.
El Perú necesita decisiones basadas en datos concretos y en su propio contexto geográfico y no en discursos mediáticos.
