
Por fe, por política o por moda, Dios ha vuelto al centro del escenario. En la portada de su nuevo álbum Lux, Rosalía posa con un hábito de monja y una camisa de fuerza. Su música ha transmutado del estilo urbano al sinfónico. Las letras están inspiradas en Santas, le brotan las señales divinas.
La chica que se hizo viral con Despechá se reinventa, a los 33, de la mano de la religiosidad. Es parte de una generación que no fue a misa, ni tuvo crucifijo en su habitación, según ella misma contó. Rosalía encarna en sí misma una tendencia que aparece sobre todo en jóvenes, nativos de la era de la superficialidad que propone la vida digital, en tránsito de una búsqueda hacia otro lugar.
En el disco físico, en otro mensaje a sus fans, hay dos citas que funcionan como encuadre de su inspiración. “Ninguna mujer pretendió ser Dios”, atribuida a Rabi’a al-‘Adawiyya, una figura esotérica del islam del siglo VIII. La otra frase es de Simone Weil, filósofa y activista francesa, y dice: “El amor no es consuelo, es luz”.

La historia de Weil, a quien apodaban la “virgen roja”, es fascinante: nació en el seno de una familia intelectual, tomó el fusil contra el régimen de Francisco Franco, fue miembro de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, y vivió en condiciones de pobreza porque quería experimentar el sufrimiento. Allá por 1937, en una capilla en Asís, en la que rezaba San Francisco, sintió una manifestación poderosa que la hizo arrodillar por primera vez. Esa vivencia la volcó a la devoción por Dios, un giro religioso radical que registró en anotaciones y cartas, la mayoría de publicación póstuma. Murió a los 34 años, de tuberculosis.
El alma de Weil es el eje del último ensayo del filósofo surcoreano, radicado en Alemania, Byung-Chul Han titulado Sobre Dios (Paidós, 2025). Llamativamente, o no, su anterior libro El espíritu de la esperanza (Herber, 2024) también se despliega en el terreno de lo providencial. Ese foco no lo corre de su crítica a la sociedad actual, estructurada por la lógica del consumo y la producción del capitalismo, en el que la espiritualidad queda en un segundo plano o reducida a una lógica que sirva a los aspectos económicos de optimización del sistema. Han advierte sobre las razones que llevaron a una crisis de la religión y pareciera pretender una revisión sobre ese punto.
¿Qué hace que artistas, pensadores y políticos de extremos opuestos del arco ideológico retomen a Dios en la conversación? ¿Es una regreso a la religión después de largos procesos de secularización? ¿Los liderazgos globales necesitan de la invocación de la fe?
En Estados Unidos cada vez más personas expresan una visión positiva sobre el papel de la religión en la sociedad, según un informe del Pew Research Center. Mientras que en febrero de 2024, el 18% de los adultos afirmaba que los credos eran influyentes en la vida pública —la marca más baja en dos décadas— esa cifra experimentó un aumento al alcanzar el 31% en el mismo mes del año siguiente. Es decir, la suba se produjo en paralelo con el ascenso de Donald Trump, un presidente cuya invocación cristiana es directa, creó la Oficina de la Fe en la Casa Blanca y suele encabezar rezos en el Salón Oval.
Javier Milei suele funcionar, muchas veces, en espejo con el líder republicano. Esta semana recibió en su despacho a Franklin Graham, pastor de Trump, quien protagonizó dos eventos en la cancha de Vélez. El Presidente, además, recibió el lunes pasado a representantes de la Alianza de Iglesias Evangélicas de Argentina (Aciera), con los que practicó una oración junto a sus funcionarios en Casa Rosada.

Si bien no hay datos actuales, se estima que hay alrededor de 8 millones de seguidores de ese credo en el país. Se trata de un aumento significativo. De acuerdo con un informe del Conicet —de autoría, entre otros, de Fortunato Mallimaci— pasaron de representar el 9% al 15,5% en una década (entre 2008 y 2019), en el contexto de una caída paulatina de la feligresía católica desde mediados del siglo XX.
La historia de las iglesias evangélicas en la Argentina no es reciente, ni tampoco el coqueteo con la política. En plena hostilidad con la cúpula eclesiástica, Juan Domingo Perón recibió en 1954 al predicador pentecostal estadounidense Tommy Hicks, a quien habilitó para hacer presentaciones en el estadio de Atlanta. El General ayudó personalmente para convertir al pastor en un verdadero suceso de la época.
La Libertad Avanza entró en sintonía con sectores evangélicos. Hay un maridaje entre ambos mundos, en la línea de valores morales y de relación con el dinero. Más allá de los matices, hay un grueso de los adeptos de inclinación conservadora. Los libertarios le suman a la “batalla cultural” (por las ideas) la “batalla espiritual” (por la fe).
Hay referentes evangélicos dentro del partido en varias provincias, con lugares de proyección y trabajo territorial. También hay difusores en el plano mediático, que adquieren visibilidad en actividades como la Derecha Fest. Uno de los pastores más involucrados en llevar ese mensaje en estrados políticos es Gabriel Ballerini.

El fenómeno se ve reflejado en la composición del Congreso. Seis legisladores nacionales electos son evangélicos que llevan adelante una agenda propia de sus intereses. Son:
- Nadia Márquez (senadora electa por Neuquén, algunos la impulsan como Presidenta Provisional del Senado, en la línea de sucesión).
- Gastón Riesco (diputado electo por Neuquén).
- Soledad Mondaca (diputada electa por Neuquén).
- Mónica Becerra (diputada electa por San Luis).
- Miguel Rodríguez (diputado electo por Tierra del Fuego).
- María Frías (diputada electa por Chubut).
A esa lista hay que incorporarle tres que ya están en funciones:
- María Celeste Ponce (diputada por Córdoba).
- Santiago Pauli (diputado por Tierra del Fuego).
- Vilma Vedia (senadora por Jujuy).
Si no se hubiera peleado con sus colegas del bloque de LLA, habría que agregar a esta lista a la diputada Lourdes Arrieta, de Mendoza. Esta tendencia es inicial, muy lejos de lo que pasa en Brasil, donde la representación de escaños es de alrededor de 20% del total.
Milei despliega un puente hacia los evangélicos, mientras que ofrece una relación correcta pero distante con la Iglesia Católica. Apenas resultó electo, recompuso su vínculo con el Papa Francisco —a quien llegó de tildar de “representante del Maligno”— y dejó en claro que no pretendía tensar el diálogo con el Vaticano. En su fase espiritual, el Presidente se recostó sobre el judaísmo y, de hecho, en su reciente paso por Nueva York volvió a visitar la tumba del rabino Menachem Mendel Schneerson, conocido como “el rebe de Lubavitch”, para agradecer la victoria del 26 de octubre.

Justo ahí se acababa de librar una de las batallas políticas más resonantes del año, un revés para Trump y su sueño de MAGA: el triunfo como alcalde de Zohran Mamdani, inmigrante, musulmán y socialista, la condensación de todos los males que azotan a la humanidad para la ola de derecha.
Nacido en Uganda, es el primero que ocupa ese cargo en Nueva York, ciudad que fue víctima de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. En ese momento, apenas caídas las Torres Gemelas, se intensificó la islamofobia. Un turbante era una amenaza. Casi 25 años después, si bien el rechazo a su credo fue parte de la campaña, es evidente que no impidió su ascenso.
El sentimiento anti musulmán talló en sectores sociales de Occidente al calor del flujo migratorio, especialmente en Europa. El partido de Georgia Meloni presentó a principios de octubre un proyecto para que se prohíba en lugares públicos el uso del velo que cubra el rostro, como el burka y el niqab. La iniciativa fue enmarcada en contra del “separatismo islámico”. Endurece las penas por la inducción del matrimonio forzado y castiga con prisión los exámenes médicos para certificar virginidad.
Hay siete países europeos que restringieron de alguna forma el velo, entre ellos Francia. Los críticos de la inmigración musulmana sostienen que puso en riesgo la cultura occidental al permitir que no se asimilaran al sistema. Hace poco más de un mes, en una entrevista en el programa El Hormiguero, el escritor español Arturo Pérez-Reverte afirmó que el islam es “incompatible” con la democracia. “Yo he vivido entre ellos muchísimos años, conozco muy bien el mundo árabe y tiene virtudes extraordinarias, la solidaridad, la compasión, pero también tiene la teocracia (…) Europa tenía que haber puesto las reglas. Decir: ‘No puede imponer usted aquí de lo que viene huyendo’”.
El islam es la religión de más rápido crecimiento en el mundo y todo indica que continuará con esa dinámica. En la década de 2010-2020 fue el grupo religioso que más aumentó al alcanzar los 347 millones de nuevos seguidores. El cristianismo, en sus diferentes vertientes, sigue siendo la más numerosa, pero su desarrollo está por debajo del ritmo de incremento de la población.
Esta es la tabla de posiciones, según datos del Pew Research Center:
- Cristianos: 2.300 millones de personas.
- Musulmanes: 2.000 millones de personas.
- Sin afiliación: 1.900 millones de personas.
- Hindúes: 1.200 millones de personas.
- Budistas: 324 millones de personas.
- Otros: 170 millones de personas.
- Judíos: 14,8 millones de personas.
¿Cuáles son las razones del aumento de fieles del islam? La explicación es demográfica: tienen más hijos y son, en promedio, más jóvenes que los miembros de cualquier otra religión (en 2020, la media de edad de los musulmanes era nueve años inferior al resto, 24 años frente a 33 años).
El 80% de la población mundial vive en un país donde la mayoría comparte su identidad de credo. Las personas que viven como una minoría en su lugar de residencia representan el 20%, pero esa convivencia desató procesos críticos y cambios fuertes en la idiosincrasia y la cultura local.
La exaltación de Dios más allá de la dimensión espiritual, se ha convertido en una toma de posición ideológica. La derecha potencia el discurso sobre la persecución a cristianos (Trump advirtió con una intervención militar en Nigeria por las matanzas) y la izquierda progresista se enfoca en lo que denomina “genocidio” en Palestina o el odio al islam. Así, la religión opera sólo como un vector más de la polarización política.
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