
Muchos jóvenes en el Perú completan su carrera universitaria con esfuerzo, ilusión y expectativas altas. Sin embargo, la transición entre la formación profesional y el mercado laboral suele estar marcada por desajustes difíciles de ignorar. Actualmente, 7 de cada 10 egresados terminan desempeñándose en áreas distintas a las que estudiaron, según el Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo.
A esto se suman datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI): aunque la población ocupada con educación universitaria creció en 3,4 % el 2025, respecto al mismo trimestre del año anterior, el empleo total en Lima Metropolitana apenas aumentó en 0,4 %. Es decir, la oferta laboral no siempre acompaña el esfuerzo educativo, y muchos jóvenes enfrentan dificultades para insertarse en un mercado formal cada vez más exigente.

Este panorama nos obliga a ser claros: el título universitario, aunque importante, ya no es tu pase directo al éxito profesional. La transformación digital avanza a mil por hora, y las herramientas y formas de trabajar en todas las industrias están cambiando el perfil que buscan las empresas. Hoy, saber reinventarse, aprender cosas nuevas y estar al día no es un extra, es una necesidad básica para sobrevivir. La verdad, la formación no puede terminar el día que te dan tu diploma.
Ante este nuevo contexto, la educación continua ha dejado de ser un valor añadido para convertirse en un factor decisivo. Es fundamental para mantenerse vigente, fortalecer o redirigir habilidades y acceder a oportunidades laborales más alineadas con las capacidades personales. Solo así es posible acortar la distancia entre lo aprendido en la universidad y lo que realmente exige el mercado, lo que incrementa la empleabilidad y favorecer trayectorias profesionales más estables y satisfactorias.

Por ello, y en el contexto de Fiestas Patrias, cabe preguntarse si como país estamos cumpliendo con quienes más se esfuerzan. Más allá de las banderas y los actos conmemorativos, lo que define nuestro futuro es la capacidad de transformar ese esfuerzo juvenil en oportunidades reales.
Este desafío es colectivo. Las instituciones educativas tienen la responsabilidad de ofrecer rutas formativas más dinámicas y pertinentes, que conecten con las verdaderas demandas del entorno. El Estado, por su parte, debe generar condiciones para que más personas accedan a oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida, especialmente aquellas que aún buscan posicionarse en un entorno laboral competitivo y en constante cambio.
Para los profesionales jóvenes —y también para quienes ya tienen experiencia—, el compromiso con el desarrollo no debería acabar al egresar. La carrera no es un destino, sino una construcción permanente. Porque en un entorno que cambia constantemente, lo que garantiza crecimiento no es solo haber estudiado, sino seguir aprendiendo.
