
En esta oportunidad les voy a compartir una historia de algo que me ocurrió en el patio de comidas de un centro de compras de Buenos Aires. Para ubicarlos en el lugar, es un salón enorme en el que un reconocido cocinero ofrece, en diferentes islas, todo tipo de comidas, principalmente, mediterráneas, sin embargo, en este caso estaba degustando una hamburguesa espectacular que se pide como “cacio e pepe” en referencia a sus ingredientes principales, queso y pimienta.
Acomodado en una mesa alta, dejé mi campera en el respaldo de la silla y en uno de sus bolsillos la billetera. Probablemente, el plato se llevaba gran parte de mi atención, igualmente siempre trato de estar pendiente de las cosas que suceden a mi alrededor, de hecho, tengo un tic que es revisar periódicamente si están las llaves del auto y de la casa o si el cierre del bolsillo está cerrado. Sin embargo, alguien con manos hábiles y amigo de lo ajeno, pudo sacar la billetera, retirar las cosas que, a su entender, tenían valor y luego, volver a guardarla.
Fue recién un par de horas más tarde, cuando al buscar mi tarjeta de crédito para pagar una compra noté que faltaban todas mis tarjetas y unos dólares que llevaba escondidos en un sobrecito oculto. Permanecieron intactos el documento de identidad, la licencia de conducir y los pesos, varios billetes de mil, algunos de quinientos y otros de cien.
Sin dudas se trataron de ladrones profesionales que sabían lo que buscaban, solo cosas de valor.
¿A dónde han llevado los devaluados pesitos, que ya ni los chorros los quieren? Y es así. Cada billete de cien dólares es el equivalente a casi cincuenta mil pesos, suma que ninguna billetera podría guardar en pesos argentinos.
Las tarjetas de crédito o débito desconocidas ofrecen más expectativas de poder de compra que cualquier importe en efectivo que se pueda transportar en un bolsillo o incluso en un monedero.
Dinero electrónico
El efectivo ha perdido gran parte de su poder transaccional por el volumen físico que involucra para realizar compras habituales.
Los tickets promedio de las compras en supermercado superan los $20.000 y una compra grande mensual tranquilamente se acerca a los $100.000. Ni hablar de la ropa. Cualquier prenda en un local de marca cuesta decenas o cientos de miles de pesos.
Incluso, una comida en un restaurante puede costar más de $7.000 por persona y mucho más si se acompaña con un buen vino.
Las bóvedas de los bancos son verdaderos depósitos de logística de papel de poco valor, que, en muchos casos, cuesta más el conteo, almacenaje, seguros y custodia que lo que su importe nominal indica.
Hace unos días recibí $10.000 en billetes de cien, algo que me hizo recordar a las épocas de Néstor Kirchner en los que se cuidaban y atesoraban como si fueran oro. Pensar que con tres de esos podíamos comprar cien dólares.
La pérdida de valor de la moneda nacional, junto con la baja denominación del dinero físico -el billete de $2.000 apenas equivale a 4 dólares- se ha transformado, paradójicamente, en una herramienta de bancarización, pues todo aquel que tenga una cuenta utilizará transferencias o tarjetas para hacer sus pagos. Tal vez haya llegado la hora de dar un salto hacia el futuro y pensar en un peso digital que reemplace al dinero físico.
La excusa que plantean quienes piensan que la digitalización de la moneda significa la pérdida de la libertad desconocen que la tecnología puede resolver cualquier cuestión referida a la trazabilidad y confidencialidad, tanto de las personas como de las transacciones.
En cambio, al día de la fecha, nada ni nadie ha podido resolver la utilización del dinero físico para delinquir o cómo impedir robos de dinero en efectivo, como fue mi caso.
Bueno, en verdad, el peso lo pudo resolver.
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