Diez años pasaron desde la publicación de ‘La distancia que nos separa’, en la que el escritor y periodista, Renato Cisneros -en ese entonces sin hijas ni esposa- se animó a contar la historia de la relación con su padre: el ex ministro de Guerra y del Interior, Luis Cisneros Vizquerra. ‘El Gaucho’. Un viaje que no solo abrió una ‘Caja de Pandora’ al interior de su familia, sino que también lo llevó a confirmar que, efectivamente, sí había un registro de que el ‘Gaucho’ Cisneros había ordenado torturar a una persona.
En entrevista exclusiva con Infobae Perú, y con motivo de la próxima presentación de la edición conmemorativa de su novela hoy, domingo 3 de agosto a las 7:00 p.m. en la Feria del Libro 2025, Renato Cisneros habla sobre su historia, la de su familia, sobre privilegio, migración y la tolerancia, ademá de comentar las diferencias entre algunas de las ediciones de ‘La distancia...’. Al final, diez años después, y ya más reconciliado con la figura de su padre, a la que alguna vez rechazó, confiesa que “sin duda envejecer implica ir asumiendo un parecido a tu padre que no estaba en los cálculos”.

— Muchas gracias Renato, por darnos tu tiempo para hablar sobre “La distancia que nos separa”, que ya va por su décimo aniversario y presenta una edición muy especial. Quiero empezar esta entrevista consultándote algo, quizás a partir del ego ¿Alguna vez te ha entrevistado una persona que se llama igual que tú?
(Risas) No lo sé. De primeras te diría que no. Es posible que haya ocurrido, pero creo que no. Así que estamos entre tocayos. Se siente la familiaridad.
‘La distancia que nos separa’, 10 años después
— El libro se publicó por primera vez hace 10 años, luego de una investigación de varios años para explorar la historia de tu padre, el ‘Gaucho’ Cisneros. Pero al inicio del libro hablas sobre un episodio en particular ¿Cómo llega a ti esta revelación del posible involucramiento de tu padre en la tortura de una persona?
Cuando salió la primera edición, yo sabía que mi padre había coincidido con Julio Ramón Ribeyro en Francia, en 1978 o 79. Sabía que habían compartido, por lo menos, un mismo tiempo y algunas reuniones. Hablé con la viuda de Ribeyro para ver si podía asegurarme que no había nada escrito por Julio Ramón, alusivo a mi padre.
Cuando aparece la novela me escribe una persona asegurando que existen textos de Ribeyro donde se menciona al ‘Gaucho’. Salí a buscar ese último tomo de los diarios de Ribeyro y encontré con dos notas que me impactaron mucho porque habla de esos encuentros y de cosas que mi padre le dijo en esa conversación en París. En una de ellas, a la luz de unos whiskys, mi padre le confiesa que él ordenó torturar a una persona. A mí me impactó mucho ver eso porque yo intenté durante muchos años confirmar de alguna manera si es que mi padre había dado alguna orden de esa índole, y llegué a la conclusión de que, si la había dado, no había dejado la menor huella. No quise incluir en las ediciones subsiguientes esa revelación, y encontré que la edición conmemorativa tal vez era la oportunidad para incluirla.
— Esta obsesión por buscar esa información, ¿viene a partir de aclarar e iluminar una parte de tu padre que te hace sentir algún tipo de vergüenza? ¿Cambia en algo la opinión de tu padre luego de conocer esto?
Ya en la novela está problematizado el tema de cómo su ideología, con el paso de los años, me fue generando muchas preguntas. Yo como periodista y ciudadano me he ido formando más bien en la orilla contraria. Yo creo en los derechos humanos. Es verdad que en los años 70, 80 era un tema que ni siquiera se discutía. Esa distancia ideológica ya estaba. Tal vez esa anécdota que cuenta Ribeyro es quizá como la confirmación de aquello, pero no ha incidido en un cambio de opinión sobre la figura de mi padre.

— Te escuché decir que “cada hijo es como una lámpara que ilumina solamente fragmentos de la figura del padre” ¿Cómo se toma en el círculo familiar esta revelación final?
Las familias por lo general intentan hacer caso omiso u oídos sordos a cualquier cosa que suponga poner en tela de juicio la dignidad de uno de sus miembros. Yo creo que con mis hermanos ni siquiera hemos conversado al respecto de esto. Lo toman más como una anécdota que como una revelación problemática.
A partir de la novela, si bien se crearon algunas disidencias en mi familia; con mis hermanos más nucleares la verdad es que la complicidad siempre ha existido y la figura de mi padre siempre es evocada tal vez ya no desde el lado político, sino desde el lado más entrañable, que es el lado familiar.
Creo que soy el hijo que más ha intentado comprender esa otra dimensión que es mucho más controversial. Muchos prefieren no detenerse en esas costuras más oscuras de sus padres.
— Han pasado ya diez años de esto ¿hay algún familiar que te haya dicho “he cambiado de opinión” con respecto a lo que se publicó?
No. Muy rápido se puso en evidencia quienes estaban en contra de la publicación, a quienes les molestaba y quienes la pusieron en un segundo lugar para no afectar su relación conmigo. Yo mantengo muy buena relación con muchos parientes. Espero que el domingo, cuando se presente la novela, vayan.
Este tipo de libros, claro, no van dirigidos a la familia. La familia los lee con el prejuicio de saberse involucrada en narración. Al final los verdaderos lectores son gente que no tiene nada que ver conmigo, pero que tiene un padre tal vez problemático. Que tiene una familia tal vez llena de secretos. Es esa la conversación que a mí me ha interesado desde el principio.

— En esta edición la historia de la foto que está de portada te la envió una periodista de El Comercio. ¿Qué pensaste al encontrar en el archivo de un medio de comunicación esta imagen inédita para ti y no en tu álbum familiar?
Primero me sorprendió como a cualquiera le puede sorprender de pronto verse de niño en una foto que nunca había visto. No sé si te ha ocurrido alguna vez, que muchos años más tarde, ya siendo adulto, alguien, algún pariente tal vez o amigo de la infancia, te muestra una foto donde tú apareces con una vestimenta que no recordabas. Rodeado de personas que tal vez ya has olvidado. Eso despierta nuevas sensaciones en uno y tal vez también abre la compuerta para nuevos recuerdos. Ese fue mi primer impacto. Ver una foto con mi padre, de las que tampoco abundan.
Luego la circunstancia. Es el velorio de mi abuela Esperanza, la madre de mi padre. Estamos a punto de salir para el cementerio despidiendo el féretro y me parece que es una foto que está cargada de simbolismos. Mi padre pone su mano izquierda sobre mi cabeza en un gesto que, por un lado, es protector y por otro lado también es limitante. Pareciera decir “quédate ahí, ese es tu lugar, no intentes convertirte en adulto” o “no intentes saber algo más”. Al lado derecho de mi padre está mi hermano, Luis Fernando; que murió hace dos años y con el que nunca tuve la oportunidad de poder conversar sobre este libro, que yo sé que a él le causó muchos dolores de cabeza. Esa sí ha sido una deuda que tengo que cargar, que es dolorosa. Esta foto de alguna manera también homenajea a esa relación: La relación de mi padre con sus dos hijos varones.
Discutiendo al padre
— Tu abuelo tuvo dos familias en paralelo. Tu padre te tuvo con su amante. Tú, ya que eres padre ¿en qué punto crees que un padre decide tener una vida paralela e involucrarse sentimentalmente con otra mujer?
Es difícil porque siento que yo no tengo una idea muy acabada al respecto. Creo que es una pregunta que se puede responder únicamente desde un punto de vista muy, muy personal. En mi caso, yo te soy sincero, yo nunca pensé que iba a casarme, tal vez por el temor de repetir esto que yo ya había detectado como un patrón inequívoco en cuatro generaciones. Mi tatarabuelo, que había sido un sacerdote; luego mi bisabuelo, que tuvo tres hijas ilegítimas; mi abuelo, que tuvo una vida paralela. Entonces yo sentía que había una cadena que me precedía, que yo no quería repetir. Pero creo que escribir a propósito de eso ha sido una manera también de curar esa herida. Cuando uno nombra las cosas, las controla mucho mejor, esa experiencia deja de convertirse en un tormento y se convierte en algo mucho más domesticable.
Yo no pensé que me iba a convertir en padre y ahora mira, soy padre de dos niñas, y vivo tan al día a día que no me he puesto a pensar en cuál va a ser el futuro de la familia que hoy tengo. Me encantaría, por supuesto, que siga como está.
Hay una frase de Javier Cercas que me gusta mucho en su novela “El monarca de las sombras”. Él dice: “Escribo para dejar de ser escrito. Escribo para que no me escriban”. Lo que hacemos los padres con los hijos es escribirlos. Tomamos una serie de decisiones que van formando parte del sedimento de su personalidad: ¿Cómo se llaman? Tú y yo, que compartimos el nombre, sabemos que no es un nombre casual. Es un nombre con significado también. ¿Dónde estudian? ¿Cuál es la religión que se profesa en ese hogar? ¿Cuál es la ideología política que se defiende? ¿Cuál es el barrio en el que crecen? Todo eso te determina. A mí me escribieron como a cualquiera. Los padres nos escriben. Cuando uno cuenta la historia desde su punto de vista, de alguna forma también reescribe esa escritura de los padres.

— Y parte de esa reescritura también tiene que ver con tu posicionamiento político. En tu familia, las artes y lo militar han estado bien mezclados, ¿cómo es que se consigue conciliar todo esto en una familia en la cual hay ideologías autoritarias?
Yo aprendí mucho de la relación de mi tío Luis Jaime Cisneros, que era la figura intelectual de la familia, y su amistad con su hermano menor, que era mi padre, ‘El Gaucho’, que era el militar. Yo siempre los vi como una gran relación. Eran hermanos que se querían muchísimo, que discrepaban, digamos, pero nunca los vi pelearse, nunca los vi insultarse, siempre los vi muy fraternales y yo creo que intento reproducir en mis relaciones humanas esa misma capacidad de diálogo.
A mí me espanta cómo la polarización ha llevado a los grupos de amigos, a las familias, incluso a tomar posiciones radicales, irreconciliables. He sufrido incluso la pérdida de amistades muy queridas por las formas de ver el mundo, por las formas de pensar. No me gusta caer en radicalismos. Creo que ese es el esfuerzo que hay que hacer. Siempre partir en las conversaciones, de la premisa de que uno puede estar equivocado. Pero ese hoy no parece ser un punto de vista muy atractivo. Hay mucha gente que busca discursos dogmáticos, radicales, prepotentes. Blanco y negro. El autoritarismo ha recuperado terreno.
Cuando esta novela salió publicado hace diez años, el mundo era más progresista o parecía serlo. Se discutía mucho más cosas como temas ambientales, que no es que se hayan dejado de discutir, pero ha caído sobre ellos la sombra de los populismos, de los nacionalismos, de la corrupción a todo nivel.
— ¿Consideras que la polarización que ahora vivimos podría serle más familiar a tu padre que las épocas en las cuales el mundo era “más progresista”?
Sin duda. Cuando salió la novela yo tengo la sensación de que el mundo era más progresista, no sé si más “caviar”, pero sin duda había un repliegue de estos discursos radicales autoritarios. Hoy hay un repunte de esos discursos. Probablemente de mi padre se sentiría más a gusto con ellos, pero también sabría criticarlos. Así como aplaudió el autogolpe de Fujimori, cuando vio cómo las Fuerzas Armadas empezaban a prostituirse, no dudó en enfrentarse a Fujimori y a Montesinos. De modo que sí, tal vez se sentiría más cómodo con los autoritarismos de este tiempo, pero no por eso les extendería un cheque en blanco.
“Para comprender la esencia de ser peruano hay que tomar cierta distancia”
— Hace unos días estuve conversando con una amiga, Elizabeth, que vive en España, y ella me dijo una frase que me dejó pensando mucho. De alguna forma ella se siente “culpable por no hacer más desde aquí” ¿Qué podrías decir a los peruanos en el extranjero y quieren aportar más a un Perú que se encuentra cada vez más convulso?
Creo que hay dos tipos de migraciones. Uno descubre cuando migra que en la suya por lo menos fue mi caso, que la suya fue una migración privilegiada. Yo me fui del Perú porque quise irme. No había ninguna urgencia que no fuese solamente emocional y eso es un privilegio: Que uno decida irse. Hay tanta gente que vive migraciones más violentas que tiene que irse porque no le queda otra, porque su país no le está dando la posibilidad de generarle a sus hijos una ilusión de futuro.
Yo coincido con Elizabeth. Cuando uno tiene una migración de ese tipo, que sabes a dónde vas a llegar, que sabes medianamente qué papel vas a cumplir en ese otro país, migras con algo de culpa. Nadie te educa para irte. Si había que irse para estudiar, para hacer alguna capacitación, la idea era reunir conocimiento para regresar y volcar esa ese aprendizaje a favor de este país adolescente, tan huérfano de tantas cosas.
Cuando migras a una sociedad que te permite vivir en un clima más seguro por supuesto que lo haces con algo de culpa ¿Cómo intento atajar esa culpa? Pues no dejar de discutir del Perú, no dejar de hablar del Perú. Yo no podría cortar mi vínculo con el Perú y no porque tenga expectativas de regreso, sino porque siempre va a ser el país donde nací. Es el país donde vive mi familia.
Creo que discutir el Perú, escribir sobre el Perú desde fuera, por supuesto que también ayuda. Tal vez esa colaboración no sea tan material, pero si uno lo piensa, los grandes libros sobre la peruanidad, esos libros que uno entiende como indispensables para comprender lo que la identidad peruana significa: Vallejo, Vargas Llosa, Ribeyro, Bryce, Garcilaso… Todo eso fue escrito afuera del Perú, de modo que a veces para poder comprender la esencia de ser peruano hay que tomar una cierta distancia y aprovechar esa perspectiva para discriminar lo verdaderamente positivo de lo negativo.
— En el Perú hay círculos de privilegio compuesto por personas de apellido reconocible que vienen de linajes privilegiados, de figuras de autoridad, de empresarios. Tú perteneces en cierto modo a este círculo por ser el hijo del ‘Gaucho’ Cisneros. ¿Alguna vez has sentido que has accedido a privilegios por ser “el hijo de” otro?
El problema no es tanto el privilegio. Es el hecho de no reconocerlo. Mucha gente no cree haber tenido privilegios y es importante saber que los tuviste. Es importante nombrarlos y es importante saber qué hacer con eso. Es importante ser consciente de que la gran mayoría no los ha tenido. Por eso frases como “el peruano es pobre porque quiere”, a mí me parecen tan indolentes, tan vaciadas de sensibilidad. Yo lo que creo es que la gente se acostumbra a esos privilegios y cree que los merece y no discute cómo fueron obtenidos.
Yo he intentado desprogramarme en las últimas décadas respecto de cómo fui educado: en un medio conservador, racista, machista. Eso forma parte del tejido en el que yo crecí. Hacerse adulto también implica entender eso y tratar de reeducarte todo el tiempo. Pero algo de eso está dentro de ti.

Creo que hay muy poca tradición en los países latinoamericanos de no discutir nuestras herencias. Por eso a mí me gusta discutir la figura del padre. A veces siento que en el país, cuando un hijo discute un padre está mal visto y que está bien visto cuando los hijos honran excesivamente a los padres. El primer ejemplo es Keiko Fujimori. Ella podría perfectamente haber discutido a su padre y tomado distancia de él si verdaderamente tuviera una conciencia de lo que sucedió en su gobierno, pero lo homenajea todo el tiempo y eso, en lugar de criticarse, para muchos está bien.
— Encontré una presentación del libro en la Casa de América, en España, en el año 2015. Dijiste que “cuando uno empieza a tener hijos empieza a convertirse en su padre y comienza a discutir a su padre. Es una experiencia que espero analizar pronto”. Ahora ya eres padre de dos hijas. ¿Cómo crees que has empezado a discutir la figura de tu padre ahora poniéndote en su lugar?
Es raro porque a veces yo me doy cuenta de que mi padre aparece, a través de frases que se me salen y yo pienso: “me estoy convirtiendo en mi viejo”, “estoy pensando como mi viejo”. Uno envejece y tal vez se empieza a volver más conservador de lo que pensaba. Yo lucho contra eso porque nunca he querido ser un padre normativo, todo lo contrario. Pero creo que ser consciente de esa pugna es vital.
A veces la gente no lo problematiza y simplemente no discute el modelo del que viene. Creo que eso puede ser más bien triste. Todavía no he tenido tiempo de analizarlo. Hice mucho tiempo psicoanálisis y me gustaría retomarlo. A distancia es difícil, no me gusta hacerlo por Zoom. No he encontrado tampoco una persona con la cual sentarme a conversar de estas cosas. Pero sin duda envejecer implica ir asumiendo un parecido a tu padre que no estaba en los cálculos.
— En la introducción de esta edición conmemorativa de ‘La distancia... ’ también mencionaste que tu padre se presenta en gestos de tus propias hijas y que, al final de cuentas, eres hijo del ‘Gaucho’ y siempre lo vas a ser...
Eso es innegable. Eso no puedo discutirlo. Por más que que esa distancia ideológica y generacional existió y nos tuvo enfrentados en algunos periodos, es inevitable. Uno puede dejar de ser esposo de alguien, uno puede dejar de ser amigo de alguien, pero uno no puede dejar de ser padre, por más que por más que intentes huir de ese vínculo. Es irrompible, de modo que siempre seré hijo del ‘Gaucho’ Cisneros.
Creo que que él anuló su sensibilidad en nombre de unas responsabilidades que fue asumiendo. Yo no quisiera ser un hombre así. Yo no quisiera una responsabilidad laboral o profesional o política, que espero no tenerla nunca, me inhiba de tener la sensibilidad que tengo. Pero por otro lado el ‘Gaucho’ aparece en algunos gestos de mis hijas, en su forma de mirar, también en talentos.

Un viaje por ‘La Distancia...’ y sus ediciones
— Pese a que ahora abrazas la figura del ‘Gaucho’ Cisneros, en algún momento la discutiste y te rebelaste. En algún pasaje del libro cuentas que tomabas su gorro militar y su chaqueta, algo que creo que se ve un poco reflejado en la portada de la primera edición ¿Tú sientes que al final esa rebeldía sirvió un poco para que, en retrospectiva, valores más a tu padre?
Sí. Fue una rebeldía inevitable y que se mantuvo durante mucho tiempo. Incluso, creo que eso aparece en el libro; el día que mi padre muere, junto con toda la pena y el dolor que yo sentía, también experimentaba muy vívidamente una sensación de libertad que me parecía confusa, que me parecía dolorosa. No quería sentirme como me estaba sintiendo. Me sentía libre por fin y creo que a veces ocurre eso, pero no estamos dispuestos a admitirlo, menos públicamente.
De alguna forma, cuando los padres son tan normativos y tan autoritarios, su desaparición permite tu renacimiento. Esa también ha sido parte de las complejidades de una relación que no termina porque los padres se mueren pero se convierten en nuestros muertos y son presencias que vuelven. Yo me he podido reconciliar con cosas de mi padre, pero siempre discutiré algunas cosas que dijo que hizo que yo no entendí y que me siguen molestando.
— Hay unas diferencias en las ediciones de tus libros. La nota aclaratoria en la primera edición del libro dice: “Este libro es una novela de autoficción. No es propósito del autor que los hechos aquí narrados, así como los personajes descritos a continuación, sean juzgados fuera de la literatura”. Esta no aparece en las otras ediciones ¿La decisión de removerla fue tuya?
Fue mía con la anuencia de mi editor. Yo coloqué esa nota pensando en mi familia, en una forma de decirle a mis parientes “esta es una versión de parte de lo que yo viví en el seno de esta familia”. Pero como no dio resultados, como parece que no aclaró nada, sino que terminó tal vez fastidiando más, la quité. Me fui dando cuenta que los auténticos lectores estaban en otro lado y no les interesaba mi círculo personal ni familiar, si no problematizar a sus propias familias y a sus propios padres.
Gente ha venido a decirme: “Gracias a tu libro me atreví a buscar a mi padre, al que al que no conocía” o “me animé a reconciliarme con él después de estar peleados 20 años”. Eso a mí me parece que es la verdadera recompensa de un libro que terminó siendo más arriesgado de lo que yo me hubiese animado a pensar.
— La sexta edición tiene una ilustración de Liniers ¿Le pediste que la hiciera?
Yo sabía que Liniers había leído el libro. Me había hablado muy bien de él en privado. Entonces me animé a pedirle una opinión, aunque no sabía cómo podía manifestarse la opinión de un ilustrador; y me mandó este dibujo, esta ilustración que me parece muy simpática. Siempre que nos encontramos, que tampoco ocurre tantas veces, lo hacemos con cariño porque creo que sin conocer a mi padre, sin saber nada de la historia peruana contemporánea, se sintió movilizado.
— ¿Diez años después, crees que esta portada es la más sentida, la que representa más el espíritu del libro?
Sí, totalmente. Una de las cosas que me gusta de la edición conmemorativa no es solamente la tapa dura, sino la foto. Es dramática, pero muy auténtica, donde esa relación está representada gestualmente. Yo espero que la novela consiga nuevos lectores al cabo de diez años. Habla de un tema que nunca pasa de moda, y de una etapa del Perú que tal vez pueda terminar repitiéndose y que ojalá no ocurra. Pero podría ser. Podría leerse también como el anticipo de unos conflictos aún mayores que ojalá no se reiteren.