
Mientras actores y cineastas discuten si un comercial hecho con inteligencia artificial representa una amenaza, TikTok estrenó hoy otros 50 millones de videos generados parcial o totalmente por máquinas. Nadie protestó. Nadie pidió permiso. Nadie los extrañó.
En México, varias asociaciones —ANDA, AMC, ANDI— salieron a rechazar un spot de Santander producido con IA. Denuncian que se hizo sin actores, sin cinefotógrafos, sin musicalizadores. Que se perdieron empleos. Que es de mala calidad. Que representa un peligro. Y no les falta razón, les falta tiempo.
La industria está librando la batalla en el lugar equivocado. Mientras miran los comerciales, el tejido cultural ya se está reescribiendo en otro lado. No en la televisión. No en los cines. No en los sets. En los algoritmos. En los timelines. En los motores generativos que crean rostros, voces y cuerpos con apenas un prompt.
La industria está librando la batalla en el lugar equivocado. Mientras miran los comerciales, el tejido cultural ya se está reescribiendo en otro lado
En esos espacios —TikTok, YouTube, Twitch, Discord, incluso OnlyFans— se está forjando una nueva industria audiovisual, donde lo artificial no es enemigo ni trampa: es parte del juego. La IA no reemplaza actores, crea otros. Clones virtuales, influencers sintéticos, narradores digitales que no duermen, no exigen contratos y nunca envejecen.
Y lo más inquietante: no solo funcionan. Gustan. Conectan. Enganchan.
Mientras la vieja industria se parapeta detrás de comunicados que exigen respeto, el mundo ya cambió de canal. La audiencia no está eligiendo entre lo real y lo falso. Está eligiendo entre lo que le gusta y lo que no. Y muchas veces lo que le gusta no está hecho por humanos.
La paradoja es cruel: al intentar proteger el trabajo humano rechazando la IA, los gremios podrían estar empujando a las marcas, las productoras y los creadores jóvenes a migrar directamente hacia un ecosistema donde ya no hay lugar para ellos.
Porque no se trata solo de reemplazo. Se trata de relevancia.
En esos espacios se está forjando una nueva industria audiovisual, donde lo artificial no es enemigo ni trampa
La televisión puede resistirse. Los festivales pueden negarse. Los sindicatos pueden demandar. Pero si el público ya está en otra, nada de eso va a importar.
El riesgo no es que nos reemplacen. El riesgo es que nadie nos necesite.
En lugar de prohibir, hay que regular con inteligencia. En lugar de combatir, hay que diseñar nuevas alianzas. En lugar de pedir permiso para existir, hay que reconquistar el deseo del público.
Y no sería la primera vez que la industria se equivoca de enemigo.
Cannes —el mismo Cannes que hoy se arrodilla ante cada premier de Netflix— fue el primero en ningunearlo. Lo trató como un intruso. Como un advenedizo sin pedigree. Hoy le rinde pleitesía.
La historia siempre se repite. Primero te desprecian. Después te copian. Y cuando te aceptan, ya cambiaste las reglas.
Todos están cuidando con uñas y dientes una industria moribunda y sus viejas plataformas, mientras en silencio están creciendo otras que formatean el deseo del nuevo público. Un público que en breve no entenderá las formas tradicionales. Ni las querrá, ni las extrañará.
Para cuando quieran proteger cómo deben hacerse las películas o las series, el público ya no estará ahí para verlas.
El autor es tecnólogo, fundador y director ejecutivo de iurika-symbiotics
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