
En procesos de compra, venta e integración de empresas, negociar suele experimentarse como una pulseada: dos partes tiran con fuerza de la misma soga, con la esperanza de arrastrar al otro hacia su terreno.
Pero después de décadas en el mercado aprendí que hay distintas fórmulas para trabajar la satisfacción de las partes y llegar a un acuerdo que deje contentos a todos.
¿Cuál es el spoiler en todo esto? En general, ninguna negociación importante se cierra sin que la soga se corte al menos una vez. Ese quiebre o momento de desacuerdo suele ser el punto de partida para afinar los detalles clave.
Generar una baraja de opciones: aumentar la sensación de control
No existe el deal perfecto. En una negociación, la sensación de estar eligiendo lo que se firma es clave. El que vende tiene que sentir que ese acuerdo es una decisión, no la única salida posible. Esa percepción de control genera seguridad y mejora la calidad del acuerdo.
Hay dos formas de construir esa baraja de opciones. La primera es externa: generar varias ofertas de posibles compradores para que el acuerdo no se mida contra la imaginación, sino contra alternativas concretas. La segunda es interna: proponer distintas estructuras viables dentro de la misma negociación que permitan elegir entre escenarios comparables.
La psicología es clara: la libertad percibida empodera. Esto no solo mejora la dinámica, dependiendo del caso puede mejorar la valuación para la parte que vende.
Reconstruir la soga rota: la tensión como parte del proceso
Es común pensar que quien cede en una negociación, pierde. Pero tirar hasta romper tampoco es negociar, es tensar un vínculo hasta volverlo inviable.
En general, ninguna negociación importante se cierra sin que la soga se corte al menos una vez. Ese quiebre o momento de desacuerdo es muchas veces sano para volver a poner en claro los intereses reales de cada parte, redireccionar posturas rígidas y legitimar las charlas con referencias objetivas: valuaciones, benchmarks, precedentes. Si hablamos con datos, la subjetividad pierde terreno y las charlas tienen más fundamentos.
Ese corte, cuando parece que todo se derrumba, suele ser la mejor oportunidad para reconstruir sobre bases más realistas.
El acuerdo no termina con un apretón de manos
Muchos acuerdos se desmoronan en la etapa de instrumentación, especialmente cuando vendedor y comprador tienen un vínculo previo. Las partes se entusiasman, cierran de palabra o de forma informal, y no bajan a detalle el quién hace qué, cómo y cuándo. Esto hace que, ante el primer desacuerdo operativo, todo tambalee.
En toda negociación, la instrumentación es el puente que transforma una idea en una realidad efectiva. Si no está bien construida, el acuerdo es solo una promesa. La letra chica no es un tecnicismo: es la base de la confianza futura.
En resumen, negociar no es solo cuestión de carácter, intuición o convicción. Es, sobre todo, una disciplina que exige estrategia, apertura y método. Las empresas que entienden esto cierran mejores acuerdos y suelen dominar mejor las charlas cuando llega el momento de salir al mercado.
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