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Scott Bessent y Luis Caputo
Scott Bessent y Luis Caputo

Fiel a su estilo, Milei y su entorno más cercano festejaron con excesiva euforia y, por momentos, con un peculiar revanchismo, el inédito salvataje financiero anunciado -y ya parcialmente operativo desde el pasado jueves- por el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos.

Un salvataje que, sin embargo, desnuda no solo las limitaciones de un modelo económico en exceso fiscalista y aferrado al dólar barato como única ancla inflacionaria, sino también la manifiesta debilidad y fragilidad política. Turbulencias y frentes de conflicto que tanto en el plano económico como en el político, entrelazan factores estructurales y variables coyunturales, con recurrentes “errores no forzados”, heridas autoinfligidas, improvisaciones y un exceso de voluntarismo rayano con la ingenuidad y los delirios de grandeza.

En este marco, resulta un tanto precipitado el optimismo y renovado triunfalismo con que Milei, el equipo económico que encabeza Luis Caputo y varios referentes libertarios, recibieron el anuncio de los Estados Unidos, que acabará por confirmarse y seguramente ampliarse con la visita presidencial del próximo martes a la Casa Blanca.

Es que si bien no hay dudas de que los anuncios estadounidenses y la intervención directa del Tesoro de dicho país en el mercado cambiario desde el pasado jueves inyectaron una importante dosis de oxígeno financiero y económico a un gobierno asfixiado que coqueteaba con el abismo, no está claro cómo será capitalizado políticamente por un gobierno poco afecto a la cada vez más necesaria negociación y el consenso y, mucho menos, cómo impactará en el inminente proceso electoral.

Lógicamente, la ayuda le permitirá al Gobierno llegar al 26 de octubre sin mayores turbulencias cambiarias, y probablemente con cierta renovación de las expectativas de unos mercados que ya reaccionaron positivamente con la suba de bonos y acciones, y el desplome del riesgo país. No es poco para un gobierno que se encontraba indefenso y si capacidad real de respuesta para poder enfrentar con recursos propios una corrida cambiaria.

Sin embargo, pese al revival del discurso exitista que probablemente se acentué durante la visita de Milei al Salón Oval, a solo dos semanas de que los argentinos vayan a votar, resulta difícil imaginar que este acontecimiento se convierta en una suerte de punto de inflexión en una campaña que viene muy complicada no solo por el deterioro de la situación económica sino también por la sucesión de escándalos políticos y el deficiente manejo de los mismos por parte del presidente y sus estrategas.

Aunque el salvataje pueda coadyuvar a la recuperación de ciertos márgenes de iniciativa política y construcción de agendas, la campaña libertaria afronta desafíos que resulta difícil pensar que se hayan disipado por el fraternal apoyo del “amigo americano”. No solo porque resulta difícil que el salvataje, aún con el posible anuncio de millonarias inversiones estadounidenses y un giro narrativo en el discurso del oficialismo, sea percibido como algo concreto para la economía del bolsillo de ciudadanos de a pie con cada vez mayores dificultades para llegar a fin de mes. Sino también porque no parece suficiente para exorcizar los fantasmas proyectados por el escándalo Espert y la sucesión de errores en la gestión de esa crisis política, como lo evidencian las polémicas aún vigentes en sede judicial respecto al orden de las candidaturas y reimpresión de las boletas.

En otras palabras, difícilmente el cambio de clima de los mercados se traduzca en una renovación de expectativas respecto a la situación económica personal de los votantes y sirva como mensaje persuasivo para poder acercar a los votantes blandos que acompañaron a Milei en el ballotage de 2023 y hoy están desilusionados con el curso de los acontecimientos. Ni siquiera con el salvataje complementario que por estos días representó el apoyo explícito de Macri, cuyo impacto real en el marco de un partido en crisis y virtual dispersión aún es una incógnita.

Descartado entonces que los anuncios puedan traducirse en estas dos semanas en medidas concretas que proyecten alivio en los sectores afectados por el ajuste, la recesión y la pérdida del poder adquisitivo, queda la incógnita de la política. Es decir, si al menos el oficialismo podrá transitar este calvario en el que se convirtió la campaña electoral con mayor disciplina estratégica, sin grandes errores ni desbordes evitables, y con una mayor coherencia discursiva.

Al respecto, debe decirse que el comienzo en este aspecto no fue muy alentador. El peculiar espectáculo político-musical de la semana pasada, que mostró un presidente desacoplado de la realidad, hablándole casi exclusivamente a su núcleo duro, sumado el retorno de los discursos exitistas y de las declamaciones grandilocuentes de impronta refundacional y mesiánica (“comienza una nueva era”, “es un hito fundacional”, etc.), se dan de bruces con una dramática realidad que demandó un casi providencial salvataje de emergencia de Donald Trump y Mauricio Macri.

Atrás quedaron los atisbos de moderación discursiva que Milei tímidamente ensayó tras la contundente derrota en las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre, en la que no solo pareció guardar la motosierra y evitar los insultos, sino incluso mostrarse más empática y comprensivo con las dificultades de muchos ciudadanos. Un giro tan insuficiente como fugaz, que pronto retornó con la apelación a la polarización extrema con el kirchnerismo y el enfrentamiento con el Congreso, sino también con la torpe y lenta reacción frente al escándalo de Espert que -tras sumarse al “criptogate” y el caso Spagnuolo- puso en jaque el otrora efectivo discurso “anticasta”.

Así las cosas, Milei encara lo que queda de la campaña asumiendo el protagonismo absoluto, aferrándose a la expectativa de que la magnitud del acuerdo con Trump contagie de optimismo a votantes blandos de LLA y el PRO, que la irrupción de Santilli en la provincia pueda recortar algunos puntos respecto a los resultados de septiembre, y que la gira que el presidente emprende por el interior del país pueda hacer crecer las chances del oficialismo en esos distritos y compensar una potencial derrota abultada en tierras bonaerenses, a la vez que proyectar el 26 a la noche una imagen que incluya una buena cantidad de distritos pintados de violeta.

Sin embargo, aunque finalmente el oficialismo logre el objetivo de mínima de asegurar un tercio con el que pueda blindar los vetos y evitar otras iniciativas opositoras en el Congreso, incluso logrando ser la fuerza más votada en el agregado nacional, difícilmente uno pueda pensar en que el 27 de octubre se acabará el vía crucis de Milei y comenzará a desandar el camino hacia la “tierra prometida” con reformas estructurales y una estabilidad que estimule una lluvia de inversiones y una reactivación económica que se sienta pronto en el bolsillo.