Un perro que salta, corre en círculos y mueve la cola con una energía desbordante al ver regresar a su dueño es una escena familiar para millones de personas. Detrás de esa efusividad, que a menudo se interpreta como una simple muestra de alegría, existe una compleja red de factores biológicos, emocionales y de aprendizaje que la ciencia ha comenzado a desentrañar.
El vínculo afectivo entre los perros y sus cuidadores se asemeja, en muchos aspectos, al que desarrollan los bebés humanos con sus padres. Alison Gerken, veterinaria especialista en comportamiento animal de la SPCA de San Francisco, señaló en declaraciones recogidas por Popular Science que “los perros forman lazos de apego, y esos lazos pueden parecerse mucho a los que los bebés humanos establecen con sus cuidadores”.
Esta relación de apego se ha estudiado desde la década de 1960, cuando la psicóloga Mary Ainsworth diseñó el procedimiento de la “situación extraña” para analizar el vínculo entre infantes y adultos. Posteriormente, investigadores aplicaron este método a perros domésticos y sus dueños, comprobando que los animales reconocen a su cuidador y muestran comportamientos mucho más afectivos al reencontrarse con él que con un desconocido. Entre estas conductas destacan los empujones suaves o el acurrucamiento, gestos que refuerzan la conexión social y emocional.
Memoria y sentidos: claves del reencuentro

La memoria canina desempeña un papel fundamental en la reacción de los perros ante el regreso de sus dueños. Aunque su memoria a corto plazo es limitada, la memoria a largo plazo y la asociativa resultan notables.
Los perros son capaces de recordar relaciones entre estímulos aparentemente no relacionados, como asociar el olor de su cuidador con momentos de juego o caricias. Además, poseen una forma de memoria episódica, que les permite evocar experiencias concretas, como el lugar donde encontraron una golosina.
El aprendizaje por condicionamiento clásico y operante también influye: sonidos como el tintineo de un collar pueden anticipar un paseo, y comportamientos como correr en círculos o llevar un juguete suelen recibir respuestas positivas de los humanos, lo que refuerza su repetición.

Gerken, citada por Popular Science, explica que “el perro aprende que estas conductas operantes son gratificantes, así que la próxima vez las repetirá”.
El proceso de reconocimiento durante el reencuentro se apoya en los sentidos más desarrollados del perro. El olfato es el primero en activarse: “Lo primero que hace un perro es olerte”, afirma Gerken en Popular Science.
Su capacidad olfativa es extraordinaria y les permite identificar a su cuidador incluso tras largas ausencias. Después del olfato, el oído entra en juego; los perros pueden distinguir la voz de su dueño y reconocer palabras específicas como “paseo” o “premio”.

Aunque la visión no es su sentido más agudo, existen estudios que demuestran que también pueden diferenciar entre rostros familiares y desconocidos. Todo este proceso sensorial desencadena recuerdos positivos y refuerza la respuesta emocional, lo que suele desembocar en los conocidos “zoomies” o periodos de actividad frenética.
Oxitocina y la química del apego
La oxitocina, conocida como la “hormona del amor”, desempeña un papel central en la creación de vínculos y la generación de confianza, tanto en humanos como en perros. Según Gerken, la oxitocina se libera desde el hipotálamo y circula por el torrente sanguíneo, llegando incluso a detectarse en la orina.
Un estudio realizado en 2015 analizó el llamado “bucle de la oxitocina y la mirada”, observando que los niveles de esta hormona aumentan cuando el perro y su cuidador se miran a los ojos, lo que intensifica las muestras de afecto y refuerza el lazo emocional. “Los perros se emocionan al vernos, ambos secretan oxitocina y aumentan las sensaciones placenteras”, resume Gerken en Popular Science.

El tiempo de ausencia también influye en la intensidad de la reacción. Aunque los perros no comprenden el paso del tiempo como los humanos, poseen ritmos circadianos que les permiten anticipar rutinas diarias.
Diversos estudios han demostrado que cuanto más prolongada es la separación, más exuberante resulta el reencuentro. No obstante, Popular Science advierte que una respuesta excesivamente intensa puede ser señal de ansiedad por separación, un trastorno que requiere atención.
Gerken recomienda a los cuidadores observar a sus perros mediante cámaras cuando están solos y estar atentos a signos de malestar como deambulación constante, jadeo, ladridos, aullidos o conductas inusuales, ya que estos síntomas pueden requerir tratamiento especializado.
La ciencia indica que la vida de un perro suele ser más plena junto a su cuidador, y que la efusividad en el reencuentro es, en muchos casos, una expresión genuina de esa alegría compartida, como concluye Popular Science.
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