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Un pop-up de Shein en
Un pop-up de Shein en Londres (REUTERS/Isabel Infantes)

La irrupción y el crecimiento de plataformas como Shein y Temu en la Argentina reabrieron un debate urgente: ¿qué modelo de consumo estamos promoviendo y cuáles son sus impactos sociales, ambientales y económicos?

En pocos años, estas empresas se consolidaron como referentes del fast fashion, ofreciendo ropa y productos a precios muy bajos, con renovaciones constantes y entregas casi inmediatas. El atractivo para el consumidor es claro: variedad, accesibilidad y la sensación de novedad permanente. Sin embargo, detrás de esa dinámica se esconde una ecuación difícil de sostener en el tiempo.

El costo oculto de lo “barato” desde la sostenibilidad es alto. Los precios extremadamente bajos responden a un modelo basado en la producción intensiva y en una economía lineal de “extraer, fabricar, usar y desechar”, a la baja calidad de muchos materiales y a la alta rotación de productos.

En distintos lugares del mundo, como Chile, Ghana, India o Pakistán, se acumulan pilas y pilas de toneladas de ropa usada

Esto genera un fuerte impacto ambiental: grandes volúmenes de textiles quedan en desuso rápidamente, aumentando los residuos y la presión sobre vertederos. En distintos lugares del mundo, como Chile, Ghana, India o Pakistán, se acumulan pilas y pilas de toneladas de ropa usada. La producción masiva también implica un gran consumo de agua, energía y químicos, además de la huella de carbono por el transporte internacional. Consumir ropa que proviene de países lejanos significa más emisiones de gases de efecto invernadero.

En el plano social, múltiples denuncias señalan condiciones de precarización y explotación laboral en diferentes etapas de la cadena de suministro.

Y en términos culturales, este modelo promueve la lógica del descarte: la ropa y los productos pierden valor simbólico y se convierten en bienes desechables.

Y los hábitos de consumo también se transformaron. El auge de estas plataformas evidencia cómo cambiaron las formas de comprar, especialmente entre los más jóvenes. El consumo digital, potenciado por las redes sociales, impulsa adquisiciones rápidas, muchas veces por impulso y con escasa reflexión sobre sus consecuencias ambientales. La pregunta que queda planteada es: ¿elegimos por el precio inmediato o por el valor a largo plazo?

El auge de estas plataformas evidencia cómo cambiaron las formas de comprar, especialmente entre los más jóvenes

Al mismo tiempo, no se puede perder de vista la dimensión social: para muchos sectores, estos precios representan la única forma de acceder a ciertos productos.

Esto plantea un dilema entre accesibilidad económica y sostenibilidad, que no puede resolverse únicamente desde la decisión individual.

Los desafíos para la producción local también son evidentes. La industria nacional se enfrenta a una competencia desigual: los productores locales deben cumplir con regulaciones ambientales, laborales y fiscales que elevan sus costos, mientras que los modelos globales suelen externalizar gran parte de sus impactos.

Aquí surge la necesidad de políticas públicas que nivelen la cancha, mediante incentivos a la producción sostenible, fortalecimiento de la trazabilidad, apoyo a las pymes textiles y promoción del diseño con identidad local.

Más que demonizar estas plataformas, el desafío es aprovechar la discusión para repensar cómo y por qué consumimos. Una vía es fomentar la economía circular, mediante la ropa de segunda mano y el reciclaje textil. También resulta clave revalorizar la calidad, la durabilidad y el diseño local como ventaja competitiva.

El costo oculto de lo “barato” desde la sostenibilidad es alto

Además, es fundamental impulsar la educación para un consumo responsable y consciente, especialmente entre los jóvenes, y promover normativas que integren criterios ambientales y sociales en el comercio electrónico, como los sellos verdes.

El fenómeno de estas plataformas de compra no es una moda pasajera, sino un síntoma de la sociedad de consumo contemporánea. Como consumidores, empresas y Estado, tenemos la posibilidad de decidir si seguimos reforzando un modelo basado en lo descartable o si damos lugar a una economía más consciente, responsable y sostenible. En definitiva, cada clic es también una decisión sobre el futuro que tendremos.

El autor es Director del área de Medioambiente de la Facultad de Ingeniería