
Aunque los adultos necesitan entre siete a ocho horas de sueño cada noche para mantenerse alerta y saludable, muchas personas no gozan de este período de descanso por diversos factores. Los peruanos, por ejemplo, duermen en promedio seis horas con 18 minutos, un hábito que podría afectar su calidad de vida. Sin embargo, existe un pequeño grupo de individuos que logra funcionar plenamente con hasta tres horas de sueño, sin sufrir efectos negativos.
Esta capacidad extraordinaria parece tener un origen genético, según un nuevo estudio publicado el 5 de mayo en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
El equipo liderado por Ying-Hui Fu, neurocientífico y genetista de la Universidad de California en San Francisco, lleva años estudiando a personas con esta peculiaridad. Para Fu, entender las bases genéticas de quienes duermen naturalmente poco podría abrir la puerta al desarrollo de terapias más efectivas para los trastornos del sueño.
“Cuando dormimos, nuestro cuerpo realiza funciones esenciales de reparación y desintoxicación”, explica a la revista Nature. “Las personas con esta condición pueden estar llevando a cabo esos procesos de forma más eficiente”.

La búsqueda genética de los ‘durmientes cortos’
El interés del equipo de investigación comenzó en la década de los 2000, cuando estudiaron el caso de una madre y su hija que dormían seis horas o menos cada noche sin experimentar fatiga. Al analizar sus genomas, encontraron una mutación en un gen vinculado al ritmo circadiano, el reloj biológico que regula los ciclos de sueño y vigilia.
Esta variante genética parecía explicar su necesidad reducida de sueño, y su caso motivó a otras personas con hábitos similares a ofrecerse para pruebas de ADN.
Posteriormente, Fu y su equipo recopilaron información genética de cientos de personas que duermen poco (hasta 3 horas) de forma natural. En sus análisis, identificaron al menos cinco mutaciones en cuatro genes distintos que podrían influir en esta característica. Curiosamente, cada familia estudiada suele presentar su propia variante genética única.
En su estudio más reciente, los investigadores trabajaron con ratones que dormían poco de forma natural. Descubrieron una nueva mutación en el gen SIK3, que codifica una enzima activa en las conexiones neuronales del cerebro. Para comprobar su efecto, modificaron genéticamente a ratones para portar esta mutación y observaron que dormían unos 31 minutos menos al día que los ratones sin la alteración (estos animales suelen dormir unas 12 horas diarias).

Asimismo, la enzima mutante mostró una actividad más intensa en las sinapsis cerebrales. Esta mayor actividad, según los autores, podría significar que el acortamiento del sueño se debe a una mejor homeostasis cerebral, una teoría según la cual el sueño ayuda a restablecer este órgano.
Próximos pasos
Aunque la diferencia en la duración del sueño observada en los ratones fue relativamente pequeña, el hallazgo es consistente con investigaciones previas sobre SIK3, también presente en los humanos.
Según Clifford Saper, neurólogo de Harvard, estos resultados podrían ser clave para desentrañar los mecanismos biológicos que generan somnolencia.
El equipo de Fu continúa investigando cómo estas y otras mutaciones afectan al sueño, con la esperanza de construir un mapa más completo de los procesos genéticos que lo regulan.
Identificar más variantes podría no solo ampliar el conocimiento científico del sueño, sino también allanar el camino hacia nuevos tratamientos para ciertos trastornos vinculados a este descanso necesario para la supervivencia.