Un orden en transición
El mundo atraviesa un período de incertidumbre que muchos describen como un interregno: el viejo orden liberal se desvanece y el nuevo aún no termina de nacer. Desde la crisis financiera de 2008, la confianza en las reglas multilaterales se ha erosionado y las relaciones internacionales se vuelven más transaccionales. Así quedó reflejado en el informe que publicó recientemente Jack D. Gordon Institute for Public Policy, reseñado en esta columna.
En este escenario, la competencia estratégica entre Estados Unidos y China redefine las prioridades globales. América Latina —tradicionalmente fuera del centro de los grandes conflictos— se convierte ahora en terreno de disputa económica y tecnológica.
De la hegemonía estadounidense al ascenso chino
Durante los años noventa y principios de los 2000, Washington vivió su “momento unipolar”: lideró el libre comercio con el NAFTA, promovió la democracia mediante la Carta Democrática Interamericana y extendió la cooperación en seguridad con planes como Colombia y Mérida. Pero la irrupción china cambió las reglas del juego. En dos décadas, el gigante asiático se convirtió en el principal socio comercial de Sudamérica, el segundo de toda la región y un importante acreedor a través de sus bancos estatales. Su presencia se expandió a sectores estratégicos —infraestructura, telecomunicaciones, minerales críticos, energía nuclear y puertos—, mientras Estados Unidos perdía interés y coherencia estratégica.
El fracaso del ALCA marcó el fin de una visión de desarrollo hemisférico coordinado. Desde entonces, los esfuerzos estadounidenses han sido fragmentarios, reacios a competir con la escala de inversión china y centrados más en frenar que en ofrecer alternativas.
La “securitización” de la economía
Hoy, la política hacia América Latina se filtra por un prisma de seguridad nacional. La llamada “securitización” transforma temas económicos —comercio, tecnología, infraestructura— en cuestiones de defensa.
Washington teme que la expansión china en puertos (Chancay, Panamá), telecomunicaciones (Huawei) o minerales críticos (litio, cobre, niobio) limite su influencia regional. Pero su respuesta ha sido mayormente reactiva: advertencias sin incentivos tangibles. La región, mientras tanto, busca retomar el crecimiento tras una década perdida, y encuentra en Beijing crédito, mercados y obras que Washington no financia.
Estrategias posibles: entre la contención y el compromiso
Tres enfoques posibles para Estados Unidos:
• Contener a China: una estrategia anacrónica y costosa para economías que dependen de su comercio.
• Competir: ofrecer alternativas de inversión, aunque con limitaciones presupuestarias y estructurales.
• Compromiso selectivo: priorizar áreas sensibles —ciberseguridad, tecnología, energía, cadenas de valor— y aceptar la presencia china donde no amenace intereses vitales.
Desde la óptica latinoamericana, las opciones son simétricas:
• No alineamiento activo o “equidistancia”, que evita tomar partido pero puede generar desconfianza.
• Alineamiento pleno con EEUU, difícil de sostener por sus costos políticos y económicos.
• Compromiso selectivo, que combina cooperación estratégica con autonomía económica y diversificación comercial.
Esta última vía aparece como la más viable para países que buscan crecer sin quedar atrapados en la lógica de bloques.
Un nuevo pacto hemisférico
El futuro de las Américas dependerá de la capacidad de ambos actores —EE. UU. y América Latina— de construir una agenda compartida que combine seguridad y desarrollo.
Tres pilares:
1. Reforzar la arquitectura financiera regional, recapitalizando el BID, la DFC y el EXIM Bank para financiar infraestructura física y digital que también fortalezca cadenas de suministro seguras.
2. Impulsar acuerdos bilaterales en sectores estratégicos (minerales críticos, energía nuclear, semiconductores), siguiendo modelos como el CHIPS Act o los pactos “América Primero” para litio y cobre.
3. Cooperar en ciberseguridad y defensa, mediante programas regionales que protejan infraestructuras críticas y promuevan capacidades tecnológicas propias.
Conclusión: crecimiento o fragmentación
La región enfrenta un dilema: o se convierte en un espacio de confrontación entre potencias, o en un polo de cooperación productiva que fortalezca su autonomía.
El compromiso selectivo —basado en confianza, desarrollo inclusivo y pragmatismo— aparece como el único camino capaz de reconciliar los intereses de seguridad de Washington con las necesidades de crecimiento latinoamericanas.
En un mundo donde las reglas son cada vez más transitorias, América Latina debe negociar con inteligencia: no elegir bandos, sino elegir su propio futuro.
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