
El fracaso del Gobierno en alcanzar su objetivo electoral y el desafío de revertir la situación en octubre nos deja varios ejemplos útiles sobre lo que hace falta para conducir con éxito cualquier organización.
Para entenderlo, vale recordar las conclusiones de Jim Collins, profesor e investigador, publicadas hace ya 25 años. Su trabajo no fue teoría: estudió empresas reales que siguieron siendo exitosas incluso 15 años después de que se fuera el líder que las había llevado a la cima. Una definición muy valiosa que también se puede aplicar a los países: ¿de qué sirve cambiar si todo se revierte en la primera crisis?
Collins encontró que los grandes líderes combinan humildad personal con una determinación muy fuerte de lograr lo que consideran necesario. Esa humildad se nota en su forma de vivir, en cómo atribuyen el éxito al equipo y en cómo asumen personalmente los errores. No buscan ser protagonistas: lo que les importa son los resultados.
Parte esencial de ese liderazgo está en contar con el equipo correcto. La clave está en tener a las personas adecuadas y sacar a las que no encajan. Un CEO lo resume así: “Dame un buen equipo y te logro cualquier cosa”. Primero, se forma ese equipo, y después, con ellos, se definen la estrategia y la implementación.
Para que las cosas se hagan, es indispensable la disciplina, entendida como método de gestión. No alcanza con dar órdenes: hay que asegurarse de que se cumplan. Muchos líderes nunca aprendieron realmente a gestionar, y por eso los resultados no llegan. Aquí está la diferencia entre el voluntarismo de tomar medidas y la gestión de equipos que asegura que esas medidas se concreten.
Equivocarse es humano. Nadie puede anticipar todo. Lo importante es ajustar los planes a la realidad. Para eso hace falta un clima de confianza, donde cualquiera pueda reconocer errores o dificultades, compartirlos incluso con su jefe y, en conjunto, encontrar soluciones. Sin autoengaños ni edulcorar los problemas.
Las organizaciones exitosas se concentran en tres cosas: en lo que pueden ser realmente excelentes, en lo que les genera ingresos y en lo que las apasiona o forma parte de su cultura.
Método, tecnología y cambio constante
Incluso los mejores necesitan supervisión. El rol del líder es combinar libertad con responsabilidad. Dar espacio, pero también marcar rumbo y hacer ajustes cuando hace falta. Ni libertad total (que lleva a la anarquía), ni exceso de control (que apaga la iniciativa y el sentido de pertenencia). Sí, hacen falta procesos, y algunos parecerán burocráticos, pero son necesarios para evitar el desorden.
Hoy no se puede ser exitoso sin aplicar tecnología. Eso implica elegir bien a los proveedores, acompañar a quienes deben liderar los cambios (en vez de trabarlos) y diseñar una estrategia clara. Todo esto es responsabilidad del líder.
Y si hay algo constante, es la necesidad de cambiar. Cuanto más grande la organización, más difícil es. La experiencia muestra que muchos megaproyectos fracasan: lucen bien en el marketing, pero suelen chocar porque no logran alinear a la gente.
Lo que sí funciona es la mejora continua: pequeñas victorias que se acumulan y generan confianza para seguir cambiando.
Para conducir con éxito una organización, se necesita:
- Un liderazgo claro, pero humilde.
- Un equipo idóneo, alineado detrás de un propósito común.
- Disciplina y método de gestión.
- Considerar los factores técnicos y los emocionales.
- Una inversión tecnológica bien manejada.
- Y un cambio constante, construido paso a paso.
Gobernar, liderar o gestionar no es solo una cuestión de voluntad. Es, sobre todo, una práctica disciplinada que requiere coherencia, método y humildad. La política tiene mucho para aprender —y para enseñar— si sabe mirarse con honestidad.
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