
El observador curtido vio desde su observatorio un primer plano de Jorge Ferraresi en televisión cuando hizo una pausita previa a las siguientes palabras: “Cuando a uno lo aplauden más que lo que aplauden al que trae, uno se siente incómodo”. El invitado era el presidente argentino Alberto Fernández y el acto fue en Tierra del Fuego. El reflejo atento -no solo por el sonido de los aplaudidores, sino también por los significativos detalles políticos del de Avellaneda-, percibió que había más aplausos para el intendente de Ushuahia, señor Vuoto, que para el Presidente, quien encabezaba un grupo y al tiempo acompañaba a Ferreresi en su empleo actual, el de Desarrollo y Extensión Territorial Nacional y Hábitat de la Nación Argentina (vivienda), de modo que soltó lo anterior para proponer otro aplauso.
Movió la cabeza Alberto Fernández, metido en un berenjenal involuntario con apariencia de gentileza, saludó, pasó de tema y enumeró obras construidas -45.000, dijo, se le creyera o no, que hay alguna merma de desconfianza en general- y las cosas siguieron adelante.
Corrección y gentileza de doble filo Ferreresi, ingeniero, intendente de Avellaneda tanto tiempo que parece que resulta natural y que lo sea siempre (ahora con licencia para afirmar el timón que se presume dirigido hacia la falta de techo que sufre el país desde que nació), “arregló” los de los aplausos no sin subrayar que unos fueron menos que otros. Un punto esencial en la pelea enmarañada política, económica, jurídica, conceptual e ideológica que se ofrece a sus habitantes todos los días, con claro pesimismo acerca de un cambio rápido sobre reconstruir mejor democracia y mantener la paz social. El ministro mostró buenos modales aunque con una zancadilla: es integrante de importancia en el Instituto Patria, al mando de la vicepresidenta Cristina, hermético think tank de influencia musculosa. Si se trata de lo que pasa, pensó el observador curtido, el bajonazo anímico queda en cueros con solo caminar un rato por los suelos del país. Ya sabemos qué pasa y dónde estamos. No es que la Argentina vaya a desaparecer: existe aún, solo que, en el mejor caso, el asombroso proceso de decadencia desde un país entre los mejores del mundo a uno, el actual, en medio de un desorden donde las manifestaciones del atraso y la poca dignidad son apabullantes. Los ataques políticos en el poder no se ocultan aunque se proclama una unidad que se guarda entre pecho y espalda y en la que cuesta creer más que subir al Everest.
Al tiempo que el Presidente fue obsequiado con el aplausómetro bis y su carga de irónico humor casi en los arrabales del humor tumbero, Cristina fue distinguida en una universidad del Chaco donde jugó sus cartas más eficaces. Habló de sí misma y sin vueltas. Explicó que “lo elegí porque no representaba a nadie” (pintoresca afirmación) y “me permití ser demasiado generosa con la economía”. “Elegido”, aún después de haber llovido sobre ella por parte de A. F. críticas -acusaciones-, lo que resultó al ganar el Gobierno fue una fórmula, tal como las leyes indican y los ciudadanos eligieron. Aunque ahora se ha roto un jarrón chino valioso y sin reemplazo: nunca podrán unirse los pedazos como para dejarlo igual. Podría parecer. Pero no. Si se acepta que Cristina manda, también debe decirse en los rigores de la doctrina, que es quien conduce, para ser más fiel a los axiomas y el idioma de origen.

Es allí, en el poder, donde pasa, piensa el observador curtido. Están por otra parte quienes se oponen. Y también necesitan unidad, palabra mágica: se trata de un país que cuenta con los mejores agroindustrales del mundo junto a una violencia insoportable, pobreza, droga en aumento y tedio en el hombre y la mujer comunes: las caritas empiezan a repetirse a la par del desinterés público por un futuro anémico.
Aplausos en la historia.
Con un paseo por la Historia cualquiera puede encontrar que hubo aplausos desde la antigüedad, pero no como funcionamiento para elecciones de candidaturas ni decisiones gordas. El aplauso es expresión antigua, aún en formas melifluas como las de la enmienda pedida por el ministro Ferraresi en Tierra del Fuego. El aplauso juega su papel pero no es útil para elegir en destinos, convicciones de toda la vida, cambios de mirada, emociones. Las cosas son ahora con las cartas boca arriba, se dice el observador curtido. Se puede aplaudir por placer estético en el deporte y en el arte, en discursos profesionales con sus amigos verdaderos o los de alquiler listos como focas a la espera de que les den una sardina.
En poco tiempo se decidirá cómo será la Argentina en su cuello de botella y en su cansancio de régimen: una foto, no necesita agregarse nada. Si alguien –se detiene el observador curtido- dijo que se trata de algo que no muere pero tampoco de algo que no termina de nacer, anduvo cerca de la verdad.
Casi como en un entresueño, el observador curtido imagina que el país no está en liquidación y que hay aquí, donde estamos, hay personas dispuestos a frenar la corrupción, el ocultamiento. Personas que piensan en la necesidad de recuperar la educación, el trabajo, fortalecer las instituciones, renunciar a lo propio en parte para que otros también lo haga y sea posible antes de la disolución o el enfrentamiento.
Merecería un aplauso.
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